Octubre caminaba
hacia sus últimos días. La primavera no dejaba de agitar la placidez de las
tardes cada vez más extendidas. El mes había comenzado con una tragedia de
proporciones, aún resonaba en la prensa el lamentable accidente de un Boeing con
destino a Chile estrellado en las frías aguas del océano Pacífico… 70 pasajeros
muertos. La tragedia luego, saltaría a la selvática de Guatemala, 83 muertos en
una estampida humana mientras se disputaba un partido de fútbol. Octubre de
1996, un mes en medio del tiempo, un mes en medio de la marea incontenible del
tiempo, tan sólo un grano de arena en medio de una interminable playa de tiempo,
de mar y tiempo, de cerros, humo tóxico y un largo y angosto país que se movía
al unísono del tiempo.
Santiago se agitaba
como de costumbre, el calor de esos días hacía presagiar un verano reseco y
agotador. Los niños comenzaban a desplegar sus juegos de verano y en algunas
comunas todavía se empinaban por el gris cielo los volantines de diversos
colores y formas. Hacia el sur de la capital, en la comuna de La Pintana, el
milagro de la vida transformaba la mirada de una mujer, era el día 23 de
octubre y un niño rubio, de ojos pardos saltaba del vientre a la vida dispuesto
a romper el estigma de la pobreza o empujado quizás por el desafío de vivir una
vida que no puede vivirse.
La madre hace todo
lo posible por salir adelante con el niño. Su realidad no es distinta que la de
miles de personas anónimas viven a diario en las calles de esa comuna inventada
a principios de las años 80, bajo la tutela de los militares, con el objeto de
“limpiar” las comunas pudientes de tanto pobre. Para la dura mirada delos
dueños del poder en aquellos días, era impensable que los pobre pudieran vivir
a tan cercana distancia de los “patrones”, había que alejarlos lo más posible,
invisibilizarlos, borrarlos. El barrio donde comienza a crecer el niño está
teñido de violencia, la madre se involucra en diversos robos, asaltos y hurtos.
Había que buscar la manera de sobrevivir, de alimentar a su pequeño muchacho,
la esperanza brillaba en sus ojos, la vida podía ser distinta, quizás las cosas
podrían mejorar con algo de fortuna, en fin.
El padre del niño
es un padre ausente desde casi siempre y aunque quisiera estar con él es
imposible, pues cumple una larga condena por otros delitos. Cuando el niño
cumple dos años le cae encima la primara
de varias crisis, su madre es condenada a 5 años y un día por un robo con
violencia. Comienza el movimiento que lo acompañará el resto de su vida, estar
quieto en el mismo lugar es peligroso, hay que moverse, hay que estar alerta,
hay que buscar otro lugar y otro y luego otro. Su abuela materna es quien lo
protege durante este período.
Cuando el niño
cumple 3 años su padre sale de prisión, pero no tiene ningún interés por
hacerse responsable del muchacho, no lo ayuda de ninguna forma, otros intereses
están en su cabeza, otras prioridades, pronto desaparece nuevamente y así será
hasta que el niño se haga grande y entre al colegio.
Los primeros años
de colegio son muy buenos, tiene buenas notas, su madre lo ayuda económicamente
desde la prisión, pero su pilar fundamental, aquella mujer que lo ha acompañado
desde que era sólo un pequeñito que apenas caminaba es su abuela. Cuando la
madre sale en libertad, las cosas parecen mejorar por un breve instante, pero
es sólo un espejismo, una apariencia que se diluye rápidamente pues la madre
continúa con sus actividades delictuales y cuando el padre intenta recobrar el
tiempo perdido y hacerse responsable de tanto tiempo de ausencia, es la madre
la que no le permite acercarse a su hijo.
