Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

jueves, 25 de noviembre de 2010

COSAS DEL FÚTBOL PARTE 3 DE 3

La verdad es que en el escalafón de los fanáticos del fútbol, en esta época soy tan sólo un tipo de tercer orden, un semi convencido sin mucho brillo, una voz que se pierde en medio del bullicio. La verdad es que no soy un fanático auténtico, nunca lo he sido. He mirado el fútbol desde el otro lado de la calle, desde la otra vereda, desde la otra esquina, sin la pasión que expresan otros y que los lleva a llenarse de abalorios y de objetos sagrados. La emotiva fiesta chovinista no había logrado alterar mi visión respecto del pan y del circo romano, el opio del pueblo, la fiesta barata del olvido, la enagenación perfecta para que los hombres y mujeres cotidianos olviden buscar a los responsables de sus problemas cotidianos.

El futbol era sólo Colo-Colo, pero Colo-Colo se convirtió en Sociedad Anónima y los socios honorarios dejaban mucho que desear. Uno de aquellos días de hace como 10 años atrás tuve la oportunidad de trabajar en la población “El Castillo”, para una fundación que se enriquecía a costa de jóvenes derivados de los viejos COD (Centros de Orientación y Diagnóstico) y tiempo Joven en aquella época lo era, las vueltas de la vida… Estuve un año entero en El Castillo, en la esquina de Batallón Chacabuco con Juanita, en pleno corazón del barrio popular, un barrio bravo, donde veías pasar a los muchachos con las escopetas hechizas a plena luz de día y en donde había líneas demarcadoras claramente establecidas que convertían el barrio en pequeños feudos. Desde calle Ombú hacia el sur era territorio azul, en aquella época eran los PINREB (Pintana Rebelde); de Ombú hacia el norte era territorio albo, ahí estaban los Peñis, los peñitos y otros especímenes más. Albos y azules enemigos implacables. Tuve la desdicha de ver un par de palizas hacia uno y otro lado, con fierros, puntas de fierros a modos de pequeñas lanzas, las mentadas hechizas, platinas, cadenas, cuchillos carniceros, revólveres 22 corto, palos con clavos de 4 en las puntas, una delicia a ojos de un amante de los deportes extremos. Para mí era un dolor de pueblo que no me podía explicar. Hijos de la misma clase matándose entre ellos mismos por el color de una camiseta, hermanos de miseria, de pobreza, de hacinamiento, convertidos en enemigos irremediables en un escenario ficticio e inentendible, en un barrio perdido de toda civilización.

Al igual que la Primera Guerra Mundial acabó de un cañonazo con el sentido de internacionalismo proletario, (es decir, la vieja cantinela de que los obreros no tenemos patria pues donde quiera que estemos, donde quiera que vivamos, somos igual de explotados y que, por lo tanto, la única opción de romper con nuestras cadenas era la unión, por sobre las fronteras impuestas arbitrariamente por el Capital) y la clase trabajadora de Europa se enfrascó en una guerra fratricida sirviendo los intereses de los poderosos en medio de un mar de arengas chovinistas, del mismo modo, estos hijos del rigor más extremo se valían del color de la camiseta de un equipo de fútbol para encontrarle sentido a sus vidas y, de paso, enfocar malamente su rabia en otros desdichados. Era mucho para mí, sobre todo al confirmar que mis precarios discursos y prácticas no hacían mella en convicciones mucho más profundas. “madres” y “zorras” eran enemigos desde tiempos inmemoriales y punto. No había más que discutir en ese aspecto que se instalaba en la memoria colectiva de los más pequeños como un saber fundamental y fundacional.

La anécdota de todo esto, si se puede considerar una anécdota, es que yo trabajaba en la zona que correspondía al lado norte de ese verdadero muro de Berlin popular, es decir en plena zona alba y me movía por todo el sector, visitando las casas de algunos muchachos, haciendo turismo en las clásicas ferias de cachureos, conociendo el barrio, pero tomaba micro en la zona azul, en calle Ombú con Juanita. En esa esquina había un mural, desgastado por el paso de las lluvias y las incursiones de kamikazes albos, con el rostro gigante del Che Guevara y una de sus frases clásicas: ”Dónde quiera que me sorprenda la muerte, bienvenida sea”. En invierno, yo salía del barrio de noche, ya no había luz solar y muchos de los focos habían sido apagados a piedrazos, era un barrio peligroso, violento en extremo, trabajaba con muchachos que eran de la barra de Colo – Colo, tomaba micro en la parada ubicada en el sector de influencia de la barra de Universidad de Chile, entre ellos había un odio a muerte y literalmente algunos ya habían muerto, el Che que me miraba con sus ojos cargados de historia, la noche que se tornaba demasiado fría y asfixiante, donde quiera que me sorprenda la muerte…, un grupo de muchachos de la barra azul que fumaban marihuana prensada en la otra esquina, la micro que no terminaba nunca de pasar en medio de mis frías cavilaciones, balazos en la distancia, la oscuridad que se cernía sobre todas las cosas tornando difusas las imágenes, mis ojos que se abrían desmesurados, realizando el estudio operativo del lugar, buscando posibles vías de escape, trazando mapas de huída en la memoria por si acaso, elaborando el discurso en caso de confrontación, recordando las casas a las que podía saltar sin problema si había problema, buscando algo con que defenderme en caso de que la muerte quisiera sorprenderme, le daría batalla a la desgraciada si no tenía más remedio, mirando a los que pasaban sin temor, a los ojos y con cierta altivez, como si el barrio fuese tuyo y tú fueses habitante antiguo del paisaje, una enredadera más en el jardín manteniendo el estado de extrema alerta hasta el final, hasta el momento en que la micro de color amarillo, que por fin había pasado, se alejaba definitivamente del barrio y emprendía rumbo hacia el este, muy cerca de donde el sol saldría al otro día colmándome de renovados bríos y energías y experiencias. La última imagen del barrio era otro desgastado mural con una leyenda blanca: “albo, mi única razón de vivir” en la pared de un block descascarado, sucio, irremediablemente pequeño para tanta vida que bullía en su interior.

martes, 16 de noviembre de 2010

COSAS DEL FUTBOL PARTE 2 DE 3

"...Y en cosa de caprichos no hay nada escrito como suelen decir por ahí los entendidos. La cosa es que el tiempo no se detenía ante nada y menos frente a mi aventurera búsqueda de tesoros y así la hora definitiva del comienzo del partido se acercaba irremediablemente y con ella la sombra que se proyectaba desde la marquesina, pues el privilegio y la división de clases con las desigualdades que esta arrastra consigo también se podían extrapolar a la repartición del público en los estadios. El “perraje”, es decir nosotros y todos los que nos rodeaban, debíamos aguantar estoicamente horas y horas de cara al sol abrazador del verano aquel de mis recuerdos, la burguesía, en cambio, disfrutaba desde temprano de la confortable sombra proyectada por la marquesina, división social y desigualdad hasta en los estadios. Ellos pagaban por la comodidad podrán decir algunos, el privilegio no era gratuito y el dinero salía de su esfuerzo cotidiano. Del esfuerzo cotidiano por explotar a los demás diré yo con fuerza y convicción.

Yo veía, con el despertar de mis primeras inquietudes de niño explorador, a mi viejo y a otros tantos y tantos anónimos viejos doblarse la espalda, todos los días y a veces incluidos los domingos, de sol a sol, desde muy temprano en la madrugada cuando aún todo el mundo conocido navega en medio del sueño y la tiniebla de un cercano amanecer hasta la tarde cuando el sol cansado ya de tanto baile y fiesta se oculta tan sólo para dejar paso a las parejas furtivas de enamorados en las plazas oscuras de barrios perdidos en medio de la gris ciudad, en trabajos humillantes y agotadores por un salario de hambre. Así veía a mi viejo y eso cuando lo veía pues la mayor parte de las veces los trabajos se encontraban lejos muy lejos de Santiago y mi padre no era nada más que un padre ausente, como tantos otros anónimos padres ausentes. Mi viejo también se sacaba la mierda trabajando pero el dinero nos alcanzaba tan sólo para la sencilla y nunca bien ponderada galería y entonces allí estábamos, semi rostizados de calor, protegiéndonos como podíamos de los insensibles rayos mientras los segundos se acumulaban y se derramaban en minutos que lenta e inexorablemente iban llenando un gran e invisible reloj de arena de una hora el cual a su vez nos acercaba en forma imperecedera al comienzo del partido y yo en medio de
la semi penumbra en las entrañas del estadio llenándolos bolsillos de tapitas, extasiado hasta la médula, ajeno en esos segundos al devenir de la gente que colmaba todos los pasillos y no siendo partícipe de la gente que seguía y seguí llegando en un caudal inagotable. Tan sólo cuando se me hizo de verdad dificultoso el caminar en medio de tanto y tanto público que buscaba salir a las galerías para ubicarse definitivamente, constaté el virtual peligro de extravío en el que me encontraba y cosa graciosa, había olvidado completamente cual era la escalera por la que había descendido hasta los baños y frente a mis ojos ya las personas colmaban las escaleras de acceso a las dos entradas que tenía para elegir.

