Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

martes, 28 de diciembre de 2010

CARTA ANTIGUA UN DÍA DESPUES DE LA LLUVIA

Yo aún dormía. Creo haber dormido durante mucho tiempo y el tiempo tuvo que disolverse en el mar insondable de mi sueño. Ahora escucho a Bach, ese alemán irremediable dueño de violas y de antiguos órganos y clavicordios silvestres. Pero en aquel instante del tránsito entre el sueño y el mundo de este mundo o como lo hubiese dicho Carpentier entre el reino del otro mundo y el reino de este mundo una delicada filigrana, una melodía de cristales en extinción tras una violenta sacudida, un siseo delicado agitaba mis poros.

Tardé unos breves segundos en entender que aún la persistencia de la lluvia golpeaba la fría dureza de mi techo. Me di vuelta hacia el norte en la cama intentando abrir la ventana. Ahora mi cama da la espalda al este, cosa nada grata por cierto. No te lo he dicho antes, pero nuestra puerta de entrada al hogar debe apuntar siempre hacia el este, hacia donde el sol dispara sus dardos mañaneros, acabando en esa guerra gloriosa y secular de la cual hemos conversado, con cada uno de los brillos estelares, iluminando todo a su paso, venciendo a la oscuridad, iniciando una vez más el complejo ciclo de los días y de las noches en su eterno girar y girar. Corrí ligeramente la cortina, la lluvia formaba un riachuelo que se precipitaba callejuela abajo. Una lluvia tibia y deliciosa que terminó de despertarme. Sentí la voz de mi madre que preguntaba por los vivos tras el diluvio de la noche y de la mañana que nos despertaba en su humedad de mujer excitada y dispuesta a dar todo el amor al hombre indicado. Yo estaba vivo y grité mi nombre al polvo que habita en el viento. Estaba más vivo que nunca esta mañana. Hasta la incómoda molestia en mi garganta había desaparecido y sólo mi nariz acusaba el paso de esta particular gripe de comienzo de temporada. Mi madre preparaba un desayuno para mí tras comprobar que estaba aún respirando, que había sido capaz de sobrevivir un día más, una mañana más. Severa, me planteaba sus preocupaciones. Y yo la escuchaba risueño pero, en el fondo de mis cavilaciones, lo que escuchaba era ese maravilloso canto danzando mágica y alborotadamente sobre el techo de mi casa.

Acá ahora suena la Sonata Número 11 en MI BEMOL MAYOR de Pietro Locateli, no es broma, es así la cosa. En mi habitación despiertan al mundo todos los violines que te puedas imaginar, todo es alegría y mi cabeza sigue el ritmo primaveral y delicado de las cuerdas que vibran en un canto de amor y gozo tras la lluvia de toda esta mañana. Pietro Locateli. Pedro el Loco, El LOCO, “LE MAT”, el viajero incansable en esta tierra sin rumbo. El Argonauta, uno de los habitantes de esta nave movediza llamada Argos, o quizás planeta Tierra, o quizás vida, o quizás días intentando hilvanar un poco de cordura en medio del caos.

Ha sido un grato día. No he hecho prácticamente gran cosa. He dormido un poco más de lo acostumbrado, he visto televisión y he leído algunos viejos textos en los cuales te declaraba mi humano amor de hombre imperfecto. He visto los rayos del sol traspasar el denso follaje de las nubes. Luego he visto cubrirse el cielo una vez más. El planeta está vivo y respira cadenciosamente tras la lluvia. Su cadencia es tan perfecta que se asemeja al vaivén maravilloso de tu pecho luego de hacer el amor y mirarnos como el primer día. Nada ha cambiado desde entonces. Todo se ha profundizado entre nosotros, como si no fuésemos más que dos sombras del mismo árbol, cuyas raíces buscan en la profundidad de la tierra el sustento dulce del agua bienhechora.

Estar contigo la noche de ayer fue muy agradable. Hablamos durante un largo rato encaramados sobre la Kia aquella. El viento golpeaba el vidrio con vigor. Desde aquella circunstancial atalaya podía ver las finas copas de los árboles de ese pequeño bosque que siempre me mencionas. Tú andabas anoche un poco delicada y yo andaba bastante mal también. Mi garganta estaba imposible y mi nariz se había obstruido por completo. Me hacías recordar los días de mi infancia, mi niñez, los días duros aquellos y toda mi humana, honesta y precoz indignación por las cosas vividas. Me preguntaste si alguna vez había llorado al acostarme o si me había dormido llorando. Muchas veces, te respondí. Sentí el estremecimiento de tu corazón y la pena que aquello te provocaba. Yo también me sentía un poco sensible. La ventisca iba y venía, iba y venía como una niña traviesa. Todos los árboles agitaban sus pliegues en medio del viento enérgico de la noche que cada vez se cerraba más y más sobre nuestro suelo bendito.

De verdad viví momentos duros y muchas privaciones. Mi única forma de resistencia fue la lectura y una pasión por la vida que fui construyendo de una forma muy precaria en medio del barro de los inviernos. Los libros se transformaron en mi tabla de salvación, en mi paisaje lunar. Fueron mi esperanza, mi mundo pasajero, mis planetas, mis galaxias, mi amor más sentido y fiel. De los libros cobraban vida todas mis musas intocables. Todo mi lenguaje, todo mi despliegue escénico, todas mis palabras provienen de los libros. No me di cuenta entonces, pero empecé a construir un lenguaje, un imaginario, un presente cultural basado en los formatos clásicos de las novelas latinoamericanas, con un despliegue poderoso de palabras y una imaginación trabajando de manera ardorosa como si se tratara de una gran fábrica, de una usina inagotable de ideas que armaban y desarmaban el lenguaje aquel que me acercó un poco más al mundo. Los libros fueron los constructores de mis sueños y de mi realidad. Me señalaron el camino que seguía nuestra especie en medio del caos galáctico. Me dieron luz en medio de la oscuridad de un barrio marginal. Leía y leía. Noche y día. Verano e invierno. Bajo la frondosa sombra de un árbol un día luminoso de noviembre por la tarde, o protegido por el nervioso párpado de una vela los días en que se cortaba la luz en mi viejo barrio. A veces, casi siempre los fines de semana, sentía las balaceras no muy lejos de mi habitación, los gritos, las peleas entre las pandillas, los golpes y la violencia gratuita que se sumaba a una violencia mucho más profunda que sufríamos todos por igual en los días tristes de la dictadura en nuestros barrios.
Los perros ladraban al polvo del viento. Yo leía intentando mantener la concentración y el hilo conductor de mis relatos. Luego, al otro día, el mundo me sorprendía con su belleza pese a todo y caminaba como un poseso, intentando ubicarme en el contexto de lo cotidiano. No sabía dónde diablos se encontraba mi sitio. Caminaba como un hombre eléctrico buscando el punto de origen de las señales de radio que bullían en mi corazón. En el aire danzaba un lenguaje mágico que sólo yo observaba. Todas las cosas tenían un sentido pero había que determinar el punto de origen de ese sentido. Me sentía como un inmenso radiotelescopio escrutando la vastedad infinita del espacio, buscando alguna señal de vida, un pequeño foco de subversión en medio de un orden inalterable, una tenue llamarada de esperanza en medio de la oscuridad glaciar de una rutina que cada día me asfixiaba más y más. Sabía, entonces, que había un sentido profundo, que todas las cosas y todas las acciones y todas las vidas tenían un sentido. Bastaba sólo dar un pequeño paso intelectual para encontrar mi propio sentido, mi propia fuente de luz, mi propia señal intergaláctica, el punto de origen de todas las respuestas a mis interminables y humanas dudas de poblador existencial del planeta.

No lo supe entonces y tal vez ahora todavía no lo tengo tan claro, pero habría de caminar mucho y caer muchas veces en medio del fango de los días, y habría de hundirme muchas veces en mis propios devaneos de borracho insoportable para obtener tan sólo una mínima fibra de luz, una minúscula porción de paz en medio de la guerra florida de los años, o como diría Henry Miller con su lenguaje particular, habría de atravesar ríos y ríos de mierda para encontrar un germen de realidad, un puto y bendito germen de realidad. Yo viví y caminé en medio de esa mierda, y dormí en ella, hastiado y consumido por la angustia de tanto tiempo presente.

Todos hemos ido de vez en cuando al sacrificio, los años nos han jugado en contra muchas veces, pero la luz fue siempre aprender de cada día cosas útiles, cosas útiles a nuestro complejo sistema de ideas, cosas gratas a nuestro pusilánime corazón, cosas que nos hacen estremecer por completo, como un animal herido de pronto por una bala loca cuya procedencia es desconocida.

Creo que hay un punto insensible que simplemente nuestra especie tiene imposibilitado atravesar. Creo que todas las cosas están escritas en nuestros sueños pero tendemos irremediablemente al olvido y deformamos el lenguaje y multiplicamos los errores y no cerramos los ojos para ver a través del pulso cardiaco de nuestro corazón. Creo que mi corazón actúa como el gran catalizador de todos mis sueños. Creo que mi corazón emite una pulsación desconocida, como un radar de sensaciones, como el sonido que lanzan los delfines a la infinita consistencia del mar y que señala todas las posibilidades de movimientos posibles. Creo que estoy haciendo lo correcto al amarte como te amo y al dejar que tú me ames con esa misma intensidad. Creo y sé que comienzo a recorrer un camino infinito también, un sendero que estaba escrito más allá de la poesía y del tiempo, un viejo camino en el que sólo caben dos personas abrazadas, dos seres limpios, claros, honestos y con un amor a prueba de fuego y dispuestos a cualquier desafío de los días, creo y sé que tú y yo somos esas dos personas privilegiadas y creo y sé que ese camino maravilloso es la vida que nos aguarda, es un cuaderno en blanco que juntos vamos llenando con nuestra historia, es nuestro humano e imperfecto amor que se abre paso en medio del caos.





domingo, 26 de diciembre de 2010

EL ARTE CHAMÁNICO Y EL KULTRÚN SAGRADO

Definir hasta donde llegan los alcances de lo que es artístico y lo que no entra en este plano es una tarea ardua y no exenta de polémica. Las diversas escuelas de arte en el mundo y a lo largo de la historia han derramado demasiada tinta con respecto a este tema como para seguir ahondando aún más en el intrincado universo de las conceptualizaciones.

Sin embargo, no deja de llamar la atención y generar un cierto escozor el hecho de que ha sido occidente y sus numerosos teóricos de lo artístico los que han definido los parámetros y la esencia de lo que debe ser considerado como un producto o creación artística y han universalizado su mirada señalando que es arte lo físicamente placentero a los sentidos, lo cual hace factible la definición del arte como una creación estética destinada a recrear el ansia de la belleza y placer visual/espiritual de todo ser humano.

La anterior definición tiende, aunque no necesariamente en forma evidente, a excluir todas aquellas manifestaciones que escapan a lo meramente estético y se acercan al arte a través de caminos menos transitados.

