Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

martes, 4 de diciembre de 2012

LA COTIDIANA VIOLENCIA

Primer acto: Profesor X escucha un ruido sospechoso en casa 2, el epicentro de todas las tensiones de los últimos tiempos, y entra a uno de los pabellones de manera subrepticia. El ruido se hace aún más notorio. El profesor avanza con la prestancia de un felino y el ojo avizor de un águila dorada. Un pedazo de trapo desteñido que hace las veces de cortina está extrañamente corrido impidiendo cualquier tipo de vista indiscreta. En su interior, en el reducido espacio de una celda compuesta de dos camarotes más las bolsas de ropa y otras cosas inescrutables, en un ambiente demasiado estrecho para 4 personas y con una ventilación del todo deficiente X descubre la raíz del ruido que activó todas sus alertas de profesor de trato directo.

Sólo le bastaron unos segundos. Toda la acción no dura más que unos breves segundos… la mirada, el movimiento frenético de unas manos que iban y venían sobre el suelo como amasando un pan primigenio, el metal arrastrándose sobre el frío cemento, el despuntar de los fierros, el ruido de sables, las manos de X cerrando de golpe la puerta de la celda, las manos de X tomando nerviosa pero rápidamente el intercomunicador. Su voz, transformada en polvo de viento, la onda sonora en pulso eléctrico, la estación repetidora que envía la señal y la retransmite en todos los demás intercomunicadores, el pulso que se transforma en sonido una vez más. Gendarmería que recepciona el mensaje y comienza a rodar la máquina una vez más. Unos pocos segundos, tan sólo unos pocos segundos.

Segundo acto: “Te amo a matarte sapo y la conchetumare, trabajai pa los pacos ahora perkin culiao, te finaste X hijo e’ la perra, te amo a pulmonearte, abre la puerta cochino culiao, etc., etc., X, imperturbable, espera la llegada de los hombres de uniforme color verde boldo, la aplicación de la ley, el imperio del derecho, pero sabe con certeza que ya nada será igual a partir de ahora, a partir de este descubrimiento azaroso, a partir de esa puerta cerrada por sus manos y esa llamada realizada por su voz transformada en pulso eléctrico y bla bla bla.

X espera, y en la espera desespera. Probablemente recuerda sus días de vigorosa juventud, cuando el enemigo era visible con toda claridad y todos los esfuerzos y todos los embates de la rabia pobladora y el fino trazo de sus pinceles apuntaban a derribar al gigante devenido en molino de viento, que habitaba en la distancia insalvable de los contrafuertes cordilleranos, lejos, muy lejos del barrio y su vertiginoso devenir. Ahora sólo existían los gritos, las amenazas, el trato hiriente de unos jóvenes que pudieran ser sus vecinos, pero que la lógica carcelaria y sus desastrosos efectos convertía en irremediables opuestos.

La puerta del pabellón se abre con violencia, GEMCHI ha llegado, X no siente alivio sin embargo, no es un buen día para morir, el sol brilla más intenso que nunca, una tibia brisa penetra por entre los barrotes de las celdas y su vaho se mezcla con el olor a encierro y humanidad en descomposición, el reloj avanza de manera inexorable. Es tarde, es demasiado tarde para arrepentirse, el intranquilo metal de su voz a través del intercomunicador traerá lamentables consecuencias (continuará)