Una vez cumplidos
10 años las cosas comienzan a cambiar para el muchacho, las notas ya no son las
mismas en la escuela y su conducta es distinta, está más contestatario, más
rebelde. Sus amigos comienzan a ser
otros, que le muestran un mundo del que había estado rehuyendo por temor a
repetir lo que a diario veía en su madre. Cuando ésta cae detenida nuevamente
y cumple dos meses de prisión, las cosas ya no son las mismas y el muchacho
entrará del todo a un mundo peligroso, en el que cada acción realizada tiene
inevitables consecuencias. Su madre no enmienda el rumbo, por el contrario. Ella empieza a desaparecer
por largos períodos de tiempo. Ya no
sólo es el delito el que la mueve, ahora es una consumidora de pasta base y
este vicio se transforma en el sentido de su vida. Ella está mal y él se da cuenta
de aquello, aunque no sabe cómo ayudarla ni ayudarse a sí mismo pues el dinero
escasea, la cuentas se acumulan, el hambre arrecia y la pobreza es la constante
en un barrio plagado de pandillas y personas tan pobres o más que uno mismo.
Una vez que termina
de resolver sus conflictos internos el muchacho se lanza con todo a la vida
delictual. El dinero aparece y con él la comida y la buena ropa. Ya tiene 12
años y parece todo un hombre, aunque la expresión profunda y transparente de
sus ojos no se pierde del todo. Su madre sí que pierde con el consumo y pasa
por momentos de cordura y entereza para luego caer en el abismo de la droga y
precisamente en ese agujero de dolor es que pierde un bebé de meses de
gestación, una hermanita que no fue, una vida que fue consumida por la droga
aún antes de haber nacido. No será, lamentablemente, el único hijo que se le
muere en el vientre producto de su prolongado consumo. Son 3 los hijos que ella
ve nacer muertos y en medio de tanto dolor y aún en medio de tanto consumo, uno
de sus bebes logra adaptarse a la vida y nacer, una hermosa niña rubia que pone
feliz al muchacho, una vez más la vida trayendo esperanza, aunque esa esperanza
sólo sea una bonita palabra de cuatro sílabas que sirve para alegrar la vida
por un breve, fugaz y efímero instante.
El barrio sigue su
mismo curso de siempre, todas las noches son noches de balaceras, la ley del
más fuerte o del mejor armado impera en cada esquina. La madre pasa por
períodos de abstinencia y períodos de consumo desatado y en medio de uno de
esos períodos buenos conoce a un hombre que la enamora y se casa con ella y se
la lleva con él, su pequeña hija se queda con el padre.
El niño rubio de
ojos pardos, nacido un tibio 23 de octubre de 1996 ya no es un niño, ha llegado
a los 15 años, es un delincuente habitual conocido en su barrio. Ha dejado de
estudiar hace mucho tiempo. Gran parte de su familia está o ha estado en prisión.
Los traficantes del barrio, acostumbrados
ser ellos los que dan las órdenes, no lo quieren, pues no les interesa
aceptar los arrebatos de un muchacho que no se deja pasar a llevar. Su vida
corre peligro y cuando un día llegan a su casa para “cobrar” todos los desaires
realizados decide que ya es tiempo de moverse una vez más, alejándose del
barrio y del sector, refugiándose en la serenidad de una comuna más campestre
dónde su rostro y nombre no sea tan conocido.
Luego de un tiempo
de estar establecidos junto a su madre, esta cae detenida nuevamente, condenada
a 18 meses de prisión. Por primera vez en mucho tiempo el joven vive sólo y los
gastos de la casa y el apoyo económico a la madre en prisión son
responsabilidad suya y sólo suya, pero el tiempo de su libertad se ve
interrumpido drásticamente. Cae detenido y es condenado a permanecer
encarcelado por un año. Hoy se encuentra cumpliendo lo que le queda de esa
condena en CIP-CRC San Bernardo, esperando con ansias el día de su apreciada
libertad para volver a estar con su madre y seguir apoyándola como de
costumbre. Mientras termina de escribir las líneas de su breve pero intensa
historia, escucha música con su compañero de pieza y piensa en la cantidad de
jóvenes que a diario viven esa misma realidad que él ahora termina de contar.
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