
Puedo oler el paso de los días y escucho a los pájaros treiles cantar cuando la lluvia se aproxima, puedo sentir el frío de una noche despejada avisar el fin de un nuevo ciclo, el tiempo de descanso “rimû” llega a su fin y el tiempo de lluvias “pukem” comienza con el retorno del sol para continuar los ciclos permanentes de la naturaleza.
Y así avanzamos, sin detenernos siquiera paramirar el reflejo de estrellas que murieron hace mucho tiempo atrás, avanzamos camino de la muerte como quién sabe lo que quiere, como quien intuye que este camino es un sendero de aprendizaje, cada experiencia es una experiencia vital, cada persona que se nos cruza en el camino es una pieza importante de este rompecabezas que vamos armando con esmero y algo de despreocupación a veces, cada nueva duda es la posibilidad cierta de saltar desde nuestra zona de confort hacia lo desconocido, cada nuevo día es un desafío que nos hace más fuertes y serenos. La Tierra cruza, pertinaz, el polvo cósmico a una vertiginosa velocidad. Yo miro desde mi ventana la estela invisible que deja su paso, la huella molecular de la historia, y me abandono y me dejo caer al abismo del sueño, a la espera del nuevo día, con su carga de horas y piel y tiempo sobre la vereda interminable del tiempo.
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