
Cuando camina, un poco del vaivén terrestre arrastra consigo; sus pies tocan la humedad de la tierra como si la besaran y el asfalto le resulta insoportable, torpemente insoportable, insufrible, invivible, demasiado arisco, demasiado plano y hermético, demasiado compacto y unísono para su costumbre de suelo movedizo y fértil.
En sus manos este individuo lleva consigo un instrumento de magia y poderosa hechicería que todo lo transforma con su ecléctica arremetida de letras y verbos conjugados en tiempos atemporales en una perfecta conjunción de sexual y sensual desplante escénico. Manos chamánicas, ritualísticas, agoreras de un tiempo perdido en la marea inconsistente de este lapsus occidental que nos abruma con su poción de olvido eterno, y el olvido se adueña de nuestros temblorosos pasos, y el olvido cierra todas las puertas de la memoria con pesados condados de incomprensión, y el olvido nos hace desconocer el sencillo origen de todas las cosas y olvidamos el sentido que tiene un corazón latiendo con resolución pero sin prisa alguna... Olvidamos que en materia de prisas nos basta y nos sobra con la propia y permanente velocidad del planeta y la brisa de un mes indefinido que revuelve nuestro ya inquieto cabello que busca el punto exacto en el cual depositar sus plegarias. Manos recónditas de tahúr, m

Este es el individuo, el hombre natural y mortífero habitante de los días de cuya sangre bebe el dios del tiempo. Este es el individuo, el todo auténtico y bastante masculino representante del género perdido de nuestro género masculino. Este es el individuo, el navegante inquieto en su velero de nuez partida dispuesto a tomarse el cielo por asalto una y otra vez en un movimiento de frenética dulzura hasta que el día se haga noche o hasta que el tiempo pierda toda consistencia para mis sueños de un mundo mejor.
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