Yo, en medio de los nervios y la desesperación traté de razonar como siempre lo hacía cuando estaba solo, es decir, en forma notable y perfecta, si tenía tan sólo dos posibles salidas tenía entonces tan sólo dos posibles opciones de salida y el problema de cuál era la salida correcta se remitía a una simple ecuación de despeje entre dos incógnitas. Hasta el momento hasta yo mismo me impresione de lo perfecto de mis razonamientos, el problema entonces, el gran problema entonces con respecto a cual era la salida correcta se reducía considerablemente a dos opciones y si una no era, por una verdad tautológica y a prueba de todo juicio antagónico debía ser entonces la otra, de verdad y sencillamente fabuloso, absolutamente fuera de toda posibilidad, de todo margen de error posible.

La alegría me duró bien poco a decir verdad, no recordaba ningún detalle, a decir verdad no había hecho el menor esfuerzo por grabar algún detalle que no fuera el que nuestra ubicación se condecía con el hecho de tener siempre al frente de nosotros al
banderín del córner y con sólo ese detalle me dirigí hacia una de las escaleras y salí en busca de mi destino, de mi frugal destino.

Guiado tan sólo por mi fiero instinto y cargados mis bolsillos de tapitas llegué hasta donde se encontraba mi viejo y este me miró con su cándido aire de padre regalón - Donde te había metido cholo crestón – fue lo que me dijo mientras me dejaba caer un suave coscorrón en la cabeza. Luego me senté y continué con mis cavilaciones en torno a donde habría de esconder el importante tesoro con el cual me iría del estadio en ese maravilloso día de ordenamiento y fútbol.

Mi viejo no miró ni se percató en ese instante de mis bolsillos y el partido estaba muy cercano en su comienzo y las barras de cada equipo una vez más habían despertado de su ligera modorra y a medida en que la hora fijada se acercaba crecían los ánimos como si de una gran caldera se alimentaran y la caldera cada vez daba más y más fuego y calor hasta que estuvo a punto de estallar en mis pedazos y la gente
preparaba sus abalorios y yo picaba y picaba papel de diario y mi viejo agitaba con verdadero orgullo la bandera alba de nuestros amores yo lo veía con el rabillo del ojo como hinchaba el pecho de alegría y entusiasmo y sus ojos brillaban de contento y ya venía por fin el minuto anhelado durante gran parte de la tarde y era todo un mar de banderas blancas las que se agitaban y al otro lado de la frontera era otro mar de banderas azules y todo el grandísimo estadio era un océano rugiente de banderas blancas y azules que bailaban y desplegaban sus colores y por los parlantes del estadio llamaban al dueño de una patente número ya no me acuerdo y luego continuaba la melodía que acompañaba cada principio y cada final de partido y era esa de los viejos estandartes, del séptimo de línea, marchas militares en medio de cada encuentro deportivo, mal que mal estábamos en medio de una dictadura todavía y en el estadio aún se podía oler el fantasma de los desaparecidos y los asesinados y
torturados en sus oscuros pasillos.

Luego todo fue carnaval, todo el estadio explotó en un movimiento descontrolado y el papel picado voló por el cielo cada vez más benigno de la tarde que se acercaba
hacia la noche veraniega y saltaba la chaya y todo parecía la celebración de un multitudinario cumpleaños y Colo-Colo se asomaba desde los camarines y enseguida
hacía lo mismo la Universidad de Chile y explotaba la otra esquina del estadio y luego los dos gritos de las barras se mezclaban en uno sólo y era todo un gran estadio el que gritaba por los clubes de sus amores y todos saltábamos y reíamos y yo no quería entender nada pues tantas horas de espera valían la pena al presenciar un espectáculo tan bello y embriagador como el recibimiento que el público le otorgaba a su club favorito.

Todo el estadio era durante un gran rato una marea incontenible de gritos, aplausos y movimiento y el pasto había dejado de ser verde y ahora era verde, blanco y azul, como para imaginar los colores de una nueva y misteriosa bandera confederada, algo así como los nuevos amigos de siempre, los adoradores del fútbol, los que estoicamente esperan el paso de las horas a merced del calor espeso de un sol que no daba tregua, al menos durante ese día.

El anunciador comenzaba a dar las alineaciones de cada equipo y cada vez que nombraba a un jugador de Universidad de Chile la mitad del estadio le respondía
riendo con un “conchesumadre” que a mí me daba un poco de vergüenza repetir y que de hecho no repetía, pues a decir verdad no decía ni el más delicado de los
garabatos por aquellos días. Luego le tocaba el turno a Colo-Colo y era el desquite de la barra azul y ahora todos los jugadores de Colo-Colo eran unos “conchasdesumadre” y eso no me gustaba mucho así es que redoblaba los aplausos para cada jugador de mi equipo, pero sobre todo cuando nombraban con la camiseta número 9 a Carlos Caszely (¿así se escribe?) mi ídolo indiscutido, mío y de toda la barra colocolina a decir verdad.

La cosa es que el partido en cuestión transcurrió demasiado rápido para tanta espera, siempre era así, nosotros nos desgastábamos los sesos y la piel en medio de un sol demoledor, esperando y esperando y luego el partido llegaba demasiado aprisa y tampoco se dignaba a esperarnos el villano armador y rector del tiempo pues este pasaba demasiado acelerado mientras todos nos quedábamos con la sensación de haber visto demasiado poco y habernos cansado demasiado mucho.

El partido terminó con una apabullante derrota para Colo-Colo en ese día, 3 a 1 marcaba el tablero electrónico y la tarde invitaba sin preámbulos al llanto. La mitad del estadio salió con la cabeza gacha, completamente mudo y sin más ganas que la de irse rápidamente a la tibieza del hogar para olvidar la amargura que anidaba en sus corazones.

- Equipo crestón, no da ninguna satisfacción por la misma mierda- gruñía mi viejo en medio de su incipiente disfonía producto de tanta instrucción lanzada a los jugadores.

–¡Corre posh guevón, si te están pagando por las rechuchas!.
–¡¡Ponle la pata posh mierda!!.
-¡No le crea, hombre, no le crea!.
-¡¡¡Que estai cobrando viejo chuchetumadre!!!, ¡¡¡Que estai cobrando!!!.
-¡¡Levántate del suelo cagá, si nadie te cree!!
Y otras tantas cosas por el estilo decía mi padre y que harían el deleite de cualquier conversación franca y abierta y por sobre todo docta y con altura de miras, en torno a los matices y bemoles que en el fútbol se reúnen.

Así era la cosa y así nos íbamos, absoluta y completamente amargados y yo con ganas de tirarle alguna piedra a los vidrios de los autos que a toda bocina celebraban. Mi viejo sonreía tristemente y yo me acordaba de mis tapitas y metía mis manos a los
bolsillos y ahí estaban, perfectas en su dura incomodidad que atenazaba mis piernas con sus puntas filosas y yo que tomaba algunas y las acariciaba y les hablaba bajito como diciéndoles que pronto estarían muy bien en un lugar secreto al que yo las
llevaría y que sólo yo conocía y ahí mismo mi viejo que soltaba un poco de su rabia en mí y me obligaba a botar ¡¡toda esa mierda de tapas, pura basura y las recogió del suelo el guevón por la chucha y bota esas guevás luego, cabro crestón!!.

Todas las tapitas que segundos antes hacían mi deleite y me preparaban un espacio futuro de días y días de juegos entretenidos y fascinantes quedaban en el camino de salida del estadio y se perdían para siempre de mis manos y de la posibilidad de haberme sido útiles. Ahí sí que me daban ganas de llorar y no lloraba no más porque igual me daba demasiada vergüenza que la gente me viera y la pena era demasiado grande por cierto y no tenía ninguna forma de remediarla y subíamos a un bus repleto de personas y yo que me iba parado al lado de una ventana y para amenizar un poco el panorama desalentador en el que me encontraba abría la ventanilla y dejaba entrar el aire fresco de la noche de verano y por la rendija abierta dejaba salir mi bandera y mi viejo me advertía que mejor la entrara y yo que alcanzaba a hacerla ondear un par de veces no más y mientras el viejo me daba sus tardíos consejos una mano anónima me arrebató la banderita de mis amores de las propias manos y yo me quedé mirando el trozo de palito que aún apretaba firmemente y que me negué a soltar pese a la sorpresa que me provocó el fulminante y relámpago atentado, pero ya mi bandera no estaba y yo sólo miraba un palito quebrado entre mis dedos y mi viejo que me
miraba con su maldita cara de te lo dije cabro de mierda, te lo dije y yo que no digo nada más pues ahí sí que me vienen todas las ganas de llorar y una vez más no lloro porque la vergüenza no es una cosa que se pase de un segundo a otro o de una trágica experiencia a otra y en tan corto lapso de tiempo, así es que mejor me callé y me sometí en silencio a la burla de la hinchada azul que iba en la micro.

