Pareciera ser un lugar común decir que la educación chilena está en crisis y todo el mundo se refiere a ella con desenfado y cierto conocimiento de causa, desde el ámbito de la tecnocracia, la clase política, las otras ciencias, todos hacen las veces de doctor y miran a este enfermo crónico con preocupación y soluciones cuál de todas más novedosa e impertinente. Somos una espina dolorosa clavada en el lugar más sensible de un país que no ha terminado de hacerse grande, que se queda irremediablemente en la adolescencia, en la irresolución, en la impulsividad, en un eterno ensayo respecto de cómo sería mejor seguir caminando.
Los únicos que vivimos con un relativo silencio todo este torbellino de ideas y discursos cada cuál más grandilocuente respecto de “nuestro tema” somos precisamente los profesores. ¡Qué falta hemos hecho en este debate!, ¡la de ideas que pudiésemos aportar!, ¡la experiencia que podemos poner al servicio de la más noble de las causas cual es la de formar a las nuevas generaciones!.
Muchos de los nuestros están cansados, desmotivados, sin ganas. La compleja realidad que les ha tocado vivir en el plano laboral ha sido más fuerte que sus propios sueños y convicciones y se han quedado ahí, anquilosados a viejas prácticas que no dan cuenta de lo que sucede en su entorno, son hombres y mujeres inmóviles, que en su conducta cotidiana inmovilizan a generaciones enteras haciendo un daño irreparable.
Otros, sin embargo, en medio de la tormenta despliegan las velas, se nutren cada día de nuevos aprendizajes, a las dificultades las llaman desafíos, ven en cada ser humano con los que le toca en fortuna trabajar una posibilidad, aprovechan los errores como herramientas poderosas de construcción pedagógica, su mirada sabe lo que busca, miran pedagógicamente, son hombres y mujeres que dejan huella, que calan hondo en la vida de sus estudiantes, que marcan rumbos nuevos y son inolvidables. ¡Cuán necesarios son esos Maestros y Maestras!.
Creo firmemente en el poder fabuloso de la educación. Creo que una persona “educada” no es aquella que sabe cómo sentarse en una mesa de un lujoso restaurante y sabe que cubiertos tomar y que copa usar según qué trago… Una persona educada es aquella que mira con profundidad la vida que está viviendo, que enfrenta con inteligencia los desafíos ponderando una u otra posible solución, que sabe cómo tomar decisiones, que no le tiene miedo a las nueva experiencias que lo hacen moverse de su zona de confort, que sabe que equivocarse es una condición natural de la humanidad, al igual que acertar y ambas nos nutren de experiencia, que sabe lo que quiere y aun cuando no lo sabe tiene plena conciencia de este hecho y no se asfixia con ella, la vida no es acaso un gran tablero de ajedrez y siempre hay más de un camino, vivir es caminar, aprender del otro y otra, respetar, ver al otro como un legítimo otro, como diría nuestro Maturana, “obrar de modo tal que usemos la humanidad, tanto en nuestra persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”, como diría el viejo Kant. Una persona educada irradia algo especial, su voluntad mueve montañas.
He sido profesor desde hace casi 15 años y cada día siento que queda un caudal inagotable de cosas que aprender. Desde el comienzo he querido trabajar en los espacios más complejos, en la orilla del precipicio, si un estudiante dejaba de ir a la escuela, ya sea por abandono o por rechazo de la institución escolar, simplemente se caía al abismo y no pasaban muchos días hasta que volvíamos a saber de él a través de la página roja de los noticieros. Vi a muchos estudiantes abandonar y ser abandonados por la escuela. Me formé la firme convicción de no dejar a ninguno de mis estudiantes de lado, de no cerrarles la puerta, de mirarlos con respeto, con ternura y ver en ellos un mundo de posibilidades. Me he caído y ha dolido mucho la caída, pero luego me he sentido más fuerte al ponerme de pie. He ido afinando el trazo en el camino, sé que un profesor “no cambia a nadie”, sólo es una buena o mala influencia. El que toma la decisión final es el otro u otra siempre. Nosotros nos movemos en ese punto medio e inasible entre la persona devenida en estudiante y el mundo de las posibilidades.
En este proceso de ir constituyéndome en maestro de este oficio he tenido la fortuna de vivir la experiencia de trabajar en dos realidades que de tan diametralmente distintas parecen irreconciliables. Por un lado el mundo carcelario con jóvenes privados de libertad en CIP CRC SAN BERNARDO y, por el otro, en el mundo de la academia, siendo profesor de los futuros profesores en la Universidad Católica Silva Henríquez, ¡Qué suma de experiencias tan diversas!. En ambas encuentro la certeza de que la escuela debe cambiar. La escuela debe sacudirse el polvo de los años y ser capaz de corregir los errores heredados de falsas creencias respecto de la educación. La escuela debe contar con liderazgos activos, que sean capaces de mover a sus profesores, de reencantarlos con la educación, pues ya no basta reencantar a nuestros propios estudiantes, es necesario hacer el mismo esfuerzo con los profesores, promover climas sanos de convivencia, facilitar tiempos y espacios para las coordinaciones de trabajos consistentes, apelar a los nuevos enfoques en pedagogía y trabajo en equipo. Los nuevos liderazgos en las escuelas deben saber estar presentes pero también deben saber delegar responsabilidades, deben conocer las capacidades y dificultades de cada profesor o profesora y fortalecer y promover esas capacidades, pero del mismo modo dar cuenta de las dificultades y convertirlas en desafíos.
La escuela es el espacio real en el que nos constituimos en profesores. La academia nos llena de teorías diversas y enfoques y miradas pedagógicas necesarias por cierto, pero es la práctica cotidiana la que en verdad nos constituye en lo que somos, nos hacemos profesores no precisamente el día en que recibimos nuestro diploma de titulación, nos hacemos profesores cuando somos capaces de tocar el corazón de un estudiante con nuestra acción pedagógica, nos hacemos profesores cuando en virtud de nuestra gestión de aula somos capaces de “mover”, de estremecer a nuestros estudiantes, de hacer que estos vayan descubriendo un sentido profundo en sus vidas y en las de sus semejantes.
Por último una adecuada gestión de aula requiere ser fortalecida y promovida a través de una adecuada gestión de escuela. La escuela es aquel espacio vivo que no sólo sirve para “retener” a nuestros estudiantes mientras sus padres trabajan. La escuela debe hacer que sus “alumnos”, entendiendo este concepto desde la perspectiva socrática, amen lo que viven en sus salas, que vayan a ella con gusto, con placer, con sed de experiencias pedagógicas, con ganas de aprender temas nuevos y proponer otros. Cuando suene el último timbre de la tarde y sea la hora de irse a sus casas y nuestros estudiantes no quieran hacerlo, será la señal de que estamos comenzando a hacer lo correcto. Quien dice que esto es imposible, jamás ha sido profesor.