
Yo veía, con el despertar de mis primeras inquietudes de niño explorador, a mi viejo y a otros tantos y tantos anónimos viejos doblarse la espalda, todos los días y a veces incluidos los domingos, de sol a sol, desde muy temprano en la madrugada cuando aún todo el mundo conocido navega en medio del sueño y la tiniebla de un cercano amanecer hasta la tarde cuando el sol cansado ya de tanto baile y fiesta se oculta tan sólo para dejar paso a las parejas furtivas de e

la semi penumbra en las entrañas del estadio llenándolos bolsillos de tapitas, extasiado hasta la médula, ajeno en esos segundos al devenir de la gente que colmaba todos los pasillos y no siendo partícipe de la gente que seguía y seguí llegando en un caudal inagotable. Tan sólo cuando se me hizo de verdad dificultoso el caminar en medio de tanto y tanto público que buscaba salir a las galerías para ubicarse definitivamente, constaté el virtual peligro de extravío en el que me encontraba y cosa graciosa, había olvidado completamente cual era la escalera por la que había descendido hasta los baños y frente a mis ojos ya las personas colmaban las escaleras de acceso a las dos entradas que tenía para elegir.
Yo, en medio de los nervios y la desesperación traté de razonar como siempre lo hacía cuando estaba solo, es decir, en forma notable y perfecta, si tenía tan sólo dos posibles salidas tenía entonces tan sólo

La alegría me duró bien poco a decir verdad, no recordaba ningún detalle, a decir verdad no había hecho el menor esfuerzo por grabar algún detalle que no fuera el que nuestra ubicación se condecía con el hecho de tener siempre al frente de nosotros al
banderín del córner y con sólo ese detalle me dirigí hacia una de las escaleras y salí en busca de mi destino, de mi frugal destino.
Guiado tan sólo por mi fiero instinto y cargados mis bolsillos de tapitas llegué hasta donde se encontraba mi viejo y este me miró con su cándido aire de padre regalón - Donde te había metido cholo crestón – fue lo que me dijo mientras me dejaba caer un suave coscorrón en la cabeza. Luego me senté y continué con mis cavilaciones en torno a donde habría de esconder el importante tesoro con el cual me iría del estadio en ese maravilloso día de ordenamiento y fútbol.
Mi viejo no miró ni se percató en ese instante de mis bolsillos y el partido estaba muy cercano en su comienzo y las barras de cada equipo una vez más habían despertado de su ligera modorra y a medida en que la hora fijada se acercaba crecían los ánimos como si de una gran caldera se alimentaran y la caldera cada vez daba más y más fuego y calor hasta que estuvo a punto de estallar en mis pedazos y la gente
preparaba sus abalorios y yo picaba y picaba papel de diario y mi viejo agitaba con verdadero orgullo la bandera alba de nuestros amores yo lo veía con el rabillo del ojo como hinchaba el pecho de alegría y entusiasmo y sus ojos brillaban de contento y ya venía por fin el minuto anhelado durante gran parte de la tarde y era todo un mar de banderas blancas las que se agitaban y al otro lado de la frontera era otro mar de banderas azules y todo el grandísimo estadio era un océano rugiente de banderas blancas y azules que bailaban y desplegaban sus colores y por los parlantes del estadio llamaban al dueño de una patente número ya no me acuerdo y luego continuaba la melodía que acompañaba cada principio y cada final de partido y era esa de los viejos estandartes, del séptimo de línea, marchas militares en medio de cada encuentro deportivo, mal que mal estábamos en medio de una dictadura todavía y en el estadio aún se podía oler el fantasma de los desaparecidos y los asesinados y
torturados en sus oscuros pasillos.
Luego todo fue carnaval, todo el estadio explotó en un movimiento descontrolado y el papel picado voló por el cielo cada vez más benigno de la tarde que se acercaba
hacia la noche veraniega y saltaba la chaya y todo parecía la celebración de un multitudinario cumpleaños y Colo-Colo se asomaba desde los camarines y enseguida
hacía lo mismo la Universidad de Chile y explotaba la