Colo-Colo había perdido por goleada, mis tapitas ya no eran mías y ahora formaban parte de la colección particular de alguna compañía recolectora de basura y por último mi querida banderita de Colo-Colo me había sido arrebatada de las propias manos por unas malditas garras sin compasión. Después de todo ese no había sido un gran día. Ya vendrían días peores, ya vendrían.... Fin parte 2 de 3

COSAS DEL FÚTBOL 1 DE 3

Este texto, extracto de otro mayor, fue escrito en el año 2002 y se hizo pensando la vida que a algunos nos toco vivir algunos años antes, en la triste década de los 80, es decir, hace casi 30 años atrás. Lo saco a relucir ahora, hoy, debido a mi absoluto desapego actual por aquel amor que fui alimentando desde niño "por las cosas del fútbol", desapego que no tiene más de dos semanas, desapego derivado por el triunfo, una vez más, de la ganancia y el lucro, por sobre la honestidad y la entereza moral, del reino de los poderosos por sobre la hinchada inconsciente, de los mismos pocos de siempre en desmedro de los mismos muchos de siempre. Este texto tiene 3 actos, el primero y el segundo obedecen a aquel período de recuerdos de la niñez. El tercero es tan sólo una despedida cargada de rabia y nostalgia

"...El estadio rugía completamente abarrotado de hinchas en el partido clásico de los clásicos: “Colo-Colo versus Universidad de Chile”, algo así como aztecas contra zapotecas o españoles contra mapuches o blancos contra azules o el día contra la noche, el bien contra el mal, las fuerzas todopoderosas de la libertad avanzando irremediablemente y destruyendo todos los cimientos aberrantes de la vieja y tradicional dictadura oligarca y parlamentaria de principios de siglo. La oposición y la permanente lucha de los contrarios encarnada en un partido de fútbol. La síntesis de la constante lucha, del cotidiano bregar del ser humano entre sus fuerzas antagónicas, entre su naturaleza animal y su espíritu creador dándose duro en el campo de batalla de un verdor refrescante.

Era un verdadero placer ir al estadio con el papá. Recuerdo que ese era uno de los recursos de los cuales tengo más gratos recuerdos de su aporte a mi crecimiento intelectual. El Estadio Nacional es una inmensa construcción elevada y oval y en mi época de niñez era un monstruo tremendo y perfecto, el cual rugía cada vez que un equipo salía a la cancha, era un gigante de concreto que temblaba con el movimiento nervioso de miles de pies que vitoreaban a su equipo favorito y desplegaban las banderas con los colores de sus eternos y aguerridos amores. Una vez que sorteábamos la primera barrera entrábamos con mi viejo casi corriendo para llegar luego a la ubicación de un lugar estratégico que siempre resultaba estar detrás de la banderilla ubicada en la esquina noreste de la galería Andes. Nunca cambiamos de posición para saber siquiera que se sentía mirar las cosas desde otra perspectiva, mi padre no lo permitía y punto, esa era su esquina para presenciar el partido. Nunca vimos un encuentro de fútbol en otra ubicación y debo decir que desde nuestra tradicional ubicación era visible toda la cancha, las rejas estaban mucho más debajo de nosotros que nos ubicábamos a mitad de camino entre lo más bajo y lo más alto. Todo un estratega para las ubicaciones era mi viejo.

Una vez que sorteábamos la primera valla en la cual nos pedían los boletos, caminábamos un largo trecho y yo con mi banderita de Colo-Colo al viento del norte que anunciaba la próxima lluvia. Sólo nos quedaba la última revisión de boleto, a los pies de las escaleras que nos llevarían a las galerías y a nuestra permanente ubicación y yo creo que hasta nos sentábamos en los mismos asientos si es alguien no nos ganaba el puesto, por eso mi viejo corría y yo iba detrás de él marcando el paso, respirando el intenso aroma de la aventura, observando los rostros de las personas y sus banderas y sus expresiones de alegría por estar a punto de formar parte de algo trascendente e inexplicable. Algo sucedería en el transcurso del partido que cambiaría la vida de todas las personas, algo misterioso y bello que a nadie dejaría con la misma actitud frente a las cosas, al menos eso es lo que yo imaginaba mientras comenzábamos a subir las largas y cansadoras escaleras, en medio de un gentío que murmuraba y las frías paredes, que contrastaban con el calor reinante, generaban un eco como de catedral y era un gran rezo simbólico el que salía de las gargantas de los miles y miles que junto a nosotros marchaban en esa procesión de día festivo y carnavalesco, y era un canto de amor el que se descolgaba del frío y oscuro concreto que nos rodeaba y que poco a poco, a medida que nuestros pasos ganaban más y más escalones, a medida que el rumor se tornaba más intenso y abierto como si cambiara la dimensión a rumor estéreo, se tornaba más claro y más diáfano hasta romper en nuestra mirada con un temblor de verde claro precioso que abarcaba toda nuestra vista y que generaba una sensación confusa en mis ojos que ya se estaban acostumbrando a la semi penumbra de la subida.

Y era como si de pronto el verde del pasto se transformase en el color oficial de mi mirada y todo lo observaba verde, como cuando jugaba en el colegio poniéndome una regla verde delante de los ojos como si fuera mis anteojos, y todo era verde, el cielo azul que bañaba de calor toda la extensión abierta de esta gigantesca elipse elevada al cielo transparente de Noviembre era tan sólo un producto endiablado de mi curiosa imaginación daltónica, el cielo era de un verde intenso y lo mismo la marquesina del estadio y los asientos de los socios preferenciales bajo la marquesina y del mismo modo el tablero electrónico que marcaba los goles de uno o de otro equipo y la ropa de la gente también era verde, pero este verde presentaba un sinfín de tonalidades y mis manos eran de un verdor hoja de árbol y las manos de mi padre eran de un verdor pasto que no ha sido regado en al menos un par de días y las manos de nuestro vecino más próximo eran verde manzana y su fragancia llegaba hasta mi nariz abriéndome el apetito.

Y así el estadio nos saludaba y con él los millares de personas solitarias, con sus amigos, familias y quien sabe quien diablos más, que se ubicaban en sus puestos estratégicos, al igual que nosotros, a la espera de la hora señalada para el duelo y yo me imaginaba el circo romano con sus carreras de caballos y sus luchas cruentas en las que no siempre ganaba el jovencito de la película y a decir verdad este jovencito en la mayoría de los casos no era y no era en lo absoluto el hombre más bueno ni el más noble; en el mejor de los casos era el más astuto, el más ladino, a excepción de Espartaco, el esclavo libertario encarnado en las retinas decadentes y superficiales del mundillo Holliwoodense por Kirt Douglas hace un montón de años atrás, probablemente no en los tiempos de la caza de brujas o de la Liga Norteamericana Contra el Demonio Comunista y esas cosas por el estilo que aún nos sacuden de tanto en tanto.

El público estaba divirtiéndose con los espectáculos que surgían de tanto en tanto de las galerías, la mitad del estadio le pertenecía a los hinchas de la U y la otra mitad era administrada por los barristas de Colo-Colo. En aquellos lejanos días aún no surgía ninguna de las dos barras bravas de los equipos rivales e ir al estadio era, entonces, una ceremonia familiar tan tranquila como un paseo al Parque Forestal o al cerro Santa Lucía el día domingo y daba realmente gusto ver a otros tipos con sus esposas y el tropel de niños corriendo de un lado para otro de las galerías en un ambiente de fiesta que a uno lo contagiaba y todos reíamos cuando desde un grupo salía un peluche con la forma de un chuncho deformado y lo tiraban de un lado para el otro de la galería y todo el mundo quería atrapar a aquel trofeo tan sólo para ser el encargado de lanzarlo una vez más a cualquier parte del amplio entorno. Del lado de la Universidad de Chile también surgían monigotes con la forma de un desmedrado indio, con pluma y todo como el estereotipo del indígena norteamericano y todos del otro lado de la valla reían y gritaban insultos contra el pelele que finalmente era destrozado por la multitud y cambiado en breve por otro y otro.

