Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

jueves, 12 de agosto de 2010

NO ES EXTRAÑO QUE ASÍ SEA

Este es en verdad el individuo. Su poderosa y antigua armazón humana no hace sino desplegar ondas multicolores en todas las direcciones. Si sólo se vieran. Si sólo pudieran tocarse. Si solo y solamente tan sólo.

Cuando camina, un poco del vaivén terrestre arrastra consigo; sus pies tocan la humedad de la tierra como si la besaran y el asfalto le resulta insoportable, torpemente insoportable, insufrible, invivible, demasiado arisco, demasiado plano y hermético, demasiado compacto y unísono para su costumbre de suelo movedizo y fértil.

En sus manos este individuo lleva consigo un instrumento de magia y poderosa hechicería que todo lo transforma con su ecléctica arremetida de letras y verbos conjugados en tiempos atemporales en una perfecta conjunción de sexual y sensual desplante escénico. Manos chamánicas, ritualísticas, agoreras de un tiempo perdido en la marea inconsistente de este lapsus occidental que nos abruma con su poción de olvido eterno, y el olvido se adueña de nuestros temblorosos pasos, y el olvido cierra todas las puertas de la memoria con pesados condados de incomprensión, y el olvido nos hace desconocer el sencillo origen de todas las cosas y olvidamos el sentido que tiene un corazón latiendo con resolución pero sin prisa alguna... Olvidamos que en materia de prisas nos basta y nos sobra con la propia y permanente velocidad del planeta y la brisa de un mes indefinido que revuelve nuestro ya inquieto cabello que busca el punto exacto en el cual depositar sus plegarias. Manos recónditas de tahúr, manos prietas de escribiente nervioso y temeroso. Temo por el destino de la humanidad, temo por mi propio destino aunque nunca tanto en realidad, temo por los días de lluvia ácida que no llegan nunca jamás, temo que el sol no salga cada mañana de plenilunio y de salvaje despertar en medio de un húmedo sueño.

Este es el individuo, el hombre natural y mortífero habitante de los días de cuya sangre bebe el dios del tiempo. Este es el individuo, el todo auténtico y bastante masculino representante del género perdido de nuestro género masculino. Este es el individuo, el navegante inquieto en su velero de nuez partida dispuesto a tomarse el cielo por asalto una y otra vez en un movimiento de frenética dulzura hasta que el día se haga noche o hasta que el tiempo pierda toda consistencia para mis sueños de un mundo mejor.

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