SER ARTISTA EN LA ACTUALIDAD
En este sentido es interesante reflexionar con respecto al sentido que, desde la élite cultural, se le otorga al arte hoy en día, en plena era de la globalización de los mercados mundiales y cuando la figura de este particular artista, promovido y valorado por los actuales mecenas, se aproxima cada vez más a la de un agente funcional que replica las tendencias que el mercado le impone en lo que podríamos definir como un nuevo tipo de arte pop o posmoderno, si se me permite esta acepción. El artista Pos es un ser eminentemente solitario, que no forma parte de tendencia alguna, que no obedece a ningún patrón preestablecido ni se agrupa en torno a un sentido profundo de sociedad ni es movido por ideales colectivos, los viejos “metarelatos” que algunos ya dan por muertos o pasados de moda.

Una obra de hoy puede no guardar relación alguna con una obra hecha el día de ayer. El artista Pos realiza su obra sin otra motivación que la de Hacer su obra. El “hacer por hacer” se transforma en una práctica demasiado recurrida, lo observamos en los novelistas que se imponen horas de trabajo forzado para obtener algún producto artístico. El arte está concebido desde la óptica del trabajo. Es una instancia económica más en esta intrincada madeja mercantil. El artista ha perdido su humanidad o al menos un sentido profundo de humanidad en su HACER cotidiano; de esta manera es absorbido, sobreexigido, forzado a entregar un producto a la brevedad obligado a participar en fondos concursables a través de “proyectos artísticos” de acuerdo al esquema que le impone la élite que financia, evidentemente, aquello que se acerca a su perspectiva global de sociedad o a su visión antigua de lo que es la “experiencia artística”. El arte pierde total vinculación con la necesidad de transmitir algo más allá de lo que impone la exigencia de los poderosos.

LA ÓPTICA PRECOLOMBINA
El artista precolombino, tema sobre el que pretendo desarrollar este breve ensayo, también presenta sus complejidades, en primer lugar y de manera dramática porque no existe. Me explico antes de caer en el abismo de la incomprensión. El artista, tal y como lo concibe la lógica de relaciones y definiciones actual, no existe en el mundo amerindio. Las sociedades americanas, basadas en una relación comunitaria y en un profundo estudio y conocimiento de la naturaleza produjeron una variada, compleja y fecunda cantidad de objetos, En este tipo de culturas las artesanías que han capturado recientemente la atención de los críticos y artistas occidentales, influyendo en sus técnicas, motivos y plástica, se encuentran casi siempre dentro del ámbito ritual-religioso, es decir, la principal influencia o motivación para la producción artística amerindia fue la necesidad de representar el mundo de las cosmovisiones, de hacer objetivo ese aspecto inasible concerniente al ámbito religioso, de representar visual y físicamente ese mundo abstracto colmado de deidades y explicaciones sobrenaturales para regir la vida de las personas.

La capacidad de estudiar e interpretar los fenómenos de la naturaleza en el mundo amerindio se hizo parte integrante de la cultura y una de las necesidades fundamentales de toda cultura es la preservación, la transmisión de los saberes a las nuevas generaciones. De esta manera, la necesidad de transmitir la información recolectada o aprendida a lo largo y largo de tantas y tantas observaciones del mundo natural, se transformó también en una necesidad de trascender la rigidez del tiempo, una necesidad vital de perdurar, de ser reconocidos por otros en un futuro inminente.

El artista amerindio, a diferencia del culto al ego que vivimos en la actualidad, carece de nombre y apellido, es un artista anónimo que desarrolla su labor de manera armoniosa junto a otros. En las sociedades chamánicas todos los miembros de la comunidad participan de los rituales propiciatorios y en las rogativas. Cuando las sociedades se complejizan y surgen las estructuras rígidas de los Estados, siguen siendo todos los miembros de la comunidad los que construyen los templos, tallan la madera, decoran la alfarería, todos están capacitados para ejecutar los diseños de la cestería, todos labran la piedra, todos participan de los ritos.

El rito convoca al mundo amerindio. El rito es el acto de comunión entre el mundo de los seres humanos y el complejo mundo de las divinidades, es el momento en que la comunidad se encuentra, se reúne en torno de sus guías: El Chamán de las sociedades preestatales, con una relación basada en la horizontalidad con las divinidades; o el sacerdote y su verticalidad, sumado al poder basado en el temor y su alianza sempiterna con el poder político y militar.

El Chaman conecta nuestro mundo con el mundo de los seres superiores, sugiere, da pautas de organización, señala posibles futuros, aventura posibilidades que debemos colapsar o no según nuestro criterio. El sacerdote, en cambio, se arroga el derecho de representar a la divinidad, ordena, obliga a seguir una forma de ser, establece leyes, decálogos, coarta, impone su cosmovisión a los pueblos derrotados por la maquinaria militar de sus emperadores... Estos dos personajes, cada cual con su universo paradigmático se cruzarán en el camino y muchas veces chocarán violentamente.

El chamán casi desaparecerá de nuestro continente tras la invasión de los conquistadores europeos, pero los sobrevivientes proseguirán su silencioso trabajo de recuperar la cultura y los saberes ancestrales, y en este sentido asumirá el trabajo artístico, la producción de artefactos, utensilios, herramientas, instrumentos. Elaborará tejidos, pintará sobre la piel de animales, sobre los muros de las cavernas, esculpirá las piedras, construirá relojes, tallará la madera y todo, bajo un estricto sentido religioso. El arte amerindio, entonces, es sin lugar a duda alguna, no sólo popular –hecho para todos- sino esencialmente religioso, a saber: un arte cuyas motivaciones son casi siempre sagradas. El arte amerindio reproduce, sin remordimiento alguno, las pautas de acción de la cultura particular que es capaz de generarlo. El producto artístico lleva implícito el resabio de símbolos que son reconocidos por los miembros de la comunidad. El arte indígena de las sociedades americanas se manifiesta principalmente como un medio y nunca como un fin en sí mismo, como un medio para conectar el mundo de nuestro plano de la vida con el mundo de las divinidades. En este contexto el chaman nos impregna con su carga de símbolos y un complejo lenguaje basado en las imágenes. El despertar icónico de América, cargado y sobresaturado de connotaciones visuales, va de la mano de esta preponderancia chamánica que proseguirá, al menos en lo que a producción ritualística se refiere, aún luego de fortalecidos los primeros imperios, en Mesoamérica (cultura olmeca) y en la zona andina (cultura Chavín de Huantar).

En las sociedades preestatales, los antropólogos llaman “chamanes” a los expertos que se enfrentan directamente con lo supernatural. El chaman establece una vinculación con el mundo de los espíritus a través de un particular estado de trance. No lo mueve un intento de establecer criterios estéticos para su actuar. El chamán no estudia para ser quién es. El está investido de poder y debe aprender a ser consecuente con ese poder que le ha sido otorgado por los espíritus superiores.

La machi es la equivalente mapuche del chaman. El rol de “machi” está culturalmente constituido como intermediaria entre los mapuche y lo sobrenatural. La machi vela por el bienestar físico, mental y espiritual de su comunidad y en su cotidiano y complejo trabajo utiliza un elemento sagrado como es el kultrún. El kultrún es considerado el corazón, la vida, y a la vez el instrumento que puede dar o quitar la vida a otra persona. El sonido del kultrún es la voz y el piuke (corazón, sentimientos, pensamientos) de la machi y se habla del “latido” del corazón. El sonido monocorde del kultrún es el que transporta a la machi a ese particular estado de trance desde el cual puede obtener las visiones que le permitirán posteriormente ayudar a la comunidad. El kultrún es, entonces, el instrumento sagrado del mundo mapuche y en su confección se utiliza madera de canelo que es el árbol sagrado también. La machi una vez terminado el instrumento y sólo quedando una pequeña costura que cerrar de él, grita dentro de él con todas fuerzas y luego lo cierra. Se dice que en ese grito va el alma de la machi, razón por la cual si su instrumento cae en las manos inadecuadas peligrará la vida de la machi.

El kultrún, del mismo modo, representa semióticamente toda la cosmovisión mapuche. Es una suerte de pequeña computadora con datos cósmicos que le otorgan a su formación una lógica secuencial y una excelente fuente de información visual. Se dice, del mismo modo, que la machi recibe en sueños la forma en que ha de construir su kultrún, los colores que ha de usar y las formas geométricas que en su diseño deberá incorporar. Todo debe hacerlo en el más estricto de los secretos pues de lo contrario su poder se perdería.
El kultrún, con su base de cuero, y su otro extremo cóncavo es un instrumento que preserva con un rico despliegue de colores y formas las tradiciones ancestrales del pueblo mapuche. La machi probablemente no desarrolla un gusto estético ni busca el placer personal en la elaboración de su instrumento. Probablemente se encuentren en el otro extremo de la balanza las inclinaciones de la machi. Una vez más nos enfrentamos a una variada producción artística cruzada tangencial y directamente por un sentir religioso.

En este sentido podría aventurar una primera y prematura conclusión para ir acercándome al final del presente ensayo y esta conclusión señala que los referentes simbólicos de la vastísima, aunque del todo incompleta, iconografía precolombina en general y sur andina en particular pueden ser entendidos e interconectados a través de una matriz ritual-religiosa, que en esencia, es la razón fundamental de su creación. Es decir, la principal razón para la producción artística en nuestra América preeuropea está determinada por un profundo sentido de continuidad simbólica y religiosa, cuyas principales y reiteradas ideas se refieren al orden cósmico, la fertilidad, las divinidades o principios dominantes, el conocimiento de los elementos de la naturaleza y su orden profundo y sagrado. En este sentido, el kultrún, en el orden que establece la machi, nos remite a un sabio conocimiento que se traspasa de generación en generación

Por último, es interesante concebir la carencia de artistas que tiene nuestra América precolombina, de artistas al estilo occidental en realidad, pues los artistas americanos realizaron sus obras en el marco de una lógica ritualística de conexión con los seres superiores y no buscando una satisfacción personal y mucho menos reconocimiento individual, a juzgar por la falta de nombres de creadores en las grandes construcciones antiguas. El artista americano no hubiese concebido la frivolidad que hoy gira en torno al concepto de artista pues el sentido que le otorgaba a su trabajo hacía que este (el trabajo) trascendiera más allá de la propia vida del artista.

El creador americano quedó en el más completo anonimato y ahora sólo queda el silencio de las piedras para guardar los secretos ancestrales, aquellos secretos por los cuales se construyeron las imponentes pirámides de las grandes culturas estatales precolombinas, las líneas perfectas del desierto peruano en Nazca, los trazados llenos de misterio en las piedras de los Hopis, o los complejos y cargados de simbolismo, trazos de las machis en el sagrado cuero del kultrún. Nuestra misión es develar esos secretos, tocar el kultrún, convocar a los espíritus de los antepasados, ver la primera luz del amanecer, cargarnos de energía por la mañana, levantar los ojos y echar a andar rumbo al este sagrado.