Yo me sentaba en mi asiento y comenzaba a leer alguna cosita que andaba trayendo, nunca me faltó lectura en aquellos días y por último estaban los libros que me facilitaban en el colegio, o mi interesante colección de trozos de papel recolectados en la calle. Y así dejaba que transcurrieran las horas, pues por lo general llegábamos al estadio con al menos unas tres horas de anticipación, ya que había que asegurar los puestos de costumbre a como diera lugar.

El sol avanzaba sin ninguna prisa sobre nuestras cabezas y el calor se tornaba inclemente. No había donde guarecerse de la poderosa influencia del padre luminoso y los vendedores de viseras no daban abasto para tanta demanda. Evidentemente mi padre me compró una visera con los dibujos corporativos de Colo-Colo que si bien es cierto era mi equipo favorito, tampoco me mataba de pasión la idea de tanto sacrificio por un partido de fútbol. Todo lo que rodeaba al partido en sí era lo que me fascinaba, los gritos y los cantos de las barras, las rutinas de los vendedores de confites o bebidas o calendarios o cintos, en fin, todo un universo económico girando en torno a un partido de fútbol, sin dejar de mencionar a los vendedores de sanguches de potito y de palta con jamón, toda una institución en las lides disputadas en el histórico Estadio Nacional. Me entretenía sobremanera ver como cada barra le buscaba el odio a la otra y como los gritos a veces aumentaban de tono y si no fuera por las rejas que separaban uno y otro bando la batalla hubiese comenzado en forma inminente, como con el transcurso de los años sucedió, pese a las mismas rejas.

Allí la gente liberaba todas sus tensiones, con el transcurso de los años y a medida que fui descubriendo nuevas realidades y ampliando mi conocimiento de las cosas pude entender muchas de las actitudes de quienes iban al estadio, de cómo se transformaban y lloraban de pasión viendo las piruetas de su equipo favorito y una vez más volví a entender la lógica del pan y del circo que los romanos supieron aplicar muy bien a los pueblos dominados por el imperio y a su propio pueblo en el cual corría también la sangre producto de las ambiciones de poder de unos pocos.

Este era el circo moderno, aquí todos olvidábamos nuestras miserables vidas y por un buen rato soltábamos todas las tensiones posibles y vivíamos la tragedia de otros que corrían en torno a una pelota, pero también en su juego era posible vislumbrar la tragedia de todo un país sumido en el oscuro terror de detenciones arbitrarias y desaparecidos. El estadio estaba repleto pero no estaban todos lo que debían estar, nadie notaba la falta de los ausentes, tan sólo algunos pocos iluminados cuyos corazones se estremecían de dolor, de aquel dolor que sufrieron los que ya no estaban y que se fue con ellos el día que sus corazones dejaron de latir teniendo tanta vida aún por delante.

Yo, por cierto, vivía mi propio circo en el estadio. Los espacios libres cada vez eran menos y la gente se distendía a ratos, generando espacios de silencio en medio de tanta algarabía. Yo jugaba a identificar esos espacios de silencio, que a ratos se prolongaban durante varios minutos, los precisos como para realizar una audaz incursión al baño ubicado en el interior del estadio, los precisos como para arremeter contra los locales de ventas de refrigerios en busca de mis tesoros favoritos por aquellos días. El papá demoraba varios minutos en acceder a mis deseos, fundamentalmente por el temor frente a la posibilidad de un extravío por mi parte, el me conocía muy bien, al menos eso creía él, sabía lo despistado que podía ser y no quería arriesgarse a perderse el partido por tener que andar buscándome a mí, así es que no, era mejor aguantarse hasta el entretiempo. Considerando que para que comenzara el partido aún faltaba poco más de una hora y sumándole los 45 minutos de rigor que equivalían al desarrollo del primer tiempo, siempre y cuando ninguna situación anormal retrasara la finalización de esa primera parte, la larga espera se tornaría realmente insoportable y entonces de verdad la angustia de tanto tiempo de espera se conectaba con mis esfínteres y surgía real y urgente la necesidad de ir prontamente al baño y yo arremetía una vez más con mis fríos argumentos para vencer la terca oposición de mi viejo, mi querido viejo. Al final de cuentas y muy a regañadientes el papá accedía a mi petición pero me colmaba de indicaciones en torno a mi partida y regreso con lo cual y para siempre yo pude configurar una suerte de “Manual Indicatorio Para Casos de Salidas y Regresos en Lugares Densamente Poblados”. La pillería consistía fundamentalmente en visualizar algunos puntos en particular que me servirían de referencia para la hora de mi regreso. Alguna reja con una extraña conformación, algún poste pintado de un color especial, alguna persona sobresaliente, una puerta, la dirección del sol con respecto a mi hombro izquierdo o derecho, etc.

Después de todo ya me encontraba camino de mis tesoros y se me dificultó un poco salir hacia los baños pues el estadio seguía nutriéndose de personas que llegaban y llegaban en un caudal incontenible. Nadie quería perderse el espectáculo deportivo de la semana. Nadie más que yo corría al baño y luego salía con la misma premura de él, para saltar por sobre los puestos de venta y recoger con la mejor de las delicadezas todas las tapitas que pudieran albergar mis bolsillos, y no importaba el color y no importaba su forma y no importaba nada de nada, salvo que estas estuvieran bien destapadas, es decir que no hubiesen perdido su fisonomía tan cultural de tapas de bebidas. Alguna gente aplicaba y debido tal vez a la premura, tal fuerza a los destapadores que prácticamente doblaban las tapas hasta enrollarlas en una masa amorfa que no era de mi predilección. Coleccionista de tapas era, pero uno tenía ya en ese entonces sus caprichos...". Fin parte 1 de 3

sábado, 6 de noviembre de 2010

BREVE REFLEXION SOBRE EL UNIVERSO ICONOGRAFICO PRECOLOMBINO

El universo iconográfico precolombino, es decir el caudal de información visual respecto de las culturas existentes o dormidas en nuestro continente hasta la llegada de los conquistadores europeos es, a todas luces, notable. No puedo dejar de sorprenderme frente a tanto despliegue de colorido. Una energía vital vibra en cada imagen vista y ninguna forma o color está realizado al azar. Todo cobra o tiene sentido. Cada color obedece a un contexto determinado, cada forma está conectada con la otra en un proceso simbiótico de mutua dependencia, cada figura tienen su lugar y cobra su propio sentido en un contexto profundo de interrelación.

Hay culturas que resistieron con mayor energía o quizás con mayor suerte el avasallamiento cultural y la fiebre y necesidad de oro y riquezas proveniente de los europeos. El caso inca es emblemático en el sentido contrario, pues al no contar con un sistema de escritura complejo y masivo todo el peso de la transmisión de información, de la continuidad de los rituales, de la asimilación cultural por parte de las nuevas generaciones, estaba determinado, en gran medida, por el universo visual que en los Andes Centrales ya contaba con varias generaciones de desarrollo creativo anterior a los incas y con culturas que se desarrollaron con gran pujanza, tuvieron su período de esplendor y luego fueron absorbidas por el desierto o por la última gran cultura dominante, la incaica.

Los Incas tuvieron el infortunio de ser el último imperio precolombino en la zona de los Andes Centrales. Sus ciudades fueron totalmente desvalijadas, arrasadas y convertidas en barras de oro sus riquezas, sus monumentos de piedra destruidos, su numerosa iconografía arrasada y su gente sometida, vejada, privada de sus derechos, incorporada a la fuerza a una nueva cultura hegemónica, totalmente ajena a los hijos del Tahuantinsuyo, con otro lejano idioma, una religión que hablaba de un solo dios y hombres, que en su santo nombre, eran capaces de cometer las peores aberraciones que la mente humana era capaz de imaginar en la época. Los incas tuvieron la mala fortuna de ser los últimos, y sus hijos sobrevivientes aún esperan el retorno de Viracocha, para que rearticule una vez más el orden cósmico y corrija las cosas, y devuelva la dignidad perdida en la noche de la historia y reparta los frutos de la madre tierra para todos por igual y a cada cual según sus necesidades.

Mejor suerte corrieron algunos de sus antecesores (Mochicas, Paracas, Huari, Tiahuanaco, Chachapoyas, etc.) ellos contaron con un aliado que guardó alguno de sus secretos: el desierto, la arena calcinante, los inaccesibles acantilados. La ininterrumpida acción de los huaqueros que hasta el día de hoy buscan y saquean tumbas para nutrir el mercado negro de joyas y productos originarios, no ha podido ocultar la enorme cantidad de objetos, momias, cerámica y telares encontrados en algunos sitios arqueológicos. Gracias a estos hallazgos contemporáneos algo podemos saber, algo podemos observar de la grandiosidad de nuestros abuelos culturales, de nuestros predecesores y en algo podemos imaginar lo que hemos perdido como culturas americanas a lo largo de estos siglos de colonialismo.

