Estoy que salgo hacia la calle. Los semáforos se encienden de tibios colores y una brisa húmeda cala hasta lo más profundo de los huesos. Tirito, parece. El frío se torna intenso y el aire es casi irrespirable, yo me concentro en la caldera que habita en mi pecho y sólo tu recuerdo me da la tibieza necesaria para emprender el vuelo en esta nueva jornada.
Son las 6 de la mañana de un nuevo día tras el diluvio pasado. No hay arcoiris que simbolicen la alianza entre los hombres y los elementos. No hemos aprendido aún las lecciones de la historia y caminamos como dueños del mundo por ahí, por esas calles nuestras de principios de siglo.
Son las 6 la mañana, los primeros microbuses ronronean suavemente entrando también en calor al igual que yo luego del largo sueño. El cielo está perfectamente límpido. Yo quisiera hacer un fuego para encender la agotada pasión en este nuevo día, pero el temor de lo que está por venir me detiene. Las estrellas brillan con una intensidad inusual, pareciera que un misterioso y poderoso ser nos deleitara con su aliento de frío cristal.
El Gran Espíritu atraviesa mis párpados mientras me olvido del frío matutino, yo lo siento abrazar mi pecho y el temblor se torna incontrolable. Es el hálito del cielo el que se extiende por la pradera urbana. Es el beso frío de la mañana, es la primera
energía, la única, la irrepetible, la esperada brisa de la nueva jornada que purifica toda mi existencia hasta hacerme revivir y olvidar lo innecesario. Ahora me concentro tan sólo en las cosas importantes. Ahora una nueva claridad se apodera de mis sentidos, una claridad de nuevo día, una claridad de noche iluminada tan sólo por la lejana ilusión de las estrellas que parpadean allá a lo lejos, una claridad de nuevo despertar al nuevo día, de despertar por fin tras un largo letargo, de despertar a una vida que dejamos inconclusa hace mucho tiempo, un despertar y un nacer de nuevo con el nuevo día que se aproxima con su aliento fresco de madrugada.
La humedad es increíble. No muy lejos de aquí se extiende un manto de niebla que todo lo va absorbiendo con su transparente influjo. Los jeans se me humedecen como los párpados cuyo globo ocular es atravesado por un filoso e invisible navegante de la madrugada. Las manos se me amoratan pero yo me encierro una vez más en el calor que habita en mi pecho y ajusto toda mi estructura y mi equipaje para la nueva aventura del nuevo día que viene a buscarme y darme una sorpresa.
Mi prestancia de guerrero y eterno navegante, sin embargo, termina sorprendiendo al mismo día, y este se rinde presuroso ante mis pies, yo bailo el ritmo cardíaco del nuevo día y mi corazón salta de súbito presa de un rítmico frenesí. Bailo para el nuevo día que se aproxima. Bailo por ti que habitas la distancia y vives dentro de mí como una estrella adherida a mi corazón de humano animal. Bailo por lo que ha de
venir, bailo y el frío termina de disiparse en toda mi estructura, sólo entonces estoy
dispuesto a la marcha y el nuevo día deja correr un hilo demasiado delgado de claridad a través de la tela invisible de esta neblina pertinaz que todo lo cubre.
Sólo entonces estoy listo y dispuesto y levo las anclas, confiado, y el vaivén inquieto de mis pasos abre nuevos y fabulosos rumbos y todo cobra un sentido único y fascinante porque tú estás conmigo, amada mía.
Son las 6 de la mañana de un nuevo día tras el diluvio pasado. No hay arcoiris que simbolicen la alianza entre los hombres y los elementos. No hemos aprendido aún las lecciones de la historia y caminamos como dueños del mundo por ahí, por esas calles nuestras de principios de siglo.
Son las 6 la mañana, los primeros microbuses ronronean suavemente entrando también en calor al igual que yo luego del largo sueño. El cielo está perfectamente límpido. Yo quisiera hacer un fuego para encender la agotada pasión en este nuevo día, pero el temor de lo que está por venir me detiene. Las estrellas brillan con una intensidad inusual, pareciera que un misterioso y poderoso ser nos deleitara con su aliento de frío cristal.
El Gran Espíritu atraviesa mis párpados mientras me olvido del frío matutino, yo lo siento abrazar mi pecho y el temblor se torna incontrolable. Es el hálito del cielo el que se extiende por la pradera urbana. Es el beso frío de la mañana, es la primera
energía, la única, la irrepetible, la esperada brisa de la nueva jornada que purifica toda mi existencia hasta hacerme revivir y olvidar lo innecesario. Ahora me concentro tan sólo en las cosas importantes. Ahora una nueva claridad se apodera de mis sentidos, una claridad de nuevo día, una claridad de noche iluminada tan sólo por la lejana ilusión de las estrellas que parpadean allá a lo lejos, una claridad de nuevo despertar al nuevo día, de despertar por fin tras un largo letargo, de despertar a una vida que dejamos inconclusa hace mucho tiempo, un despertar y un nacer de nuevo con el nuevo día que se aproxima con su aliento fresco de madrugada.
La humedad es increíble. No muy lejos de aquí se extiende un manto de niebla que todo lo va absorbiendo con su transparente influjo. Los jeans se me humedecen como los párpados cuyo globo ocular es atravesado por un filoso e invisible navegante de la madrugada. Las manos se me amoratan pero yo me encierro una vez más en el calor que habita en mi pecho y ajusto toda mi estructura y mi equipaje para la nueva aventura del nuevo día que viene a buscarme y darme una sorpresa.
Mi prestancia de guerrero y eterno navegante, sin embargo, termina sorprendiendo al mismo día, y este se rinde presuroso ante mis pies, yo bailo el ritmo cardíaco del nuevo día y mi corazón salta de súbito presa de un rítmico frenesí. Bailo para el nuevo día que se aproxima. Bailo por ti que habitas la distancia y vives dentro de mí como una estrella adherida a mi corazón de humano animal. Bailo por lo que ha de
venir, bailo y el frío termina de disiparse en toda mi estructura, sólo entonces estoy
dispuesto a la marcha y el nuevo día deja correr un hilo demasiado delgado de claridad a través de la tela invisible de esta neblina pertinaz que todo lo cubre.
Sólo entonces estoy listo y dispuesto y levo las anclas, confiado, y el vaivén inquieto de mis pasos abre nuevos y fabulosos rumbos y todo cobra un sentido único y fascinante porque tú estás conmigo, amada mía.
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