BIBLIOGRAFÍA
• VACAS MORA, VICTOR. El Chamán y el artista, consideraciones sobre el arte amerindio. Universidad Complutense de Madrid..
• MUSEO CHILENO DE ARTE PRECOLOMBINO. El Arte Atacameño, universo de identidad en un pueblo precolombino. 10p.
• SALVAT EDITORES. Historia del Arte. Tomo primero. 1990.. Madrid. España. 6p.
• HARNER, MICHAEL. Alucinógenos y Chamanismo. Editorial Labor. Madrid. España. 7p
• BACIGALUPO, ANA MARÍA. Adaptación de los métodos de curación tradicionales mapuches.. Editorial Paesmi. Santiago de Chile. 1996. 3p.



domingo, 12 de diciembre de 2010

ALAN ÑANCO VIENE VOLANDO

Alan Ñanco viene volando desde muy lejos, desde una tierra antigua que no figura en los mapas y cuyas calles conducen hacia ninguna parte. Su voz se apaga en medio del vuelo. La dureza de sus ojos claros pierde toda consistencia. Ahora sólo es espuma, polvo en suspensión, humo gris, silencio incómodo tras el desgarrador grito ahogado por el fuego.

Eres un hijo de la tierra; eres un Águila sagrada, intocable y poderosa que todo lo observa con sus ojos perfectos; eres un hermano y tu tatarabuelo y mi tatarabuelo cabalgaron juntos en medio de la guerra antigua cuando los hombres morían en nombre de una libertad que no sabían explicar pero que entendían perfectamente. Ahora has olvidado hasta el susurro del viento en tu ventana de duros barrotes y asfalto térmico. Ahora ya no tienes que decir, te has quedado sin palabras, tus ojos inexpresivos han perdido la dureza de su rabia antigua. Ahora, en este estado de placidez antes del eterno retorno te entregas a la espera y te preparas para un nuevo salto hacia el tiempo de nuestro tiempo, aguardando una nueva oportunidad para aprender aquello que no pudiste aprender antes del fuego. Ahora eres sólo recuerdo y tu madre debe llorarte como una madre y tu padre ni debe saber que ya no estás y el espíritu de tus antepasados debe estar guiándote en ese largo viaje hacia la tierra del Huenumapu.
Eres un árbol, una hoja caída en desgracia, una raíz disléxica del tiempo, un trozo de tierra ancestral en medio del fragor urbano de una ciudad que no ama a sus hijos; eres el ruido de los sables en medio de la noche en un pasaje sin nombre de un lugar perdido de la periferia, allá donde se vive de prisa. Eres y eras.
Eras un árbol sin raíces y te secabas lentamente, sin saberlo. Eras un hombre alado, un águila con el poder de la clarividencia y todo cuanto soñabas se convertía en realidad, aún si no lograbas recordar nada al despertar. Eras un hombre de fuego y todo te conducía hacia él, irremediablemente. Eras un hijo de la tierra aunque eso poco significó para ti, pese a mis insistencias. Eras una posibilidad, un elegido, una partícula de carbono con un fiero corazón, una aventura por comenzar, una búsqueda, un aprendizaje, un camino que recorrer, una vida que merecía la pena ser vivida, quizás en otras condiciones, quizás con más dignidad. Eras... tan sólo eras otro muchacho más y ahora sólo eres el espacio vacío que deja la ausencia, la ceniza de tus pasos que el viento sur dispersa por la tierra nuestra.

(Breve homenaje a Alan Ñanco, uno de los 81 muertos en la cárcel de San Miguel, con quien compartí clases y conversaciones en CIP – CRC San Bernardo hace algún tiempo)

sábado, 11 de diciembre de 2010

81 MUERTOS EN NUESTRAS CONCIENCIAS

81 muertos es un golpe duro a nuestras conciencias, a la tuya, a la mía, a la de aquellos que suelen hacerse los sordos y culpar a otros, a la de todos. Todos somos en algo responsables. Todos tenemos algo que ver, todos hemos criminalizado en mayor a menor grado a estas personas y aceptamos las políticas de terror y sus ecuaciones y fórmulas siniestras: a mayor cantidad de delitos mayor cantidad de cárceles y condenas; mientras más jóvenes los delincuentes, más jóvenes los encarcelamos, acción/reacción (como decía el “profesor” de la cinta Los Coristas”; a una “causa” tan nefasta como el delito una consecuencia aún mayor como el presidio… Pero nos equivocamos de causa y consecuencia y por eso mismo esas políticas de represión y encierro están totalmente erradas.

Los medios de comunicación de circulación y escucha masiva, al servicio no de toda la ciudadanía, por supuesto, sino de sus dueños (que forman parte activa de la élite nacional), han terminado de instalar en la mirada de la opinión pública la idea del delito como una CAUSA de gran parte de los males de nuestra sociedad. Se criminaliza abiertamente a quien entra en conflicto con la justicia, se lo transforma en la lacra, en el agujero hediendo, pestilente al cual nadie quiere acercarse pero del que todos reclaman y despotrican y del que todos rehuimos. La sociedad, es decir TODOS NOSOTROS apuntamos con el dedo de inmediato al momento de acusar, de castigar, de ampliar las penas, de disminuir a los 14, a los 12, a los 10 años la responsabilidad penal adolescente, y si fueran muchos los delincuentes menores de 10 años, no trepidaríamos en encerrarlos recién salidos del útero de su madre… “hay que cuidarse de tanta bestia”, hay que castigar, encerrar, ejemplarizar aplicar la ley, privar de libertad.
Las víctimas de los delitos, evidentemente tiene sus justas razones para buscar castigo y reparación a lo vivido. Sólo ellos saben lo que es sentirse aterrados por una pandilla que penetra en el hogar y los torna total y absolutamente vulnerables. Sólo ellos saben lo traumática que resulta ser su experiencia, las palabras oídas, el miedo y la inseguridad, los golpes recibidos, la violencia brutal, los muertos, humillados, violentados en todas sus formas. No es que quiera minimizar ese dato, al contrario. Muchos de los que están privados de libertad saben que están pagando el precio de sus acciones, pero que precio de mierda están pagando algunos. Sólo dos mini reflexiones al respecto:

REFLEXION PRIMERA
En estricto rigor y apegado a toda la jurídica existente, el único castigo que como sociedad aplicamos a la delincuencia es la PRIVACION DE LIBERTAD. En otras palabras, el reo, el preso, debiese tener tan sólo un derecho el que, debido a su condena, no pudiese ejercer: el derecho a la libre circulación. TODOS los otros derechos están garantizados constitucionalmente. Entonces, encerrarlos en condiciones indignas, infra humanas, no es sólo un atentado flagrante a sus derechos humanos, también es una acción anticonstitucional y como tan debiese ser castigada y/ sancionada, como un delito de Estado, un delito de lesa humanidad, terrorismo de Estado para quien, por ejemplo, por vender discos piratas en la calle fue condenado a morir en la hoguera por la justicia actual de nuestra sociedad. La aplicación del estado de Derecho del que tanto se ha alardeado en otras ocasiones debiese también considerar este aspecto.
Una sociedad castigadora como la nuestra debe garantizar, al menos, una mínima condición de dignidad para sus presos, de lo contrario encerrarlos es un deleznable acto de lavarse las manos y entregarle al azar y la desventura el destino de estas personas. Mejor es que se maten entre ellos dicen algunas personas, las mismas que a veces salen de la misa del domingo por la mañana con el pecho henchido de orgullo cristiano. A veces ser consecuente es más doloroso de lo que se cree y ya debiésemos tener más que claro que encarcelar a medio país no es la solución de nada. Los índices a nivel internacional que ostenta nuestro país respecto de las condiciones de vida en nuestras cárceles, respecto de la cantidad de presos por habitante, respecto de las leyes que defienden a los poderosos y castigan implacablemente a quienes carecemos de solvencia económica, respecto de la repartición inequitativa de las riquezas, sólo debe llenarnos de oprobiosa vergüenza.

REFLEXIÓN SEGUNDA
Es en este último aspecto que se asienta esta segunda reflexión. Uno de los padres del concepto de Pedagogía Social, el alemán Adolf Diesterweg ya aventuraba a mediados del siglo XIX que no era tan sólo el joven infractor el que debía pagar por su delito, era la sociedad entera la responsable de generar las causas que impulsaron a ese joven a delinquir. En otras palabras, es la sociedad, encarnada en ese ser inasible y todopoderoso llamado Estado, la que debe garantizar a TODOS sus ciudadanos los derechos mínimos para vivir una vida en dignidad, debe velar por su seguridad, por su salud, su educación, un espacio sano y cómodo para vivir, áreas verdes para recrearse, sueldos decentes, seguridad laboral, trabajo cerca de su entorno familiar de tal forma de darle sentido a las 8 horas de trabajo, 8 horas de recreación, 8 horas de sueño, por la que pelearon y murieron nuestros abuelos y que hoy en día deviene tristemente en 6 horas de sueño, 10 horas de trabajo, 4 horas de movilización, 4 horas para ver los programas enajenantes de la televisión.
Resulta fácil castigar y sentirse cómodos y seguros con las cárceles abarrotadas de compatriotas, que viven en este mismo país pero sin contar con los más mínimos espacios de salud social desde su más temprana infancia, aún desde el útero de sus madres. Fácil es apuntar con el dedo, pero las causas estructurales que provocan que miles de chilenos prefieran o elijan o decidan delinquir, a falta de una mejor perspectiva, están intactas. Mientras no trasformemos radicalmente y desde los cimientos esta enorme brecha social y económica entre los más poderosos y los más desposeídos, es una realidad evidente e indesmentible que continuarán los delitos contra la propiedad privada y seguiremos y seguiremos encarcelando jóvenes y adultos y familias enteras que han sido formadas en esta particular escuela y de tanto en tanto, miraremos con lejanía como decenas de hombres, tan humanos y habitantes de este suelo como el que más, mueren y mueren, atrapados por esta sofocante maquinaria de la pobreza y la marginación de la que todos somos responsables, pero algunos más que otros...

jueves, 25 de noviembre de 2010

COSAS DEL FÚTBOL PARTE 3 DE 3

La verdad es que en el escalafón de los fanáticos del fútbol, en esta época soy tan sólo un tipo de tercer orden, un semi convencido sin mucho brillo, una voz que se pierde en medio del bullicio. La verdad es que no soy un fanático auténtico, nunca lo he sido. He mirado el fútbol desde el otro lado de la calle, desde la otra vereda, desde la otra esquina, sin la pasión que expresan otros y que los lleva a llenarse de abalorios y de objetos sagrados. La emotiva fiesta chovinista no había logrado alterar mi visión respecto del pan y del circo romano, el opio del pueblo, la fiesta barata del olvido, la enagenación perfecta para que los hombres y mujeres cotidianos olviden buscar a los responsables de sus problemas cotidianos.