UN DIA CUALQUIERA

Los jóvenes de la cárcel tienen un idioma propio, una cultura, una forma de ser y de estar, una particular cadencia de frágil estabilidad entre el silencio sagrado y el golpe lanzado de súbito, con inusual violencia. Hoy ha sido un día extraño. Todo parecía el presagio de una tormenta, los treiles cantaban como si oyesen la cercanía del húmedo vendaval, el aire se respiraba cargado de malos presagios, había una inusual tensión en el ambiente y el calor pesado de noviembre cansaba nuestros pasos y tornaba pesado nuestros cuerpos más allá de lo necesario. El sueño habitaba el paisaje y cualquiera hubiese dado lo impensable por estar en otro sitio, pero aquí estábamos.

En casa 2 no es que hayan comenzado los problemas, pero ahí se dio la cosa. Era la clase de la profesora de inglés, una joven muchacha egresada hace muy poco tiempo. De a poco comenzó un ruido, una molestia sin sentido, un cantar a todo pulmón y comenzar a subir el tono de las palabras hasta llegar directamente a las groserías. La profesora se sintió atacada y pidió apoyo a los profesores de trato directo. Se separó a un grupo de 6 jóvenes del total de aproximadamente 30, los precisos, los más bulliciosos, los que habían iniciado el altercado y tras la irrupción de gendarmería se los llevó a la casa 5, que resulta ser la casa de castigos. Hasta ese momento todo parecía explicar un hecho corriente: jóvenes que se sintieron con la libertad de faltar el respeto a su profesora y debido a eso fueron castigados ejemplarmente siendo confinados a casa 5, en fin, sólo bastaba abrazarnos y felicitarnos por la buena labor realizada. La verdad estaba lejos de aquellos peregrinos intereses míos.
Algo que aprendí pronto en CIP – CRC San Bernardo es que la información circula a través de 2 canales, uno formal y otro informal. El formal es lento, pausado, se toma su tiempo y sigue obedientemente el conducto regular. El otro, el informal, tiene a su vez, dos variantes, una variante que hace circular la información a través de los educadores a nivel de comentario mal o bien pensado y otra que es propia de los jóvenes, los que tienen sus propios canales de circulación informativa. Ese último modelo es el más eficiente, delicado y altamente peligroso. Todo se sabe en CIP – CRC San Bernardo. Con una rapidez asombrosa los jóvenes de todas las casas se enteran de recién llegados, de castigos, de allanamientos, de descubrimientos de celulares, de golpeados, de alguno que habló más de la cuenta, de deudas pendientes, de pago de protecciones no realizadas, de venganzas y nuevos líderes, de prontos beneficios, etc. y etc.

Hay una soterrada y a veces evidente repartición del poder en cada casa. Hay jerarquías, intocables, perkins (aunque ese concepto ya no se usa y es reemplazado por el de “perro”, “este es mi perro”), soldados, armeros (encargados de buscar y recopilar todo lo que pueda convertirse en un arma), protegidos de los jefes (los que generalmente manejan dinero y pueden pagar por protección), abusados (de todo tipo) y otro etc. Lo que la mayoría aprende de inmediato es que debe someterse a un grupo, debe buscar una pertenencia y deberle culto a esa pertenencia grupal. Dependiendo del rol que la haya sido asignado debe actuar en concordancia con ese rol, ¡¡Ay del que se niegue o se torne rebelde!!, las palizas son de antología, según lo que hemos podido recabar. Detrás de las clases que a diario intentamos desarrollar se esconde un mundo cargado de simbolismos y a veces resultamos ser meros objetos de decoración de un entramado que algunos de nosotros no terminamos jamás de entender, como fue el caso de esta tarde.

Casa 5 es, por lo general, el lugar de reunión de toda la información. Desde ahí se mueve, cobra vida propia, se multiplica a través de un intrincado sistema de señales y códigos. Muchas de las palizas y semi linchamientos ocurridos, se han fraguado aquí o se han llevado a cabo en este lugar. El caso es que hace pocos días llegó a esta casa un joven acusado por otros de haber hablado más de la cuenta, de haber “sapeado”, en estricto rigor. Para las leyes soterradas de los muchachos presos no hay acción más deleznable que esta. Si alguno es vulnerado en sus derechos y es golpeado por sus compañeros de encierro, debe ser HOMBRE y callar, dar nombres es autosentenciarse, perder de súbito los pocos privilegios obtenidos, perder amigos, protección, un grupo de apoyo, es caer en la vulnerabilidad total, es perderse y pocos están dispuestos a vivir en esa situación. Todos o casi todos callan, todos aceptan, todos entienden que esa es LA FORMA en que se resuelven las cosas. Este muchacho, al parecer, habría transgredido este principio de vida y ya había sido golpeado duramente por ello… pero faltaba más. La idea ahora era “marcarlo”, convertirlo en un chivo expiatorio, en un ejemplo a ojos de los demás de que las leyes sagradas se respetan con la razón o con la fuerza. La marca debía ser en su cara, es decir, debían cortarlo y ese corte todos lo verían, hasta la posteridad, los de ahora y los de siempre, la intención era dejar en él una huella imborrable. Maquiavelo quedó irremediablemente corto.

Como los compañeros de casa del muchacho, que lo habían sentenciado, no querían quemarse siendo ellos mismos el largo brazo de la ley, aplicaron otro principio básico, heredado de la vieja y mítica organización obrera: a saber, la ayuda mutua. Los padres fundadores del movimiento obrero crearon prontamente Sociedades de Resistencia para hacer frente al avasallamiento patronal y generar espacios de profunda solidaridad de clase, empleando también, en algunos casos, la violencia obrera para frenar la violencia de los poderosos. En el pos moderno caso que nos convoca, los principios rectores son otros y evidentemente el fin último de la respuesta no es ni mucho menos la transformación de la sociedad de clases a una sociedad de hombres libres. Aquí sólo era venganza y un cierto argumento fascista de que el orden impuesto por los poderosos no se altera pues el que lo intente sufre las consecuencias. La antítesis total de nuestros abuelos…

El caso es que, usando este corredor inasible de información se contactaron los muchachos con los de otras casas y validaron su argumento a través quien sabe de qué, pero seguramente apelando a favores recíprocos, algo así como hoy por mí y mañana ya veremos. La profesora de inglés sin querer ni saber, fue víctima de este entramado subterráneo, pues el grupo de muchachos necesitaba un serio argumento para irse a casa 5 a “cobrar”. La falta de respeto fue el leit motiv que los llevó directamente a su presa y por querer hacer lo correcto se hizo el designio de los jóvenes que mueven los hilos del poder interno en el Centro. Valga mi mínimo reconocimiento por ello. ¿Cuántas veces ha sucedido?, ¿Pasará a diario?, ¿Qué otras situaciones más complejas aún pasarán cotidianamente frente a nuestras narices? Como para pensar que la realidad carcelaria es un universo del que se ha descubierto tan sólo una mínima parte. Cómo esto sucedió tan sólo hoy día es de esperar que el joven haya recibido la adecuada protección por parte de los profesores de casa 5. Mañana ya veremos… mañana.

viernes, 5 de noviembre de 2010

DISCURSO DE NIBALDO MOSCIATTI AL RECIBIR EL PREMIO EMBOTELLADORA ANDINA 2010

Les dejo este texto que me llegó hace un tiempo y es la transcripción literal de un discurso que realizó el periodista de Radio Bío - Bío Nibaldo Mosciatti, a raíz de haber recibido el premio Periodismo Embotelladora Andina 2010, de parte, precisamente de la Embotelladora Andina, quien cuenta con la franquicia para vender los productos de la The Coca Coca Company en nuestro país, lo que no es poco decir, como quien dice, la encarnación misma del poder económico en Chile y, por cierto, una de las empresas más importantes en el contexto latinoamericano por ese mismo hecho. Habrá que imaginarse el escozor de las autoridades y de los directivos de la empresa presentes en la premiación del periodista al ir masticando cada una de sus palabras. Se las dejo para el análisis.

