Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

sábado, 28 de enero de 2012

POR FIN VUELVO TRAS UNA LARGA AUSENCIA

En fin, las excusas agravan la falta, así es que señalo mi retorno tras un largo período de trabajo (que aún perdura aunque con menor intensidad). En estos días se despiertan muchas ideas, grandes desafíos, buenas posibilidades para el desarrollo escritural que ya parecía dormido. Comienzo con un texto a modo de Declaración de Principios para este período 2012 según el calendario judeo cristiano occidental, pasadita la primera mitad del año para nuestras culturas ancestrales. Les dejo también algunas canciones que representan, en gran medida, el espíritu de esta breve declaración de principios.

UN PAIS QUE NO NOS PERTENECE
Crecí y me hice hombre en un barrio marginal, un campamento de calles de tierra en verano y barro inclemente en invierno. Cada día era un nuevo desafío para las leyes de la historia, sobrevivir, hacerse respetar, caminar por tu barrio, sumar los pesos para “parar la olla”, leer y leer bajo la luz inquieta de una inagotable vela mientras afuera la pandilla de turno imponía su ley ¡a balazo limpio carajo!. El problema no era el barrio, sin embargo. El problema estaba afuera, en ese mundo exterior que a veces lograba vislumbrar desde el microbús rumbo a un colegio que no me enseñó nada que no hubiese leído previamente en los libros.

Vivía en la periferia de una gran ciudad llena de contrastes. Todo me parecía ajeno, los enormes letreros de neón con rostros nórdicos que no reconocía en la mirada cotidiana de mis vecinos, los mensajes de la televisión que hablaban hasta el cansancio de un país pujante, con índices macroeconómicos propios de un país desarrollado, la rancia moralidad de los jerarcas de la dictadura que veían en la libertad tan sólo una llama flameante frente al palacio que habían bombardeado sin escrúpulo alguno,

Yo vivía en otro país también llamado Chile por defecto. En sus calles, los humanoides, auquénidos metamorfoseados intentábamos establecer un puente precario con el recuerdo de otro Chile, un país solidario, colectivo, en que una vida digna era una posibilidad posible, cuyas calles (o pasajes) adornábamos para celebrar una navidad con todos los vecinos, en cuyas plazas los jóvenes organizados organizábamos Colonias Urbanas en el rigor del verano para hacer un poco más llevadera, con juegos, galletas y leche, la vida de nuestros hermanos y vecinos pequeños, y levantábamos Bibliotecas Populares, y Compañías de Teatro Callejero, y Centros Juveniles, y Comités de Derechos Humanos, y Peñas, y Actos Culturales y organizaciones solidarias como el Comprando Juntos, y etc., y etc…. Y los muros eran las páginas de nuestra precaria aunque movida historia.

Afuera, en el Chile que no nos pertenecía nos esperaba un nuevo dios todopoderoso llamado Propiedad Privada. Todo ya no era de Todos. Las cosas comenzaron a tener dueño, los cercos reemplazaron a las grandes explanadas dónde antes jugábamos o corríamos sin control y los vecinos comenzaron a dudar y desconfiar de los otros. Todo en uno. Al viejo campamento lo reacondicionaron con casetas sanitarias en que la cocina y el baño eran hermanos en una mínima construcción sólida, que pese a todo era más digna que el pozo séptico. Las calles de tierra y acequias fueron reemplazadas por una fina capa de asfalto y la luz eléctrica llegó a todas las casas. Ahora vivía en una “VILLA” aunque las cosas seguían siendo más o menos las mismas. Los “viejos” que aún conservaban sus trabajos se levantaban de madrugada, antes que la aurora, para tomar el microbús repleto rumbo al nororiente, donde se construía y se construía y se construía. Poco a poco entendí que esos índices macroeconómicos eran reales, pero también supe que sólo beneficiaban el desarrollo de unos pocos, los mismos de siempre. El sueldo de mi padre fue siempre el sueldo de un obrero trabajando todo el día para obtener a fin de mes algo más que el mínimo. Las distancias eran enormes. El viaje de ida sumado al viaje de vuelta sumaba al menos 4 horas. Las 8 horas de recreación por la que pelearon nuestros abuelos se convirtieron en parte de un interminable viaje en micro. Para qué decir las 8 horas de sueño, las 8 de trabajo… Y así, en medio de jornadas y jornadas de trabajo y viajes de ida y viajes de vuelta se iba la vida y los rostros se marchitaban y el cansancio y el hastío se instalaban donde antes reinaba la determinación y la fortaleza interior.

Cuando me hablan de Chile en el marco del clásico chovinismo que a veces nos embarga, yo no puedo dejar de pensar en mi historia. En la historia de mi familia, los vivos y los que permanecen en el recuerdo. En la historia de mis vecinos, mis amigos, los jóvenes con los que trabajo día a día en CRC San Bernardo. Veo claramente la brecha, veo claramente dos países que no terminan de fundirse en uno sólo, veo la permanente exclusión, el peso de la economía, “las injusticias de siglos” como diría Violeta, la falsedad de los discursos y constato con gravedad y rabia acumulada que Chile es un país que no nos pertenece, nunca nos ha pertenecido, aunque tal vez hace un tiempo y por tan poco tiempo... Del mismo modo veo ese mundo de posibilidades… Un país abierto a sus diversidades culturales, un país multicultural, con reconocimiento absoluto de sus pueblos originarios, con recursos naturales protegidos y al servicio de todos los chilenos y no de unas pocas transnacionales, un país de cultura viva en que los medios de comunicación sean un interesante aporte al desarrollo de ideas, un país que garantice el derecho a la salud, el derecho a la educación, el derecho a sueldos dignos para todos sus habitantes, un país sin miedo, sin pobreza, sin extrema riqueza, con organizaciones sociales y comunitarias que reemplacen la estructura política de siempre, un país con una repartición equitativa de las riquezas en el que nunca más la fortuna de 10 familias supere al ingreso per cápita del resto de los chilenos, un país sin fronteras que devuelva el Huáscar a Perú y el mar a Bolivia, un país que respete y proteja a sus ancianos hasta el día de su muerte, un país con universidades que descubran y propongan y desarrollen ideas universales, un país en el que se cante y se baile en sus calles, que cierre las cárceles por innecesarias, que abra escuelas y hospitales y bibliotecas en cada barrio, que cuide a todos sus hijos sin diferenciar el color de su piel, sus apellidos o lo abultado de su bolsillo.

Ese país me interesa ayudar a construir y ese país quiero dejar como legado a mis hijos

YO CANTO LA DIFERENCIA



UN POCO DE MI VIDA