El futbol era sólo Colo-Colo, pero Colo-Colo se convirtió en Sociedad Anónima y los socios honorarios dejaban mucho que desear. Uno de aquellos días de hace como 10 años atrás tuve la oportunidad de trabajar en la población “El Castillo”, para una fundación que se enriquecía a costa de jóvenes derivados de los viejos COD (Centros de Orientación y Diagnóstico) y tiempo Joven en aquella época lo era, las vueltas de la vida… Estuve un año entero en El Castillo, en la esquina de Batallón Chacabuco con Juanita, en pleno corazón del barrio popular, un barrio bravo, donde veías pasar a los muchachos con las escopetas hechizas a plena luz de día y en donde había líneas demarcadoras claramente establecidas que convertían el barrio en pequeños feudos. Desde calle Ombú hacia el sur era territorio azul, en aquella época eran los PINREB (Pintana Rebelde); de Ombú hacia el norte era territorio albo, ahí estaban los Peñis, los peñitos y otros especímenes más. Albos y azules enemigos implacables. Tuve la desdicha de ver un par de palizas hacia uno y otro lado, con fierros, puntas de fierros a modos de pequeñas lanzas, las mentadas hechizas, platinas, cadenas, cuchillos carniceros, revólveres 22 corto, palos con clavos de 4 en las puntas, una delicia a ojos de un amante de los deportes extremos. Para mí era un dolor de pueblo que no me podía explicar. Hijos de la misma clase matándose entre ellos mismos por el color de una camiseta, hermanos de miseria, de pobreza, de hacinamiento, convertidos en enemigos irremediables en un escenario ficticio e inentendible, en un barrio perdido de toda civilización.

Al igual que la Primera Guerra Mundial acabó de un cañonazo con el sentido de internacionalismo proletario, (es decir, la vieja cantinela de que los obreros no tenemos patria pues donde quiera que estemos, donde quiera que vivamos, somos igual de explotados y que, por lo tanto, la única opción de romper con nuestras cadenas era la unión, por sobre las fronteras impuestas arbitrariamente por el Capital) y la clase trabajadora de Europa se enfrascó en una guerra fratricida sirviendo los intereses de los poderosos en medio de un mar de arengas chovinistas, del mismo modo, estos hijos del rigor más extremo se valían del color de la camiseta de un equipo de fútbol para encontrarle sentido a sus vidas y, de paso, enfocar malamente su rabia en otros desdichados. Era mucho para mí, sobre todo al confirmar que mis precarios discursos y prácticas no hacían mella en convicciones mucho más profundas. “madres” y “zorras” eran enemigos desde tiempos inmemoriales y punto. No había más que discutir en ese aspecto que se instalaba en la memoria colectiva de los más pequeños como un saber fundamental y fundacional.

La anécdota de todo esto, si se puede considerar una anécdota, es que yo trabajaba en la zona que correspondía al lado norte de ese verdadero muro de Berlin popular, es decir en plena zona alba y me movía por todo el sector, visitando las casas de algunos muchachos, haciendo turismo en las clásicas ferias de cachureos, conociendo el barrio, pero tomaba micro en la zona azul, en calle Ombú con Juanita. En esa esquina había un mural, desgastado por el paso de las lluvias y las incursiones de kamikazes albos, con el rostro gigante del Che Guevara y una de sus frases clásicas: ”Dónde quiera que me sorprenda la muerte, bienvenida sea”. En invierno, yo salía del barrio de noche, ya no había luz solar y muchos de los focos habían sido apagados a piedrazos, era un barrio peligroso, violento en extremo, trabajaba con muchachos que eran de la barra de Colo – Colo, tomaba micro en la parada ubicada en el sector de influencia de la barra de Universidad de Chile, entre ellos había un odio a muerte y literalmente algunos ya habían muerto, el Che que me miraba con sus ojos cargados de historia, la noche que se tornaba demasiado fría y asfixiante, donde quiera que me sorprenda la muerte…, un grupo de muchachos de la barra azul que fumaban marihuana prensada en la otra esquina, la micro que no terminaba nunca de pasar en medio de mis frías cavilaciones, balazos en la distancia, la oscuridad que se cernía sobre todas las cosas tornando difusas las imágenes, mis ojos que se abrían desmesurados, realizando el estudio operativo del lugar, buscando posibles vías de escape, trazando mapas de huída en la memoria por si acaso, elaborando el discurso en caso de confrontación, recordando las casas a las que podía saltar sin problema si había problema, buscando algo con que defenderme en caso de que la muerte quisiera sorprenderme, le daría batalla a la desgraciada si no tenía más remedio, mirando a los que pasaban sin temor, a los ojos y con cierta altivez, como si el barrio fuese tuyo y tú fueses habitante antiguo del paisaje, una enredadera más en el jardín manteniendo el estado de extrema alerta hasta el final, hasta el momento en que la micro de color amarillo, que por fin había pasado, se alejaba definitivamente del barrio y emprendía rumbo hacia el este, muy cerca de donde el sol saldría al otro día colmándome de renovados bríos y energías y experiencias. La última imagen del barrio era otro desgastado mural con una leyenda blanca: “albo, mi única razón de vivir” en la pared de un block descascarado, sucio, irremediablemente pequeño para tanta vida que bullía en su interior.

martes, 16 de noviembre de 2010

COSAS DEL FUTBOL PARTE 2 DE 3

"...Y en cosa de caprichos no hay nada escrito como suelen decir por ahí los entendidos. La cosa es que el tiempo no se detenía ante nada y menos frente a mi aventurera búsqueda de tesoros y así la hora definitiva del comienzo del partido se acercaba irremediablemente y con ella la sombra que se proyectaba desde la marquesina, pues el privilegio y la división de clases con las desigualdades que esta arrastra consigo también se podían extrapolar a la repartición del público en los estadios. El “perraje”, es decir nosotros y todos los que nos rodeaban, debíamos aguantar estoicamente horas y horas de cara al sol abrazador del verano aquel de mis recuerdos, la burguesía, en cambio, disfrutaba desde temprano de la confortable sombra proyectada por la marquesina, división social y desigualdad hasta en los estadios. Ellos pagaban por la comodidad podrán decir algunos, el privilegio no era gratuito y el dinero salía de su esfuerzo cotidiano. Del esfuerzo cotidiano por explotar a los demás diré yo con fuerza y convicción.

Yo veía, con el despertar de mis primeras inquietudes de niño explorador, a mi viejo y a otros tantos y tantos anónimos viejos doblarse la espalda, todos los días y a veces incluidos los domingos, de sol a sol, desde muy temprano en la madrugada cuando aún todo el mundo conocido navega en medio del sueño y la tiniebla de un cercano amanecer hasta la tarde cuando el sol cansado ya de tanto baile y fiesta se oculta tan sólo para dejar paso a las parejas furtivas de enamorados en las plazas oscuras de barrios perdidos en medio de la gris ciudad, en trabajos humillantes y agotadores por un salario de hambre. Así veía a mi viejo y eso cuando lo veía pues la mayor parte de las veces los trabajos se encontraban lejos muy lejos de Santiago y mi padre no era nada más que un padre ausente, como tantos otros anónimos padres ausentes. Mi viejo también se sacaba la mierda trabajando pero el dinero nos alcanzaba tan sólo para la sencilla y nunca bien ponderada galería y entonces allí estábamos, semi rostizados de calor, protegiéndonos como podíamos de los insensibles rayos mientras los segundos se acumulaban y se derramaban en minutos que lenta e inexorablemente iban llenando un gran e invisible reloj de arena de una hora el cual a su vez nos acercaba en forma imperecedera al comienzo del partido y yo en medio de
la semi penumbra en las entrañas del estadio llenándolos bolsillos de tapitas, extasiado hasta la médula, ajeno en esos segundos al devenir de la gente que colmaba todos los pasillos y no siendo partícipe de la gente que seguía y seguí llegando en un caudal inagotable. Tan sólo cuando se me hizo de verdad dificultoso el caminar en medio de tanto y tanto público que buscaba salir a las galerías para ubicarse definitivamente, constaté el virtual peligro de extravío en el que me encontraba y cosa graciosa, había olvidado completamente cual era la escalera por la que había descendido hasta los baños y frente a mis ojos ya las personas colmaban las escaleras de acceso a las dos entradas que tenía para elegir.

Yo, en medio de los nervios y la desesperación traté de razonar como siempre lo hacía cuando estaba solo, es decir, en forma notable y perfecta, si tenía tan sólo dos posibles salidas tenía entonces tan sólo dos posibles opciones de salida y el problema de cuál era la salida correcta se remitía a una simple ecuación de despeje entre dos incógnitas. Hasta el momento hasta yo mismo me impresione de lo perfecto de mis razonamientos, el problema entonces, el gran problema entonces con respecto a cual era la salida correcta se reducía considerablemente a dos opciones y si una no era, por una verdad tautológica y a prueba de todo juicio antagónico debía ser entonces la otra, de verdad y sencillamente fabuloso, absolutamente fuera de toda posibilidad, de todo margen de error posible.

La alegría me duró bien poco a decir verdad, no recordaba ningún detalle, a decir verdad no había hecho el menor esfuerzo por grabar algún detalle que no fuera el que nuestra ubicación se condecía con el hecho de tener siempre al frente de nosotros al
banderín del córner y con sólo ese detalle me dirigí hacia una de las escaleras y salí en busca de mi destino, de mi frugal destino.

Guiado tan sólo por mi fiero instinto y cargados mis bolsillos de tapitas llegué hasta donde se encontraba mi viejo y este me miró con su cándido aire de padre regalón - Donde te había metido cholo crestón – fue lo que me dijo mientras me dejaba caer un suave coscorrón en la cabeza. Luego me senté y continué con mis cavilaciones en torno a donde habría de esconder el importante tesoro con el cual me iría del estadio en ese maravilloso día de ordenamiento y fútbol.

Mi viejo no miró ni se percató en ese instante de mis bolsillos y el partido estaba muy cercano en su comienzo y las barras de cada equipo una vez más habían despertado de su ligera modorra y a medida en que la hora fijada se acercaba crecían los ánimos como si de una gran caldera se alimentaran y la caldera cada vez daba más y más fuego y calor hasta que estuvo a punto de estallar en mis pedazos y la gente
preparaba sus abalorios y yo picaba y picaba papel de diario y mi viejo agitaba con verdadero orgullo la bandera alba de nuestros amores yo lo veía con el rabillo del ojo como hinchaba el pecho de alegría y entusiasmo y sus ojos brillaban de contento y ya venía por fin el minuto anhelado durante gran parte de la tarde y era todo un mar de banderas blancas las que se agitaban y al otro lado de la frontera era otro mar de banderas azules y todo el grandísimo estadio era un océano rugiente de banderas blancas y azules que bailaban y desplegaban sus colores y por los parlantes del estadio llamaban al dueño de una patente número ya no me acuerdo y luego continuaba la melodía que acompañaba cada principio y cada final de partido y era esa de los viejos estandartes, del séptimo de línea, marchas militares en medio de cada encuentro deportivo, mal que mal estábamos en medio de una dictadura todavía y en el estadio aún se podía oler el fantasma de los desaparecidos y los asesinados y
torturados en sus oscuros pasillos.