"Como el orden de los factores SÍ altera el producto, este discurso comienza así: ¡Familia!, Constanza y retoños, amigas y amigos, queridos auditores, añorados lectores, circunstanciales televidentes, jurado del premio, embotelladora del premio (siempre hay que ser bien educado), autoridades varias y vagas; autoridades en la vaguedad. O sea, en la distancia. Amablemente.
Este texto consta de tres partes. A saber: agradecimientos, reflexiones sobre el oficio y, finalmente, piloto para un espacio de radio de trasnoche. Vamos, pues…
1.- Agradecimientos:
Quiero agradecer a mis maestros. A los que, primero, me enseñaron. Quiero agradecer a mis padres. El rigor de la Loli y la fantasía de Pocho. La perseverancia y pasión de ambos. El aprendizaje de ver pasar el río, de plantar algunos árboles. El vivir la vida sin ambición por el dinero, ni ínfulas sociales.
En este oficio de periodista quisiera haber heredado una pizca del talento, la sensibilidad y la rebeldía de mi padre. Sin esas cualidades, el periodismo se convierte en otra cosa: en una simple reproducción de discursos, en un engranaje más de las máquinas de los poderes y los poderosos, en esa cosa amorfa, triste, gelatinosa, y, a veces, ruin y malvada, que son las relaciones públicas o todo tipo de comunicación que está al servicio de unos pocos en detrimento de la mayoría anónima.
Quiero agradecer, andando ya el camino, a algunos profesores. De mi colegio: Lamiral, Varela, Tolosa, Fierro, Boutigieg, Pilon, Biancard. La añoranza de ese espacio de libertad cuando la libertad escaseaba.
Y de la Universidad… allí, en verdad, gracias a pocos. Es más, si hablo largo terminaría a los garabatos y repudiando a muchos de esa Universidad Católica, la UC de aquella época, puta prístina de la dictadura, con sus sapos, sus silencios cómplices, sus injusticias mofletudamente bendecidas, bendecidas por sus monseñores y sus autoridades venenosas que no se arrugaban en tolerar, avalar y alentar la brutalidad para preservar el orden, que era un orden chiquitito, orden sólo de ellos.
Doble mérito entonces para mis profesores de la Universidad a los que agradezco: Juan Domingo Marinello, Cacho Ortiz, Gustavo Martínez y los Óscares: Saavedra y el RIP González, lo que no es maldad, porque todos nos vamos a morir. Así es que RIP nomás.
Y, en el oficio, más gracias. Gracias a algunos que me apuntalaron, mostrándome matices de dignidad: Salvador Schwartzmann, Jaime Moreno Laval, Mario Gómez López, Gabriela Tesmer.
Los otros, los amigos que me enseñaron y que, por sobre todo, quiero: Andrés Braithwaite, el mejor editor de prensa escrita que haya conocido nunca; Pancho Mouat; los laberintos del pensamiento de Ajens; Pablo Azócar y el filo de su pluma; Rafael Otano y su erudición que te obliga a ubicarte donde siempre debe ubicarse un periodista, que es en la ignorancia; y Patricio Bañados, que me ha mostrado el valor de las convicciones y la decencia que debería imperar en este medio. Pero ustedes lo saben: NO impera.
En cuanto al premio mismo, gracias al premio, que permite esta convocatoria. Así veo a gente que quiero. Premio gracioso y gaseoso. Tan gracioso que creí que era pitanza. Premio de fantasía y bebestible, para mí, que me ufano de haberme criado bebiendo agua de un pozo alimentado por una napa subterránea que desciende al río Bío Bío desde la cordillera de Nahuelbuta. Agua pura.
Gracias, entonces, al jurado que me eligió. Gracias sinceras porque, por lo demás, no he postulado a premio alguno, lo que me indica que mi nombre les salió del corazón. O de la razón, lo que no sé si es mejor o peor, todavía.
Y gracias a la empresa que da el premio. Premiar periodistas es labor samaritana. Mejor que el Hogar de Cristo o la Teletón, en la medida en que no se convoque, paradójicamente, a la prensa.
Sugiero a la embotelladora que también se incluya, en galardones paralelos, a zapateros remendones, desmontadores de neumáticos en vulcanizaciones, panaderos, imprenteros, empastadores de libros, ebanistas y expertos en injertos de árboles frutales, para que se consolide la idea de que lo que se premia es el ejercicio de un oficio, el día a día de las letras, y no la ruma de certificados, con sus timbres y estampillas, ni la galería de cargos, ni, menos todavía, la trenza de contactos, pitutos, militancias, genuflexiones (para no usar imágenes obscenas) favores y deudas. Así debiera ser.
En suma, muchas gracias. Gracias por mí, pero también gracias por La Radio. Este premio es, en gran parte, mayoritaria parte -seamos sinceros-, un premio a Radio Bío Bío. Un premio a un proyecto que nació en 1958, en Lota, con radio El Carbón. Un proyecto que mi padre no sólo ideó, parió, construyó, afianzó y encauzó, sino que es un proyecto que sigue siendo fiel –y esperamos no tropezar nunca en ello– a lo que mi padre quiso. Eso es lo que más se merece un premio: la idea de un medio de comunicación al servicio de la gente, sin cálculos, sin ideas de trampolín para lanzarse a otra piscina. Señoras y señoras, muchas gracias.
2.- Reflexiones sobre el oficio:
Lo primero es que trataré de evitar, probablemente, sin éxito, el peligro de todo discurso, que es terminar pontificando. Imagínense: yo de pontífice. Pondría mis condiciones eso sí: fin al celibato y, por supuesto, me negaría a usar esas polleras que usan los pontífices. Báculo sí usaría: más de alguno con que me cruzo merece un garrotazo, y los báculos papales y obispales, a veces pesados con tanto oro, deben ser buenísimos para tal efecto.
Bien, no nos desviemos, aunque el tema provoque curiosidad malsana.
Entonces: evitar pontificar. Porque el periodismo debiera estar lo más lejos posible de los pontífices: los de las religiones, la política, los negocios, la banca, el capital, la revolución, la involución, las dietas, las verdades reveladas, las ideologías, la numerología y tantos etcéteras. O sea, lejos de las certezas. El periodismo sólo se sostiene en su falta de certidumbres, en la duda permanente, en el escepticismo, en la incredulidad.
Vivir poniendo en duda todo puede, es cierto, generar angustia. Pero si no se busca el poder, la certeza mayor que te da el poder y, por consiguiente, la posibilidad del abuso –porque eso es el poder: la posibilidad de abusar–; si no se busca esa certeza, se puede vivir de lo más bien.
¿Cómo vivir en el ejercicio de la duda? Aventuro una respuesta: haciéndolo desde la sensibilidad. Sensibilidad para entender al otro. Hacer el ejercicio de despojarse de lo propio –las ideas, los odios, las fijaciones– para intentar reconocer, conocer, entender lo ajeno.
Hay, al menos, dos periodismos. Voy a dejar fuera a esa manga de serviles que, por opción (libero de culpa a los que no tuvieron alternativa), fueron útiles plumíferos de la dictadura. Siempre he sostenido que en dictadura, hacer periodismo es hacer oposición. Si yo pretendiera hacer periodismo en China, hoy, sería agente opositor (y qué bueno que el Premio Nobel de la Paz se haya otorgado a un disidente chino).
Bueno, dejando de lado esto, repito que hay, al menos, dos periodismos: Uno, el que le habla a la gente, porque piensa en la gente y siente que está al servicio de ella. Otro, el periodismo que le habla a los poderes, porque vive en ese rincón restringido y cálido –pero nunca gratis– que los poderes guardan a ese periodismo. Es un rincón un poco humillante, como esas casuchas para los perros guardianes, que te guarece de la lluvia pero que incuba pulgas y garrapatas, pero allí nunca falta el tacho con comida. Sabe mal, pero alimenta. Y, en general, engorda.
Lo que entiendo por periodismo es lo primero: el periodismo es un ejercicio de antipoder. Repartir, difundir, democratizar la información que, si es tenida en reserva por unos pocos, constituye poder. ¿No les suena acaso la figura de “uso de información privilegiada”?
Mi convicción, entonces: lejos de los poderes, que el poder corrompe. Y a más poder o más dinero, más corrupción.
De lo mucho que le debo a mis lecturas –en rigor no he hecho más que repetir cosas que he considerado inteligentes y por otros dichas–, le debo a Albert Camus la mejor definición de patriotismo. Si la bandada de sujetos vociferantes que se dicen patriotas se aproximara a esa definición, algo de eso que se sueña como humanismo sería factible. Escribió Camus, a propósito de la resistencia francesa a la ocupación nazi:
“Fue asombroso que muchos hombres que entraron en la resistencia no fueran patriotas de profesión. Pero el patriotismo, en primer lugar, no es una profesión. Es una manera de amar a la patria que consiste en no quererla injusta y en decírselo”.
Uno podría cambiar el término patria por humanidad y patriotismo por humanismo. Y uno podría considerar que ese ejercicio de humanismo es el buen periodismo.
Para no subirse por el chorro, una advertencia: muchos periodistas estaban o están convencidos que el periodismo es la palanca o instrumento para generar un cambio social. Nica. O sea, no. Quienes piensan así exhiben, quizás sin darse cuenta, una arrogancia y un mesianismo temible. Allí no hay duda, ni cuestionamiento. Los cambios los hacen los pueblos, no el periodismo. Tratemos –termino igual como empecé–, tratemos de no pontificar.
3.- Piloto para un espacio radial en el trasnoche. ¡Invito a que me acompañe (en saxo) Nano González!
¿Por qué te premian? ¿Porque ya eres suficientemente viejo? ¿Por qué ya lo que dices son puras boludeces y tus dichos perdieron filo, agudeza, desparpajo, y te repites como un viejo gagá que no dice nada nuevo ni nada que escandalice? ¿Por eso te premian, porque la lengua te la comieron los ratones? O, mejor dicho, ¿porque tu lengua se pudrió, de desprendió, añeja, agria, inútil?
Sobrevuelas un pedazo de tierra, hermoso por lo demás (bueno, hermoso en lo que va quedando de hermoso, porque lo otro ya lo arrasaron) y te dicen: mira, esa es tu Patria. ¿Qué es eso? ¿Una Patria, La Patria, tu Patria? ¿Para despedazarla y repartirla? ¿Para prohibirla, censurarla, amordazarla? Será mejor, entonces, no tener Patria, y ahorrarnos uniformes, paradas militares, desfiles, aniversarios, profesionales ociosos de la guerra. No, no, no; mejor así: que los militares sigan siendo ociosos y que no ejerzan su trabajo. Digo: no a la guerra. Y agrego: mar para Bolivia, y con soberanía.
En cada uno de nosotros habita ese lobo que ve a los otros como ovejas, y quiere devorárselas. Pero no nos engañemos, los lobos son los lobos de siempre. Se les reconoce por el hedor que van dejando sus meados. No trates de domesticar al lobo. Sácale lustre, aliméntalo con carne cruda y no lo retengas cuando llegue la hora de las dentelladas. ¿Se acuerdan de ese coro, auténtico, maravilloso, porque ponía en duda el orden que es, como todo orden, en el fondo, una prisión? El coro decía: ¡va a quedar la cagada, va a quedar la cagada, va a quedar la cagada…!
Nosotros, asesinos. Esa cualidad última es la que se promueve. No veas al otro como un socio, olvídate del concepto de prójimo (salvo cuando vayas a ese teatro vacío que se llama iglesia). Gánate un espacio, desplazando a otro. Es una lógica asesina. Bienvenidos al carrusel de los depredadores. Nuestro futuro está escrito: feliz regreso al canibalismo.
¿Dónde están los que no están? Bueno, yo lo sé, porque así lo siento: en ningún lado, por algo no están. Chau, listo, se acabó… Pero están. En nuestros recuerdos, en la memoria. Me gustaría que estuviera aquí Galo Gómez. Galo Gómez hijo. Romántico y pendenciero, pero tan buen tipo que sus peleas eran pura bondad. Galito, ¿te mataste o te mataron? No, parece que fue la borrachera y el exceso de velocidad. Te mataste, entonces. Te echo de menos.
Luciérnagas en la noche. Bajo los boldos, vuelan encantadas las luciérnagas de mi niñez y juventud. No las vi por años, casi décadas, hasta que una noche reaparecieron. Allí, en la orilla del Bío Bío. ¡Luciérnagas en la noche de nuevo! Como un mensaje que dijera: no todo está perdido, no todo es derrumbe. La sobrevivencia de las luciérnagas como metáfora de la supervivencia de lo hermoso, de los sueños, de que sigan existiendo luciérnagas para los futuros niños.
Y sí… Quisiera volver a ser un niño. Vivir, aunque sin saber, que todas las posibilidades del mundo están abiertas y disponibles para mí. Eso es la niñez: la infinitud de rumbos, la ausencia, por el momento, de condicionamientos, directrices, guías. El primer día de colegio es el primer navajazo a esa infinitud. Quisiera volver a ser un niño, antes del colegio. Niño, niño. Puro horizonte, posibilidades infinitas. Quisiera ser niño. ¡Y sin premio!
Muchas gracias."
http://ciperchile.cl

