Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

sábado, 11 de diciembre de 2010

81 MUERTOS EN NUESTRAS CONCIENCIAS

81 muertos es un golpe duro a nuestras conciencias, a la tuya, a la mía, a la de aquellos que suelen hacerse los sordos y culpar a otros, a la de todos. Todos somos en algo responsables. Todos tenemos algo que ver, todos hemos criminalizado en mayor a menor grado a estas personas y aceptamos las políticas de terror y sus ecuaciones y fórmulas siniestras: a mayor cantidad de delitos mayor cantidad de cárceles y condenas; mientras más jóvenes los delincuentes, más jóvenes los encarcelamos, acción/reacción (como decía el “profesor” de la cinta Los Coristas”; a una “causa” tan nefasta como el delito una consecuencia aún mayor como el presidio… Pero nos equivocamos de causa y consecuencia y por eso mismo esas políticas de represión y encierro están totalmente erradas.

Los medios de comunicación de circulación y escucha masiva, al servicio no de toda la ciudadanía, por supuesto, sino de sus dueños (que forman parte activa de la élite nacional), han terminado de instalar en la mirada de la opinión pública la idea del delito como una CAUSA de gran parte de los males de nuestra sociedad. Se criminaliza abiertamente a quien entra en conflicto con la justicia, se lo transforma en la lacra, en el agujero hediendo, pestilente al cual nadie quiere acercarse pero del que todos reclaman y despotrican y del que todos rehuimos. La sociedad, es decir TODOS NOSOTROS apuntamos con el dedo de inmediato al momento de acusar, de castigar, de ampliar las penas, de disminuir a los 14, a los 12, a los 10 años la responsabilidad penal adolescente, y si fueran muchos los delincuentes menores de 10 años, no trepidaríamos en encerrarlos recién salidos del útero de su madre… “hay que cuidarse de tanta bestia”, hay que castigar, encerrar, ejemplarizar aplicar la ley, privar de libertad.
Las víctimas de los delitos, evidentemente tiene sus justas razones para buscar castigo y reparación a lo vivido. Sólo ellos saben lo que es sentirse aterrados por una pandilla que penetra en el hogar y los torna total y absolutamente vulnerables. Sólo ellos saben lo traumática que resulta ser su experiencia, las palabras oídas, el miedo y la inseguridad, los golpes recibidos, la violencia brutal, los muertos, humillados, violentados en todas sus formas. No es que quiera minimizar ese dato, al contrario. Muchos de los que están privados de libertad saben que están pagando el precio de sus acciones, pero que precio de mierda están pagando algunos. Sólo dos mini reflexiones al respecto:

REFLEXION PRIMERA
En estricto rigor y apegado a toda la jurídica existente, el único castigo que como sociedad aplicamos a la delincuencia es la PRIVACION DE LIBERTAD. En otras palabras, el reo, el preso, debiese tener tan sólo un derecho el que, debido a su condena, no pudiese ejercer: el derecho a la libre circulación. TODOS los otros derechos están garantizados constitucionalmente. Entonces, encerrarlos en condiciones indignas, infra humanas, no es sólo un atentado flagrante a sus derechos humanos, también es una acción anticonstitucional y como tan debiese ser castigada y/ sancionada, como un delito de Estado, un delito de lesa humanidad, terrorismo de Estado para quien, por ejemplo, por vender discos piratas en la calle fue condenado a morir en la hoguera por la justicia actual de nuestra sociedad. La aplicación del estado de Derecho del que tanto se ha alardeado en otras ocasiones debiese también considerar este aspecto.
Una sociedad castigadora como la nuestra debe garantizar, al menos, una mínima condición de dignidad para sus presos, de lo contrario encerrarlos es un deleznable acto de lavarse las manos y entregarle al azar y la desventura el destino de estas personas. Mejor es que se maten entre ellos dicen algunas personas, las mismas que a veces salen de la misa del domingo por la mañana con el pecho henchido de orgullo cristiano. A veces ser consecuente es más doloroso de lo que se cree y ya debiésemos tener más que claro que encarcelar a medio país no es la solución de nada. Los índices a nivel internacional que ostenta nuestro país respecto de las condiciones de vida en nuestras cárceles, respecto de la cantidad de presos por habitante, respecto de las leyes que defienden a los poderosos y castigan implacablemente a quienes carecemos de solvencia económica, respecto de la repartición inequitativa de las riquezas, sólo debe llenarnos de oprobiosa vergüenza.

REFLEXIÓN SEGUNDA
Es en este último aspecto que se asienta esta segunda reflexión. Uno de los padres del concepto de Pedagogía Social, el alemán Adolf Diesterweg ya aventuraba a mediados del siglo XIX que no era tan sólo el joven infractor el que debía pagar por su delito, era la sociedad entera la responsable de generar las causas que impulsaron a ese joven a delinquir. En otras palabras, es la sociedad, encarnada en ese ser inasible y todopoderoso llamado Estado, la que debe garantizar a TODOS sus ciudadanos los derechos mínimos para vivir una vida en dignidad, debe velar por su seguridad, por su salud, su educación, un espacio sano y cómodo para vivir, áreas verdes para recrearse, sueldos decentes, seguridad laboral, trabajo cerca de su entorno familiar de tal forma de darle sentido a las 8 horas de trabajo, 8 horas de recreación, 8 horas de sueño, por la que pelearon y murieron nuestros abuelos y que hoy en día deviene tristemente en 6 horas de sueño, 10 horas de trabajo, 4 horas de movilización, 4 horas para ver los programas enajenantes de la televisión.
Resulta fácil castigar y sentirse cómodos y seguros con las cárceles abarrotadas de compatriotas, que viven en este mismo país pero sin contar con los más mínimos espacios de salud social desde su más temprana infancia, aún desde el útero de sus madres. Fácil es apuntar con el dedo, pero las causas estructurales que provocan que miles de chilenos prefieran o elijan o decidan delinquir, a falta de una mejor perspectiva, están intactas. Mientras no trasformemos radicalmente y desde los cimientos esta enorme brecha social y económica entre los más poderosos y los más desposeídos, es una realidad evidente e indesmentible que continuarán los delitos contra la propiedad privada y seguiremos y seguiremos encarcelando jóvenes y adultos y familias enteras que han sido formadas en esta particular escuela y de tanto en tanto, miraremos con lejanía como decenas de hombres, tan humanos y habitantes de este suelo como el que más, mueren y mueren, atrapados por esta sofocante maquinaria de la pobreza y la marginación de la que todos somos responsables, pero algunos más que otros...

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