Luego todo fue carnaval, todo el estadio explotó en un movimiento descontrolado y el papel picado voló por el cielo cada vez más benigno de la tarde que se acercaba
hacia la noche veraniega y saltaba la chaya y todo parecía la celebración de un multitudinario cumpleaños y Colo-Colo se asomaba desde los camarines y enseguida
hacía lo mismo la Universidad de Chile y explotaba la otra esquina del estadio y luego los dos gritos de las barras se mezclaban en uno sólo y era todo un gran estadio el que gritaba por los clubes de sus amores y todos saltábamos y reíamos y yo no quería entender nada pues tantas horas de espera valían la pena al presenciar un espectáculo tan bello y embriagador como el recibimiento que el público le otorgaba a su club favorito.

Todo el estadio era durante un gran rato una marea incontenible de gritos, aplausos y movimiento y el pasto había dejado de ser verde y ahora era verde, blanco y azul, como para imaginar los colores de una nueva y misteriosa bandera confederada, algo así como los nuevos amigos de siempre, los adoradores del fútbol, los que estoicamente esperan el paso de las horas a merced del calor espeso de un sol que no daba tregua, al menos durante ese día.

El anunciador comenzaba a dar las alineaciones de cada equipo y cada vez que nombraba a un jugador de Universidad de Chile la mitad del estadio le respondía
riendo con un “conchesumadre” que a mí me daba un poco de vergüenza repetir y que de hecho no repetía, pues a decir verdad no decía ni el más delicado de los
garabatos por aquellos días. Luego le tocaba el turno a Colo-Colo y era el desquite de la barra azul y ahora todos los jugadores de Colo-Colo eran unos “conchasdesumadre” y eso no me gustaba mucho así es que redoblaba los aplausos para cada jugador de mi equipo, pero sobre todo cuando nombraban con la camiseta número 9 a Carlos Caszely (¿así se escribe?) mi ídolo indiscutido, mío y de toda la barra colocolina a decir verdad.

La cosa es que el partido en cuestión transcurrió demasiado rápido para tanta espera, siempre era así, nosotros nos desgastábamos los sesos y la piel en medio de un sol demoledor, esperando y esperando y luego el partido llegaba demasiado aprisa y tampoco se dignaba a esperarnos el villano armador y rector del tiempo pues este pasaba demasiado acelerado mientras todos nos quedábamos con la sensación de haber visto demasiado poco y habernos cansado demasiado mucho.

El partido terminó con una apabullante derrota para Colo-Colo en ese día, 3 a 1 marcaba el tablero electrónico y la tarde invitaba sin preámbulos al llanto. La mitad del estadio salió con la cabeza gacha, completamente mudo y sin más ganas que la de irse rápidamente a la tibieza del hogar para olvidar la amargura que anidaba en sus corazones.

- Equipo crestón, no da ninguna satisfacción por la misma mierda- gruñía mi viejo en medio de su incipiente disfonía producto de tanta instrucción lanzada a los jugadores.

–¡Corre posh guevón, si te están pagando por las rechuchas!.
–¡¡Ponle la pata posh mierda!!.
-¡No le crea, hombre, no le crea!.
-¡¡¡Que estai cobrando viejo chuchetumadre!!!, ¡¡¡Que estai cobrando!!!.
-¡¡Levántate del suelo cagá, si nadie te cree!!
Y otras tantas cosas por el estilo decía mi padre y que harían el deleite de cualquier conversación franca y abierta y por sobre todo docta y con altura de miras, en torno a los matices y bemoles que en el fútbol se reúnen.

Así era la cosa y así nos íbamos, absoluta y completamente amargados y yo con ganas de tirarle alguna piedra a los vidrios de los autos que a toda bocina celebraban. Mi viejo sonreía tristemente y yo me acordaba de mis tapitas y metía mis manos a los
bolsillos y ahí estaban, perfectas en su dura incomodidad que atenazaba mis piernas con sus puntas filosas y yo que tomaba algunas y las acariciaba y les hablaba bajito como diciéndoles que pronto estarían muy bien en un lugar secreto al que yo las
llevaría y que sólo yo conocía y ahí mismo mi viejo que soltaba un poco de su rabia en mí y me obligaba a botar ¡¡toda esa mierda de tapas, pura basura y las recogió del suelo el guevón por la chucha y bota esas guevás luego, cabro crestón!!.

Todas las tapitas que segundos antes hacían mi deleite y me preparaban un espacio futuro de días y días de juegos entretenidos y fascinantes quedaban en el camino de salida del estadio y se perdían para siempre de mis manos y de la posibilidad de haberme sido útiles. Ahí sí que me daban ganas de llorar y no lloraba no más porque igual me daba demasiada vergüenza que la gente me viera y la pena era demasiado grande por cierto y no tenía ninguna forma de remediarla y subíamos a un bus repleto de personas y yo que me iba parado al lado de una ventana y para amenizar un poco el panorama desalentador en el que me encontraba abría la ventanilla y dejaba entrar el aire fresco de la noche de verano y por la rendija abierta dejaba salir mi bandera y mi viejo me advertía que mejor la entrara y yo que alcanzaba a hacerla ondear un par de veces no más y mientras el viejo me daba sus tardíos consejos una mano anónima me arrebató la banderita de mis amores de las propias manos y yo me quedé mirando el trozo de palito que aún apretaba firmemente y que me negué a soltar pese a la sorpresa que me provocó el fulminante y relámpago atentado, pero ya mi bandera no estaba y yo sólo miraba un palito quebrado entre mis dedos y mi viejo que me
miraba con su maldita cara de te lo dije cabro de mierda, te lo dije y yo que no digo nada más pues ahí sí que me vienen todas las ganas de llorar y una vez más no lloro porque la vergüenza no es una cosa que se pase de un segundo a otro o de una trágica experiencia a otra y en tan corto lapso de tiempo, así es que mejor me callé y me sometí en silencio a la burla de la hinchada azul que iba en la micro.

Colo-Colo había perdido por goleada, mis tapitas ya no eran mías y ahora formaban parte de la colección particular de alguna compañía recolectora de basura y por último mi querida banderita de Colo-Colo me había sido arrebatada de las propias manos por unas malditas garras sin compasión. Después de todo ese no había sido un gran día. Ya vendrían días peores, ya vendrían.... Fin parte 2 de 3

COSAS DEL FÚTBOL 1 DE 3

Este texto, extracto de otro mayor, fue escrito en el año 2002 y se hizo pensando la vida que a algunos nos toco vivir algunos años antes, en la triste década de los 80, es decir, hace casi 30 años atrás. Lo saco a relucir ahora, hoy, debido a mi absoluto desapego actual por aquel amor que fui alimentando desde niño "por las cosas del fútbol", desapego que no tiene más de dos semanas, desapego derivado por el triunfo, una vez más, de la ganancia y el lucro, por sobre la honestidad y la entereza moral, del reino de los poderosos por sobre la hinchada inconsciente, de los mismos pocos de siempre en desmedro de los mismos muchos de siempre. Este texto tiene 3 actos, el primero y el segundo obedecen a aquel período de recuerdos de la niñez. El tercero es tan sólo una despedida cargada de rabia y nostalgia

"...El estadio rugía completamente abarrotado de hinchas en el partido clásico de los clásicos: “Colo-Colo versus Universidad de Chile”, algo así como aztecas contra zapotecas o españoles contra mapuches o blancos contra azules o el día contra la noche, el bien contra el mal, las fuerzas todopoderosas de la libertad avanzando irremediablemente y destruyendo todos los cimientos aberrantes de la vieja y tradicional dictadura oligarca y parlamentaria de principios de siglo. La oposición y la permanente lucha de los contrarios encarnada en un partido de fútbol. La síntesis de la constante lucha, del cotidiano bregar del ser humano entre sus fuerzas antagónicas, entre su naturaleza animal y su espíritu creador dándose duro en el campo de batalla de un verdor refrescante.

Era un verdadero placer ir al estadio con el papá. Recuerdo que ese era uno de los recursos de los cuales tengo más gratos recuerdos de su aporte a mi crecimiento intelectual. El Estadio Nacional es una inmensa construcción elevada y oval y en mi época de niñez era un monstruo tremendo y perfecto, el cual rugía cada vez que un equipo salía a la cancha, era un gigante de concreto que temblaba con el movimiento nervioso de miles de pies que vitoreaban a su equipo favorito y desplegaban las banderas con los colores de sus eternos y aguerridos amores. Una vez que sorteábamos la primera barrera entrábamos con mi viejo casi corriendo para llegar luego a la ubicación de un lugar estratégico que siempre resultaba estar detrás de la banderilla ubicada en la esquina noreste de la galería Andes. Nunca cambiamos de posición para saber siquiera que se sentía mirar las cosas desde otra perspectiva, mi padre no lo permitía y punto, esa era su esquina para presenciar el partido. Nunca vimos un encuentro de fútbol en otra ubicación y debo decir que desde nuestra tradicional ubicación era visible toda la cancha, las rejas estaban mucho más debajo de nosotros que nos ubicábamos a mitad de camino entre lo más bajo y lo más alto. Todo un estratega para las ubicaciones era mi viejo.

Una vez que sorteábamos la primera valla en la cual nos pedían los boletos, caminábamos un largo trecho y yo con mi banderita de Colo-Colo al viento del norte que anunciaba la próxima lluvia. Sólo nos quedaba la última revisión de boleto, a los pies de las escaleras que nos llevarían a las galerías y a nuestra permanente ubicación y yo creo que hasta nos sentábamos en los mismos asientos si es alguien no nos ganaba el puesto, por eso mi viejo corría y yo iba detrás de él marcando el paso, respirando el intenso aroma de la aventura, observando los rostros de las personas y sus banderas y sus expresiones de alegría por estar a punto de formar parte de algo trascendente e inexplicable. Algo sucedería en el transcurso del partido que cambiaría la vida de todas las personas, algo misterioso y bello que a nadie dejaría con la misma actitud frente a las cosas, al menos eso es lo que yo imaginaba mientras comenzábamos a subir las largas y cansadoras escaleras, en medio de un gentío que murmuraba y las frías paredes, que contrastaban con el calor reinante, generaban un eco como de catedral y era un gran rezo simbólico el que salía de las gargantas de los miles y miles que junto a nosotros marchaban en esa procesión de día festivo y carnavalesco, y era un canto de amor el que se descolgaba del frío y oscuro concreto que nos rodeaba y que poco a poco, a medida que nuestros pasos ganaban más y más escalones, a medida que el rumor se tornaba más intenso y abierto como si cambiara la dimensión a rumor estéreo, se tornaba más claro y más diáfano hasta romper en nuestra mirada con un temblor de verde claro precioso que abarcaba toda nuestra vista y que generaba una sensación confusa en mis ojos que ya se estaban acostumbrando a la semi penumbra de la subida.