EL APORTE DE LOS TALLERES PEDAGÓGICOS. UNA MIRADA DESDE LA PEDAGOGÍA SOCIAL

Cuando escuchamos la palabra taller son muchos los adjetivos y definiciones que relacionamos con este concepto, sin embargo, la mayoría de ellas están asociadas a un espacio de trabajo, un lugar en el que se está construyendo, se está creando, se están moviendo herramientas y hay operarios activos desarrollando su labor. Esta definición clásica de taller, devenida de la época final del Medioevo, que lo reconoce como un lugar de encuentro en el trabajo a escala humana, es decir una actividad de relación profunda y estrecha entre el creador o artesano y la obra o el objeto creado me permitirá establecer un camino de comparación respecto de las actividades desarrolladas en los talleres pedagógicos de la actualidad.

En el taller medieval la figura del maestro es la del artesano más experto que tiene a su cargo a un pequeño grupo de artesanos aprendices. El proceso productivo no está centrado directamente en el maestro, pero su labor es vital para articular el pequeño taller; él desarrolla una labor de correa transmisora entre su conocimiento y su manera particular de enfocar el desarrollo del trabajo, heredada de la experiencia, y el conocimiento de sus dirigidos. El taller, en este sentido, es una manera efectiva de acceder a nuevos aprendizajes, a nuevas formas de resolver situaciones, basado fundamentalmente en la actividad cooperativa, en el intercambio fluido de experiencias, en el encuentro a través del lenguaje, experiencias, además, asociadas a un proceso de organización basado en la obra artesanal anterior a la fábrica, a la producción en serie y a lo que Zigmunt Bauman definiría como Modernidad Dura.

El Taller Pedagógico, en este sentido, recoge la perspectiva del trabajo a escala humana pues está centrado en actividades con pequeños grupos de estudiantes, de preferencia no mayor a 15 personas, incluidos los educadores.

HACIA UNA DEFINICIÓN DE TALLER PEDAGÓGICO
El sentido de este breve texto no es establecer una definición conceptual respecto de los talleres pedagógicos, sino más bien establecer una mirada, una reflexión, centrada en la práctica cotidiana, respecto de algunas claves y puntos de fortaleza descubiertos en el HACER cotidiano que es o debiese ser el padre de todas las teorías.

En primer lugar es necesario establecer un hecho evidente: el taller debe estar constituido en torno de un tema. El Taller Pedagógico, a diferencia del espacio tradicional de trabajo en la sala de clases con temas propios de los planes y programas del Ministerio de Educación, está centrado o debiese poner el énfasis en las necesidades de los estudiantes, en sus particulares concepciones de la vida, en su realidad sociocultural. Del mismo modo, al igual que los espacios tradicionales de educación es una instancia eficaz para desarrollar experiencias de aprendizaje, experiencia que se verá fortalecida por la participación activa de los estudiantes. Para que esta última premisa tenga un sentido práctico en la realidad el taller debe considerar algunos aspectos esenciales.

En primer lugar y como ya lo señalaba, el TEMA es fundamental. Las clases tradicionales son imposiciones arbitrarias de una serie de materias que los jóvenes tienen la obligación de considerar para optar a ser aprobados o no, para acceder al siguiente nivel o quedar empantanados hasta nuevo aviso. Una de las dificultades de los profesores de aula respecto de esta situación estriba en la mayor o menor experticia para hacer de las particulares asignaturas y su infinidad de detalles técnicos, algo grato de ser escuchado y algo interesante para ser aprendido. Hay quienes dicen que el aprendizaje no tiene porque ser entretenido, que el profesor no es un payaso que debe hacer reír forzosamente a sus estudiantes para que sientan que la clase es agradable y no una lata espantosa. Estoy de acuerdo con lo último; nuestra misión no es hacer reír a una audiencia deseosa de pasar un momento agradable, nuestra misión es desarrollar espacios de reflexión profunda en nuestros estudiantes y si estos espacios pedagógicos están desarrollados en un ambiente que favorece el diálogo fluido, la libre expresión de ideas, la comodidad y el interés natural por aprender cosas nuevas por sobre la etiqueta o los formalismos, no veo el inconveniente de considerar que los talleres deben estar centrados en una dimensión que ve los procesos de aprendizaje como experiencias placenteras y al educador o profesor como el principal impulsor de un ambiente que promueva el desarrollo de estas experiencias.