Todo el estadio era durante un gran rato una marea incontenible de gritos, aplausos y movimiento y el pasto había dejado de ser verde y ahora era verde, blanco y azul, como para imaginar los colores de una nueva y misteriosa bandera confederada, algo así como los nuevos amigos de siempre, los adoradores del fútbol, los que estoicamente esperan el paso de las horas a merced del calor espeso de un sol que no daba tregua, al menos durante ese día.
El anunciador comenzaba a dar las alineaciones de cada equipo y cada vez que nombraba a un jugador de Universidad de Chile la mitad del estadio le respondía
riendo con un “conchesumadre” que a mí me daba un poco de vergüenza repetir y que de hecho no repetía, pues a decir verdad no decía ni el más delicado de los
garabatos por aquellos días. Luego le tocaba el turno a Colo-Colo y era el desquite de la barra azul y ahora todos los jugadores de Colo-Colo eran unos “conchasdesumadre” y eso no me gustaba mucho así es que redoblaba los aplausos para cada jugador de mi equipo, pero sobre todo cuando nombraban con la camiseta número 9 a Carlos Caszely (¿así se escribe?) mi ídolo indiscutido, mío y de toda la barra colocolina a decir verdad.
La cosa es que el partido en cuestión transcurrió demasiado rápido para tanta espera, siempre era así, nosotros nos desgastábamos los sesos y la piel en medio de un sol demoledor, esperando y esperando y luego el partido llegaba demasiado aprisa y tampoco se dignaba a esperarnos el villano armador y rector del tiempo pues este pasaba demasiado acelerado mientras todos nos quedábamos con la sensación de haber visto demasiado poco y habernos cansado demasiado mucho.
El partido terminó con una apabullante derrota para Colo-Colo en ese día, 3 a 1 marcaba el tablero electrónico y la tarde invitaba sin preámbulos al llanto. La mitad del estadio salió con la cabeza gacha, completamente mudo y sin más ganas que la de irse rápidamente a la tibieza del hogar para olvidar la amargura que anidaba en sus corazones.
- Equipo crestón, no da ninguna satisfacción por la misma mierda- gruñía mi viejo en medio de su incipiente disfonía producto de tanta instrucción lanzada a los jugadores.
–¡Corre posh guevón, si te están pagando por las rechuchas!.
–¡¡Ponle la pata posh mierda!!.
-¡No le crea, hombre, no le crea!.
-¡¡¡Que estai cobrando viejo chuchetumadre!!!, ¡¡¡Que estai cobrando!!!.
-¡¡Levántate del suelo cagá, si nadie te cree!!
Y otras tantas cosas por el estilo decía mi padre y que harían el deleite de cualquier conversación franca y abierta y por sobre todo docta y con altura de miras, en torno a los matices y bemoles que en el fútbol se reúnen.
Así era la cosa y así nos íbamos, absoluta y completamente amargados y yo con ganas de tirarle alguna piedra a los vidrios de los autos que a toda bocina celebraban. Mi viejo sonreía tristemente y yo me acordaba de mis tapitas y metía mis manos a los
bolsillos y ahí estaban, perfectas en su dura incomodidad que atenazaba mis piernas con sus puntas filosas y yo que tomaba algunas y las acariciaba y les hablaba bajito como diciéndoles que pronto estarían muy bien en un lugar secreto al que yo las
llevaría y que sólo yo conocía y ahí mismo mi viejo que soltaba un poco de su rabia en mí y me obligaba a botar ¡¡toda esa mierda de tapas, pura basura y las recogió del suelo el guevón por la chucha y bota esas guevás luego, cabro crestón!!.
Todas las tapitas que segundos antes hacían mi deleite y me preparaban un espacio futuro de días y días de juegos entretenidos y fascinantes quedaban en el camino de salida del estadio y se perdían para siempre de mis manos y de la posibilidad de haberme sido útiles. Ahí sí que me daban ganas de llorar y no lloraba no más porque igual me daba demasiada vergüenza que la gente me viera y la pena era demasiado grande por cierto y no tenía ninguna forma de remediarla y subíamos a un bus repleto de personas y yo que me iba parado al lado de una ventana y para amenizar un poco el panorama desalentador en el que me encontraba abría la ventanilla y dejaba entrar el aire fresco de la noche de verano y por la rendija abierta dejaba salir mi bandera y mi viejo me advertía que mejor la entrara y yo que alcanzaba a hacerla ondear un par de veces no más y mientras el viejo me daba sus tardíos consejos una mano anónima me arrebató la banderita de mis amores de las propias manos y yo me quedé mirando el trozo de palito que aún apretaba firmemente y que me negué a soltar pese a la sorpresa que me provocó el fulminante y relámpago atentado, pero ya mi bandera no estaba y yo sólo miraba un palito quebrado entre mis dedos y mi viejo que me
miraba con su maldita cara de te lo dije cabro de mierda, te lo dije y yo que no digo nada más pues ahí sí que me vienen todas las ganas de llorar y una vez más no lloro porque la vergüenza no es una cosa que se pase de un segundo a otro o de una trágica experiencia a otra y en tan corto lapso de tiempo, así es que mejor me callé y me sometí en silencio a la burla de la hinchada azul que iba en la micro.
Colo-Colo había perdido por goleada, mis tapitas ya no eran mías y ahora formaban parte de la colección particular de alguna compañía recolectora de basura y por último mi querida banderita de Colo-Colo me había sido arrebatada de las propias manos por unas malditas garras sin compasión. Después de todo ese no había sido un gran día. Ya vendrían días peores, ya vendrían.... Fin parte 2 de 3
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