Y era como si de pronto el verde del pasto se transformase en el color oficial de mi mirada y todo lo observaba verde, como cuando jugaba en el colegio poniéndome una regla verde delante de los ojos como si fuera mis anteojos, y todo era verde, el cielo azul que bañaba de calor toda la extensión abierta de esta gigantesca elipse elevada al cielo transparente de Noviembre era tan sólo un producto endiablado de mi curiosa imaginación daltónica, el cielo era de un verde intenso y lo mismo la marquesina del estadio y los asientos de los socios preferenciales bajo la marquesina y del mismo modo el tablero electrónico que marcaba los goles de uno o de otro equipo y la ropa de la gente también era verde, pero este verde presentaba un sinfín de tonalidades y mis manos eran de un verdor hoja de árbol y las manos de mi padre eran de un verdor pasto que no ha sido regado en al menos un par de días y las manos de nuestro vecino más próximo eran verde manzana y su fragancia llegaba hasta mi nariz abriéndome el apetito.

Y así el estadio nos saludaba y con él los millares de personas solitarias, con sus amigos, familias y quien sabe quien diablos más, que se ubicaban en sus puestos estratégicos, al igual que nosotros, a la espera de la hora señalada para el duelo y yo me imaginaba el circo romano con sus carreras de caballos y sus luchas cruentas en las que no siempre ganaba el jovencito de la película y a decir verdad este jovencito en la mayoría de los casos no era y no era en lo absoluto el hombre más bueno ni el más noble; en el mejor de los casos era el más astuto, el más ladino, a excepción de Espartaco, el esclavo libertario encarnado en las retinas decadentes y superficiales del mundillo Holliwoodense por Kirt Douglas hace un montón de años atrás, probablemente no en los tiempos de la caza de brujas o de la Liga Norteamericana Contra el Demonio Comunista y esas cosas por el estilo que aún nos sacuden de tanto en tanto.

El público estaba divirtiéndose con los espectáculos que surgían de tanto en tanto de las galerías, la mitad del estadio le pertenecía a los hinchas de la U y la otra mitad era administrada por los barristas de Colo-Colo. En aquellos lejanos días aún no surgía ninguna de las dos barras bravas de los equipos rivales e ir al estadio era, entonces, una ceremonia familiar tan tranquila como un paseo al Parque Forestal o al cerro Santa Lucía el día domingo y daba realmente gusto ver a otros tipos con sus esposas y el tropel de niños corriendo de un lado para otro de las galerías en un ambiente de fiesta que a uno lo contagiaba y todos reíamos cuando desde un grupo salía un peluche con la forma de un chuncho deformado y lo tiraban de un lado para el otro de la galería y todo el mundo quería atrapar a aquel trofeo tan sólo para ser el encargado de lanzarlo una vez más a cualquier parte del amplio entorno. Del lado de la Universidad de Chile también surgían monigotes con la forma de un desmedrado indio, con pluma y todo como el estereotipo del indígena norteamericano y todos del otro lado de la valla reían y gritaban insultos contra el pelele que finalmente era destrozado por la multitud y cambiado en breve por otro y otro.

Yo me sentaba en mi asiento y comenzaba a leer alguna cosita que andaba trayendo, nunca me faltó lectura en aquellos días y por último estaban los libros que me facilitaban en el colegio, o mi interesante colección de trozos de papel recolectados en la calle. Y así dejaba que transcurrieran las horas, pues por lo general llegábamos al estadio con al menos unas tres horas de anticipación, ya que había que asegurar los puestos de costumbre a como diera lugar.

El sol avanzaba sin ninguna prisa sobre nuestras cabezas y el calor se tornaba inclemente. No había donde guarecerse de la poderosa influencia del padre luminoso y los vendedores de viseras no daban abasto para tanta demanda. Evidentemente mi padre me compró una visera con los dibujos corporativos de Colo-Colo que si bien es cierto era mi equipo favorito, tampoco me mataba de pasión la idea de tanto sacrificio por un partido de fútbol. Todo lo que rodeaba al partido en sí era lo que me fascinaba, los gritos y los cantos de las barras, las rutinas de los vendedores de confites o bebidas o calendarios o cintos, en fin, todo un universo económico girando en torno a un partido de fútbol, sin dejar de mencionar a los vendedores de sanguches de potito y de palta con jamón, toda una institución en las lides disputadas en el histórico Estadio Nacional. Me entretenía sobremanera ver como cada barra le buscaba el odio a la otra y como los gritos a veces aumentaban de tono y si no fuera por las rejas que separaban uno y otro bando la batalla hubiese comenzado en forma inminente, como con el transcurso de los años sucedió, pese a las mismas rejas.

Allí la gente liberaba todas sus tensiones, con el transcurso de los años y a medida que fui descubriendo nuevas realidades y ampliando mi conocimiento de las cosas pude entender muchas de las actitudes de quienes iban al estadio, de cómo se transformaban y lloraban de pasión viendo las piruetas de su equipo favorito y una vez más volví a entender la lógica del pan y del circo que los romanos supieron aplicar muy bien a los pueblos dominados por el imperio y a su propio pueblo en el cual corría también la sangre producto de las ambiciones de poder de unos pocos.

Este era el circo moderno, aquí todos olvidábamos nuestras miserables vidas y por un buen rato soltábamos todas las tensiones posibles y vivíamos la tragedia de otros que corrían en torno a una pelota, pero también en su juego era posible vislumbrar la tragedia de todo un país sumido en el oscuro terror de detenciones arbitrarias y desaparecidos. El estadio estaba repleto pero no estaban todos lo que debían estar, nadie notaba la falta de los ausentes, tan sólo algunos pocos iluminados cuyos corazones se estremecían de dolor, de aquel dolor que sufrieron los que ya no estaban y que se fue con ellos el día que sus corazones dejaron de latir teniendo tanta vida aún por delante.

Yo, por cierto, vivía mi propio circo en el estadio. Los espacios libres cada vez eran menos y la gente se distendía a ratos, generando espacios de silencio en medio de tanta algarabía. Yo jugaba a identificar esos espacios de silencio, que a ratos se prolongaban durante varios minutos, los precisos como para realizar una audaz incursión al baño ubicado en el interior del estadio, los precisos como para arremeter contra los locales de ventas de refrigerios en busca de mis tesoros favoritos por aquellos días. El papá demoraba varios minutos en acceder a mis deseos, fundamentalmente por el temor frente a la posibilidad de un extravío por mi parte, el me conocía muy bien, al menos eso creía él, sabía lo despistado que podía ser y no quería arriesgarse a perderse el partido por tener que andar buscándome a mí, así es que no, era mejor aguantarse hasta el entretiempo. Considerando que para que comenzara el partido aún faltaba poco más de una hora y sumándole los 45 minutos de rigor que equivalían al desarrollo del primer tiempo, siempre y cuando ninguna situación anormal retrasara la finalización de esa primera parte, la larga espera se tornaría realmente insoportable y entonces de verdad la angustia de tanto tiempo de espera se conectaba con mis esfínteres y surgía real y urgente la necesidad de ir prontamente al baño y yo arremetía una vez más con mis fríos argumentos para vencer la terca oposición de mi viejo, mi querido viejo. Al final de cuentas y muy a regañadientes el papá accedía a mi petición pero me colmaba de indicaciones en torno a mi partida y regreso con lo cual y para siempre yo pude configurar una suerte de “Manual Indicatorio Para Casos de Salidas y Regresos en Lugares Densamente Poblados”. La pillería consistía fundamentalmente en visualizar algunos puntos en particular que me servirían de referencia para la hora de mi regreso. Alguna reja con una extraña conformación, algún poste pintado de un color especial, alguna persona sobresaliente, una puerta, la dirección del sol con respecto a mi hombro izquierdo o derecho, etc.

Después de todo ya me encontraba camino de mis tesoros y se me dificultó un poco salir hacia los baños pues el estadio seguía nutriéndose de personas que llegaban y llegaban en un caudal incontenible. Nadie quería perderse el espectáculo deportivo de la semana. Nadie más que yo corría al baño y luego salía con la misma premura de él, para saltar por sobre los puestos de venta y recoger con la mejor de las delicadezas todas las tapitas que pudieran albergar mis bolsillos, y no importaba el color y no importaba su forma y no importaba nada de nada, salvo que estas estuvieran bien destapadas, es decir que no hubiesen perdido su fisonomía tan cultural de tapas de bebidas. Alguna gente aplicaba y debido tal vez a la premura, tal fuerza a los destapadores que prácticamente doblaban las tapas hasta enrollarlas en una masa amorfa que no era de mi predilección. Coleccionista de tapas era, pero uno tenía ya en ese entonces sus caprichos...". Fin parte 1 de 3

sábado, 6 de noviembre de 2010

BREVE REFLEXION SOBRE EL UNIVERSO ICONOGRAFICO PRECOLOMBINO

El universo iconográfico precolombino, es decir el caudal de información visual respecto de las culturas existentes o dormidas en nuestro continente hasta la llegada de los conquistadores europeos es, a todas luces, notable. No puedo dejar de sorprenderme frente a tanto despliegue de colorido. Una energía vital vibra en cada imagen vista y ninguna forma o color está realizado al azar. Todo cobra o tiene sentido. Cada color obedece a un contexto determinado, cada forma está conectada con la otra en un proceso simbiótico de mutua dependencia, cada figura tienen su lugar y cobra su propio sentido en un contexto profundo de interrelación.

Hay culturas que resistieron con mayor energía o quizás con mayor suerte el avasallamiento cultural y la fiebre y necesidad de oro y riquezas proveniente de los europeos. El caso inca es emblemático en el sentido contrario, pues al no contar con un sistema de escritura complejo y masivo todo el peso de la transmisión de información, de la continuidad de los rituales, de la asimilación cultural por parte de las nuevas generaciones, estaba determinado, en gran medida, por el universo visual que en los Andes Centrales ya contaba con varias generaciones de desarrollo creativo anterior a los incas y con culturas que se desarrollaron con gran pujanza, tuvieron su período de esplendor y luego fueron absorbidas por el desierto o por la última gran cultura dominante, la incaica.

Los Incas tuvieron el infortunio de ser el último imperio precolombino en la zona de los Andes Centrales. Sus ciudades fueron totalmente desvalijadas, arrasadas y convertidas en barras de oro sus riquezas, sus monumentos de piedra destruidos, su numerosa iconografía arrasada y su gente sometida, vejada, privada de sus derechos, incorporada a la fuerza a una nueva cultura hegemónica, totalmente ajena a los hijos del Tahuantinsuyo, con otro lejano idioma, una religión que hablaba de un solo dios y hombres, que en su santo nombre, eran capaces de cometer las peores aberraciones que la mente humana era capaz de imaginar en la época. Los incas tuvieron la mala fortuna de ser los últimos, y sus hijos sobrevivientes aún esperan el retorno de Viracocha, para que rearticule una vez más el orden cósmico y corrija las cosas, y devuelva la dignidad perdida en la noche de la historia y reparta los frutos de la madre tierra para todos por igual y a cada cual según sus necesidades.