El tema es esencial no sólo porque es el eje articulador de la experiencia didáctica, sino también porque es, desde el momento de su elección por parte de los estudiantes, la señal inequívoca de que el proceso de construcción pedagógica está centrado en ellos y sus necesidades de aprendizaje. De inmediato rompemos con la trama de obligatoriedad que le otorga un peso innecesario a los procesos de aprendizaje en el aula tradicional. El taller no es obligatorio, obedece a un proceso de interacción entre las necesidades de dialogar un tema por parte de los educadores y las necesidades por reforzar o incorporar nuevos conocimientos por parte de los estudiantes. El taller no es una imposición, obedece a un acuerdo establecido previo a la concreción práctica del mismo entre los estudiantes y los educadores. Una vez establecida esta primera y fundamental premisa respecto del Taller pedagógico, el segundo elemento a considerar es lo concerniente a LOS ACUERDOS de trabajo. (Que desarrollaré en breve).


lunes, 1 de noviembre de 2010

AL MAESTRO CON CARIÑO

CLAVE: Ingeniero que se hace profesor a la fuerza y descubre su talento
CONTEXTO HISTÓRICO DE LA CINTA
Corre la vertiginosa década de los 60, 10 años que revolucionarían la forma que tenemos de entender el mundo, que le darían sentido a frases como Poder Joven, Revolución de las Flores, Revolución a secas, Libertad, Rebeldía. Los que avanzamos a paso lento por la senda de los 40 años, somos hijos ilustres o tal vez nietos prematuros de aquellos momentos vertiginosos. Nuestros padres se conocieron escuchando las guitarras lúcidas del rock y la fuerza social de la Nueva Canción Chilena, esa música que hablaba de la gente de la tierra, esa gente sencilla que construye los puentes y los altos edificios y produce lo que otros comen en sus pulcras mesas y no figura en la página social de diario alguno y sólo aparece en televisión en la crónica roja de los noticiarios. Así como Chile bullía en un gigantesco despertar social el mundo también se estremecía, el planeta entero vibraba y se sacudían las viejas estructuras de poder.

En ese anterior contexto, en el contexto de la guerra de Vietnam, de los movimientos por la liberación de los países africanos del dominio colonial europeo, de los movimientos guerrilleros en América, de la revolución de las flores en Estados Unidos, del movimiento popular en Chile que llevaría a Salvador Allende a la presidencia el año 1970, de la píldora anticonceptiva que provocaría un destape sexual y traería temas como la liberación de la mujer, de los hippies, de las drogas alucinógenas, de las barricadas en París, de la primavera de Praga, de la lucha por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos y Sudáfrica, de un imperio mundial (el inglés), que comienza a perder su hegemonía en favor de otro imperio mundial (el norteamericano), es que se desarrolla esta cinta y es, precisamente, en Inglaterra donde está ambientada.

RESUMEN DE LA PELÍCULA
Una vez concluida esta sucinta contextualización histórica nos situaremos en el contexto local de la cinta. Son los primeros años de la década de 1960 y un ingeniero de raza negra, al no encontrar trabajo en su área decide incursionar en la pedagogía (esto ya me parece conocido a muchos casos cercanos vistos en CINE PEDAGOGÍA). El hombre en cuestión, de nombre Mark Thackeray (interpretado por Sidney Poitier) acepta el puesto en una escuela pública del Londres obrero, espacio cultural en el que los vecinos, en general, y los estudiantes, en particular, no sólo practican un lenguaje estilo proto cockney, abuelo del punk de los 80, sino también representan el espíritu de la época: rebeldes, contestatarios, groseros, cargados de la rabia proletaria frente a la injusticia del mundo de los poderosos. Thakeray será el blanco (dicho sin asomo de provocar un juego de palabras) de las burlas, de las “emboscadas”, de las humillaciones de sus estudiantes, quienes ven en este forastero a una buena posibilidad para reírse un poco de la autoridad.

Thakeray intentará, a través de métodos tradicionales (llamadas de atención, castigos, amenazas) controlar ese creciente germen de molestia y desgano de sus estudiantes, pero a medida que avanza y fracasa, sólo le queda esperar el milagro de un trabajo “en lo suyo”, es decir un trabajo lo más lejos de una escuela posible. La realidad y la necesidad de sobrevivencia inmediata, sin embargo, lo hace ir lentamente involucrándose en la vida de sus estudiantes y… mis estudiantes ya conocerán el resto del discurso: “dónde un profesor instala las emociones y el afecto como parte de su práctica pedagógica, ahí hay espacios mágicos que se abren entre su universo y el de sus alumnos”.

El ingeniero devenido en profesor se encontrará inevitablemente con una disyuntiva, una duda, una molestia que lo hará tomar profundas decisiones respecto de la forma en que está desarrollando su labor. En un determinado momento las clases dejan de serlo y se convierten en una tortura. A todos nos embargará, probablemente, esta sensación, a algunos ya nos ha pasado en algún momento oscuro de nuestra formación profesional in situ. Lo vital es rearticularse, apelar a la emoción profunda que nos motivó a elegir esta carrera y no otra menos costosa desde el punto de vista emocional. Algunos nunca reconocen el golpe y pasan a engrosar la onerosa lista de profesores gastados, cansados, prejuiciadores, castigadores, que desarrollan un sentido retorcido de la autoridad, que hacen más daño con sus palabras y acciones que beneficios. Otros dan el salto, revisan en profundidad su práctica, acogen la humildad como parte integral de su formación, no dudan en reconocer errores y buscar la mejor forma de resolverlos, reconocen en una clase que no funciona la posibilidad segura de mejora asumiendo su propia responsabilidad, se sienten aprendices permanentes, dudan de las certezas ciegas y arrogantes. Se hacen fuertes de una manera muy intuitiva y son capaces de llevar a la práctica sus nuevos descubrimientos, esos son los imprescindibles diría en clave pedagógica Beltolt Brecht.

Thakeray resuelve el acertijo, colapsa una posibilidad diría un seguidor de las lógicas cuánticas; colocado en su propio tránsito histórico elegirá lo nuevo, lo no inventado, será el creador de su propio método, con lo cual se constituirá, con todos los pergaminos, en un pedagogo, y su método moverá los cimientos de las vidas de sus estudiantes, como suele suceder cuando detrás de un profesor cualquiera se esconde una profunda y arrolladora pasión cuyo cauce es la educación. Thakeray tiene, entonces, su momento de insight, es decir aquella experiencia profunda que lo hace “mirarse hacia adentro” y cobrar una mirada más amplia de lo normal, una mirada abarcadora que lo lleva a elegir en esa disyuntiva de las decisiones, el camino correcto.

DATOS DE LA CINTA
Título Original: To Sir with love. Rebelión en las Aulas (España)
Duración: 01:44:56
País: Reino Unido
Año: 1967
Director: James Clavell
Guión: James Clavell (Novela: E.R. Braithwaithe)
Fotografía: Paul Beeson
Música: Ron Grainer
Actores: Sidney Poitier, Christian Roberts, Judy Geeson, Suzy Kendall, Ann Bell, Faith Brook, Geoffrey Bayldon, Patricia Routledge, Mona Bruce, Fiona Duncan, Rita Webb, Adrienne Posta, Edward Burnham
Productora: Columbia Pictures
Género: Drama

Les dejo dos videos de la cinta. En el primero podemos ver los últimos minutos de la película con la inolvidable canción que da título a la historia, interpretada por una artista de la época "Lúlú", quien también formó parte del elenco

El segundo video es una versión en castellano, interpretado por una artista peruana de nombre Kela Gates


AL MAESTRO CON CARIÑO (Versión en castellano)
Y pasó el tiempo
Y el colegio tuve que dejar
Con mil recuerdos
Que en mi mente Siempre quedarán
Del profesor que yo me reí
Fue el que me enseñó la realidad … Sí…
Sé que no es fácil olvidar
Ni la luna, ni el cielo, ni el mar Siquiera lo podrá igualar
Ni las estrellas Podrás encontrar
La vida Que él nos da
Por eso canto Y mi mensaje Quiero hacer llegar
Sé que es humilde Más con el alma Se lo voy a dar
Es para usted En nombre de Dios
Es para el maestro con amor
Es para usted Que nos guió
Ni la luna, ni el cielo, ni el mar Siquiera lo podrá igualar
Ni las estrellas Se lo cantarán
Al maestro Con amor…
• Canción “Al maestro con cariño” en la versión española por la cantante peruana Kela Gates con el grupo musical Los Belkings. (Versión en inglés por la cantante Lulú)
Por último, en un próximo envío, les dejaré una selección básica respecto de la música rock y la Nueva Canción Chilena