Mejor suerte corrieron algunos de sus antecesores (Mochicas, Paracas, Huari, Tiahuanaco, Chachapoyas, etc.) ellos contaron con un aliado que guardó alguno de sus secretos: el desierto, la arena calcinante, los inaccesibles acantilados. La ininterrumpida acción de los huaqueros que hasta el día de hoy buscan y saquean tumbas para nutrir el mercado negro de joyas y productos originarios, no ha podido ocultar la enorme cantidad de objetos, momias, cerámica y telares encontrados en algunos sitios arqueológicos. Gracias a estos hallazgos contemporáneos algo podemos saber, algo podemos observar de la grandiosidad de nuestros abuelos culturales, de nuestros predecesores y en algo podemos imaginar lo que hemos perdido como culturas americanas a lo largo de estos siglos de colonialismo.

UN DIA CUALQUIERA

Los jóvenes de la cárcel tienen un idioma propio, una cultura, una forma de ser y de estar, una particular cadencia de frágil estabilidad entre el silencio sagrado y el golpe lanzado de súbito, con inusual violencia. Hoy ha sido un día extraño. Todo parecía el presagio de una tormenta, los treiles cantaban como si oyesen la cercanía del húmedo vendaval, el aire se respiraba cargado de malos presagios, había una inusual tensión en el ambiente y el calor pesado de noviembre cansaba nuestros pasos y tornaba pesado nuestros cuerpos más allá de lo necesario. El sueño habitaba el paisaje y cualquiera hubiese dado lo impensable por estar en otro sitio, pero aquí estábamos.

En casa 2 no es que hayan comenzado los problemas, pero ahí se dio la cosa. Era la clase de la profesora de inglés, una joven muchacha egresada hace muy poco tiempo. De a poco comenzó un ruido, una molestia sin sentido, un cantar a todo pulmón y comenzar a subir el tono de las palabras hasta llegar directamente a las groserías. La profesora se sintió atacada y pidió apoyo a los profesores de trato directo. Se separó a un grupo de 6 jóvenes del total de aproximadamente 30, los precisos, los más bulliciosos, los que habían iniciado el altercado y tras la irrupción de gendarmería se los llevó a la casa 5, que resulta ser la casa de castigos. Hasta ese momento todo parecía explicar un hecho corriente: jóvenes que se sintieron con la libertad de faltar el respeto a su profesora y debido a eso fueron castigados ejemplarmente siendo confinados a casa 5, en fin, sólo bastaba abrazarnos y felicitarnos por la buena labor realizada. La verdad estaba lejos de aquellos peregrinos intereses míos.
Algo que aprendí pronto en CIP – CRC San Bernardo es que la información circula a través de 2 canales, uno formal y otro informal. El formal es lento, pausado, se toma su tiempo y sigue obedientemente el conducto regular. El otro, el informal, tiene a su vez, dos variantes, una variante que hace circular la información a través de los educadores a nivel de comentario mal o bien pensado y otra que es propia de los jóvenes, los que tienen sus propios canales de circulación informativa. Ese último modelo es el más eficiente, delicado y altamente peligroso. Todo se sabe en CIP – CRC San Bernardo. Con una rapidez asombrosa los jóvenes de todas las casas se enteran de recién llegados, de castigos, de allanamientos, de descubrimientos de celulares, de golpeados, de alguno que habló más de la cuenta, de deudas pendientes, de pago de protecciones no realizadas, de venganzas y nuevos líderes, de prontos beneficios, etc. y etc.

Hay una soterrada y a veces evidente repartición del poder en cada casa. Hay jerarquías, intocables, perkins (aunque ese concepto ya no se usa y es reemplazado por el de “perro”, “este es mi perro”), soldados, armeros (encargados de buscar y recopilar todo lo que pueda convertirse en un arma), protegidos de los jefes (los que generalmente manejan dinero y pueden pagar por protección), abusados (de todo tipo) y otro etc. Lo que la mayoría aprende de inmediato es que debe someterse a un grupo, debe buscar una pertenencia y deberle culto a esa pertenencia grupal. Dependiendo del rol que la haya sido asignado debe actuar en concordancia con ese rol, ¡¡Ay del que se niegue o se torne rebelde!!, las palizas son de antología, según lo que hemos podido recabar. Detrás de las clases que a diario intentamos desarrollar se esconde un mundo cargado de simbolismos y a veces resultamos ser meros objetos de decoración de un entramado que algunos de nosotros no terminamos jamás de entender, como fue el caso de esta tarde.

Casa 5 es, por lo general, el lugar de reunión de toda la información. Desde ahí se mueve, cobra vida propia, se multiplica a través de un intrincado sistema de señales y códigos. Muchas de las palizas y semi linchamientos ocurridos, se han fraguado aquí o se han llevado a cabo en este lugar. El caso es que hace pocos días llegó a esta casa un joven acusado por otros de haber hablado más de la cuenta, de haber “sapeado”, en estricto rigor. Para las leyes soterradas de los muchachos presos no hay acción más deleznable que esta. Si alguno es vulnerado en sus derechos y es golpeado por sus compañeros de encierro, debe ser HOMBRE y callar, dar nombres es autosentenciarse, perder de súbito los pocos privilegios obtenidos, perder amigos, protección, un grupo de apoyo, es caer en la vulnerabilidad total, es perderse y pocos están dispuestos a vivir en esa situación. Todos o casi todos callan, todos aceptan, todos entienden que esa es LA FORMA en que se resuelven las cosas. Este muchacho, al parecer, habría transgredido este principio de vida y ya había sido golpeado duramente por ello… pero faltaba más. La idea ahora era “marcarlo”, convertirlo en un chivo expiatorio, en un ejemplo a ojos de los demás de que las leyes sagradas se respetan con la razón o con la fuerza. La marca debía ser en su cara, es decir, debían cortarlo y ese corte todos lo verían, hasta la posteridad, los de ahora y los de siempre, la intención era dejar en él una huella imborrable. Maquiavelo quedó irremediablemente corto.

Como los compañeros de casa del muchacho, que lo habían sentenciado, no querían quemarse siendo ellos mismos el largo brazo de la ley, aplicaron otro principio básico, heredado de la vieja y mítica organización obrera: a saber, la ayuda mutua. Los padres fundadores del movimiento obrero crearon prontamente Sociedades de Resistencia para hacer frente al avasallamiento patronal y generar espacios de profunda solidaridad de clase, empleando también, en algunos casos, la violencia obrera para frenar la violencia de los poderosos. En el pos moderno caso que nos convoca, los principios rectores son otros y evidentemente el fin último de la respuesta no es ni mucho menos la transformación de la sociedad de clases a una sociedad de hombres libres. Aquí sólo era venganza y un cierto argumento fascista de que el orden impuesto por los poderosos no se altera pues el que lo intente sufre las consecuencias. La antítesis total de nuestros abuelos…

El caso es que, usando este corredor inasible de información se contactaron los muchachos con los de otras casas y validaron su argumento a través quien sabe de qué, pero seguramente apelando a favores recíprocos, algo así como hoy por mí y mañana ya veremos. La profesora de inglés sin querer ni saber, fue víctima de este entramado subterráneo, pues el grupo de muchachos necesitaba un serio argumento para irse a casa 5 a “cobrar”. La falta de respeto fue el leit motiv que los llevó directamente a su presa y por querer hacer lo correcto se hizo el designio de los jóvenes que mueven los hilos del poder interno en el Centro. Valga mi mínimo reconocimiento por ello. ¿Cuántas veces ha sucedido?, ¿Pasará a diario?, ¿Qué otras situaciones más complejas aún pasarán cotidianamente frente a nuestras narices? Como para pensar que la realidad carcelaria es un universo del que se ha descubierto tan sólo una mínima parte. Cómo esto sucedió tan sólo hoy día es de esperar que el joven haya recibido la adecuada protección por parte de los profesores de casa 5. Mañana ya veremos… mañana.

viernes, 5 de noviembre de 2010

DISCURSO DE NIBALDO MOSCIATTI AL RECIBIR EL PREMIO EMBOTELLADORA ANDINA 2010

Les dejo este texto que me llegó hace un tiempo y es la transcripción literal de un discurso que realizó el periodista de Radio Bío - Bío Nibaldo Mosciatti, a raíz de haber recibido el premio Periodismo Embotelladora Andina 2010, de parte, precisamente de la Embotelladora Andina, quien cuenta con la franquicia para vender los productos de la The Coca Coca Company en nuestro país, lo que no es poco decir, como quien dice, la encarnación misma del poder económico en Chile y, por cierto, una de las empresas más importantes en el contexto latinoamericano por ese mismo hecho. Habrá que imaginarse el escozor de las autoridades y de los directivos de la empresa presentes en la premiación del periodista al ir masticando cada una de sus palabras. Se las dejo para el análisis.

"Como el orden de los factores SÍ altera el producto, este discurso comienza así: ¡Familia!, Constanza y retoños, amigas y amigos, queridos auditores, añorados lectores, circunstanciales televidentes, jurado del premio, embotelladora del premio (siempre hay que ser bien educado), autoridades varias y vagas; autoridades en la vaguedad. O sea, en la distancia. Amablemente.
Este texto consta de tres partes. A saber: agradecimientos, reflexiones sobre el oficio y, finalmente, piloto para un espacio de radio de trasnoche. Vamos, pues…
1.- Agradecimientos:
Quiero agradecer a mis maestros. A los que, primero, me enseñaron. Quiero agradecer a mis padres. El rigor de la Loli y la fantasía de Pocho. La perseverancia y pasión de ambos. El aprendizaje de ver pasar el río, de plantar algunos árboles. El vivir la vida sin ambición por el dinero, ni ínfulas sociales.
En este oficio de periodista quisiera haber heredado una pizca del talento, la sensibilidad y la rebeldía de mi padre. Sin esas cualidades, el periodismo se convierte en otra cosa: en una simple reproducción de discursos, en un engranaje más de las máquinas de los poderes y los poderosos, en esa cosa amorfa, triste, gelatinosa, y, a veces, ruin y malvada, que son las relaciones públicas o todo tipo de comunicación que está al servicio de unos pocos en detrimento de la mayoría anónima.
Quiero agradecer, andando ya el camino, a algunos profesores. De mi colegio: Lamiral, Varela, Tolosa, Fierro, Boutigieg, Pilon, Biancard. La añoranza de ese espacio de libertad cuando la libertad escaseaba.
Y de la Universidad… allí, en verdad, gracias a pocos. Es más, si hablo largo terminaría a los garabatos y repudiando a muchos de esa Universidad Católica, la UC de aquella época, puta prístina de la dictadura, con sus sapos, sus silencios cómplices, sus injusticias mofletudamente bendecidas, bendecidas por sus monseñores y sus autoridades venenosas que no se arrugaban en tolerar, avalar y alentar la brutalidad para preservar el orden, que era un orden chiquitito, orden sólo de ellos.
Doble mérito entonces para mis profesores de la Universidad a los que agradezco: Juan Domingo Marinello, Cacho Ortiz, Gustavo Martínez y los Óscares: Saavedra y el RIP González, lo que no es maldad, porque todos nos vamos a morir. Así es que RIP nomás.
Y, en el oficio, más gracias. Gracias a algunos que me apuntalaron, mostrándome matices de dignidad: Salvador Schwartzmann, Jaime Moreno Laval, Mario Gómez López, Gabriela Tesmer.
Los otros, los amigos que me enseñaron y que, por sobre todo, quiero: Andrés Braithwaite, el mejor editor de prensa escrita que haya conocido nunca; Pancho Mouat; los laberintos del pensamiento de Ajens; Pablo Azócar y el filo de su pluma; Rafael Otano y su erudición que te obliga a ubicarte donde siempre debe ubicarse un periodista, que es en la ignorancia; y Patricio Bañados, que me ha mostrado el valor de las convicciones y la decencia que debería imperar en este medio. Pero ustedes lo saben: NO impera.
En cuanto al premio mismo, gracias al premio, que permite esta convocatoria. Así veo a gente que quiero. Premio gracioso y gaseoso. Tan gracioso que creí que era pitanza. Premio de fantasía y bebestible, para mí, que me ufano de haberme criado bebiendo agua de un pozo alimentado por una napa subterránea que desciende al río Bío Bío desde la cordillera de Nahuelbuta. Agua pura.
Gracias, entonces, al jurado que me eligió. Gracias sinceras porque, por lo demás, no he postulado a premio alguno, lo que me indica que mi nombre les salió del corazón. O de la razón, lo que no sé si es mejor o peor, todavía.
Y gracias a la empresa que da el premio. Premiar periodistas es labor samaritana. Mejor que el Hogar de Cristo o la Teletón, en la medida en que no se convoque, paradójicamente, a la prensa.
Sugiero a la embotelladora que también se incluya, en galardones paralelos, a zapateros remendones, desmontadores de neumáticos en vulcanizaciones, panaderos, imprenteros, empastadores de libros, ebanistas y expertos en injertos de árboles frutales, para que se consolide la idea de que lo que se premia es el ejercicio de un oficio, el día a día de las letras, y no la ruma de certificados, con sus timbres y estampillas, ni la galería de cargos, ni, menos todavía, la trenza de contactos, pitutos, militancias, genuflexiones (para no usar imágenes obscenas) favores y deudas. Así debiera ser.
En suma, muchas gracias. Gracias por mí, pero también gracias por La Radio. Este premio es, en gran parte, mayoritaria parte -seamos sinceros-, un premio a Radio Bío Bío. Un premio a un proyecto que nació en 1958, en Lota, con radio El Carbón. Un proyecto que mi padre no sólo ideó, parió, construyó, afianzó y encauzó, sino que es un proyecto que sigue siendo fiel –y esperamos no tropezar nunca en ello– a lo que mi padre quiso. Eso es lo que más se merece un premio: la idea de un medio de comunicación al servicio de la gente, sin cálculos, sin ideas de trampolín para lanzarse a otra piscina. Señoras y señoras, muchas gracias.
2.- Reflexiones sobre el oficio:
Lo primero es que trataré de evitar, probablemente, sin éxito, el peligro de todo discurso, que es terminar pontificando. Imagínense: yo de pontífice. Pondría mis condiciones eso sí: fin al celibato y, por supuesto, me negaría a usar esas polleras que usan los pontífices. Báculo sí usaría: más de alguno con que me cruzo merece un garrotazo, y los báculos papales y obispales, a veces pesados con tanto oro, deben ser buenísimos para tal efecto.
Bien, no nos desviemos, aunque el tema provoque curiosidad malsana.
Entonces: evitar pontificar. Porque el periodismo debiera estar lo más lejos posible de los pontífices: los de las religiones, la política, los negocios, la banca, el capital, la revolución, la involución, las dietas, las verdades reveladas, las ideologías, la numerología y tantos etcéteras. O sea, lejos de las certezas. El periodismo sólo se sostiene en su falta de certidumbres, en la duda permanente, en el escepticismo, en la incredulidad.
Vivir poniendo en duda todo puede, es cierto, generar angustia. Pero si no se busca el poder, la certeza mayor que te da el poder y, por consiguiente, la posibilidad del abuso –porque eso es el poder: la posibilidad de abusar–; si no se busca esa certeza, se puede vivir de lo más bien.
¿Cómo vivir en el ejercicio de la duda? Aventuro una respuesta: haciéndolo desde la sensibilidad. Sensibilidad para entender al otro. Hacer el ejercicio de despojarse de lo propio –las ideas, los odios, las fijaciones– para intentar reconocer, conocer, entender lo ajeno.
Hay, al menos, dos periodismos. Voy a dejar fuera a esa manga de serviles que, por opción (libero de culpa a los que no tuvieron alternativa), fueron útiles plumíferos de la dictadura. Siempre he sostenido que en dictadura, hacer periodismo es hacer oposición. Si yo pretendiera hacer periodismo en China, hoy, sería agente opositor (y qué bueno que el Premio Nobel de la Paz se haya otorgado a un disidente chino).
Bueno, dejando de lado esto, repito que hay, al menos, dos periodismos: Uno, el que le habla a la gente, porque piensa en la gente y siente que está al servicio de ella. Otro, el periodismo que le habla a los poderes, porque vive en ese rincón restringido y cálido –pero nunca gratis– que los poderes guardan a ese periodismo. Es un rincón un poco humillante, como esas casuchas para los perros guardianes, que te guarece de la lluvia pero que incuba pulgas y garrapatas, pero allí nunca falta el tacho con comida. Sabe mal, pero alimenta. Y, en general, engorda.
Lo que entiendo por periodismo es lo primero: el periodismo es un ejercicio de antipoder. Repartir, difundir, democratizar la información que, si es tenida en reserva por unos pocos, constituye poder. ¿No les suena acaso la figura de “uso de información privilegiada”?
Mi convicción, entonces: lejos de los poderes, que el poder corrompe. Y a más poder o más dinero, más corrupción.
De lo mucho que le debo a mis lecturas –en rigor no he hecho más que repetir cosas que he considerado inteligentes y por otros dichas–, le debo a Albert Camus la mejor definición de patriotismo. Si la bandada de sujetos vociferantes que se dicen patriotas se aproximara a esa definición, algo de eso que se sueña como humanismo sería factible. Escribió Camus, a propósito de la resistencia francesa a la ocupación nazi:
“Fue asombroso que muchos hombres que entraron en la resistencia no fueran patriotas de profesión. Pero el patriotismo, en primer lugar, no es una profesión. Es una manera de amar a la patria que consiste en no quererla injusta y en decírselo”.
Uno podría cambiar el término patria por humanidad y patriotismo por humanismo. Y uno podría considerar que ese ejercicio de humanismo es el buen periodismo.
Para no subirse por el chorro, una advertencia: muchos periodistas estaban o están convencidos que el periodismo es la palanca o instrumento para generar un cambio social. Nica. O sea, no. Quienes piensan así exhiben, quizás sin darse cuenta, una arrogancia y un mesianismo temible. Allí no hay duda, ni cuestionamiento. Los cambios los hacen los pueblos, no el periodismo. Tratemos –termino igual como empecé–, tratemos de no pontificar.
3.- Piloto para un espacio radial en el trasnoche. ¡Invito a que me acompañe (en saxo) Nano González!
¿Por qué te premian? ¿Porque ya eres suficientemente viejo? ¿Por qué ya lo que dices son puras boludeces y tus dichos perdieron filo, agudeza, desparpajo, y te repites como un viejo gagá que no dice nada nuevo ni nada que escandalice? ¿Por eso te premian, porque la lengua te la comieron los ratones? O, mejor dicho, ¿porque tu lengua se pudrió, de desprendió, añeja, agria, inútil?
Sobrevuelas un pedazo de tierra, hermoso por lo demás (bueno, hermoso en lo que va quedando de hermoso, porque lo otro ya lo arrasaron) y te dicen: mira, esa es tu Patria. ¿Qué es eso? ¿Una Patria, La Patria, tu Patria? ¿Para despedazarla y repartirla? ¿Para prohibirla, censurarla, amordazarla? Será mejor, entonces, no tener Patria, y ahorrarnos uniformes, paradas militares, desfiles, aniversarios, profesionales ociosos de la guerra. No, no, no; mejor así: que los militares sigan siendo ociosos y que no ejerzan su trabajo. Digo: no a la guerra. Y agrego: mar para Bolivia, y con soberanía.
En cada uno de nosotros habita ese lobo que ve a los otros como ovejas, y quiere devorárselas. Pero no nos engañemos, los lobos son los lobos de siempre. Se les reconoce por el hedor que van dejando sus meados. No trates de domesticar al lobo. Sácale lustre, aliméntalo con carne cruda y no lo retengas cuando llegue la hora de las dentelladas. ¿Se acuerdan de ese coro, auténtico, maravilloso, porque ponía en duda el orden que es, como todo orden, en el fondo, una prisión? El coro decía: ¡va a quedar la cagada, va a quedar la cagada, va a quedar la cagada…!
Nosotros, asesinos. Esa cualidad última es la que se promueve. No veas al otro como un socio, olvídate del concepto de prójimo (salvo cuando vayas a ese teatro vacío que se llama iglesia). Gánate un espacio, desplazando a otro. Es una lógica asesina. Bienvenidos al carrusel de los depredadores. Nuestro futuro está escrito: feliz regreso al canibalismo.
¿Dónde están los que no están? Bueno, yo lo sé, porque así lo siento: en ningún lado, por algo no están. Chau, listo, se acabó… Pero están. En nuestros recuerdos, en la memoria. Me gustaría que estuviera aquí Galo Gómez. Galo Gómez hijo. Romántico y pendenciero, pero tan buen tipo que sus peleas eran pura bondad. Galito, ¿te mataste o te mataron? No, parece que fue la borrachera y el exceso de velocidad. Te mataste, entonces. Te echo de menos.
Luciérnagas en la noche. Bajo los boldos, vuelan encantadas las luciérnagas de mi niñez y juventud. No las vi por años, casi décadas, hasta que una noche reaparecieron. Allí, en la orilla del Bío Bío. ¡Luciérnagas en la noche de nuevo! Como un mensaje que dijera: no todo está perdido, no todo es derrumbe. La sobrevivencia de las luciérnagas como metáfora de la supervivencia de lo hermoso, de los sueños, de que sigan existiendo luciérnagas para los futuros niños.
Y sí… Quisiera volver a ser un niño. Vivir, aunque sin saber, que todas las posibilidades del mundo están abiertas y disponibles para mí. Eso es la niñez: la infinitud de rumbos, la ausencia, por el momento, de condicionamientos, directrices, guías. El primer día de colegio es el primer navajazo a esa infinitud. Quisiera volver a ser un niño, antes del colegio. Niño, niño. Puro horizonte, posibilidades infinitas. Quisiera ser niño. ¡Y sin premio!
Muchas gracias."
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