Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

domingo, 12 de diciembre de 2010

ALAN ÑANCO VIENE VOLANDO

Alan Ñanco viene volando desde muy lejos, desde una tierra antigua que no figura en los mapas y cuyas calles conducen hacia ninguna parte. Su voz se apaga en medio del vuelo. La dureza de sus ojos claros pierde toda consistencia. Ahora sólo es espuma, polvo en suspensión, humo gris, silencio incómodo tras el desgarrador grito ahogado por el fuego.

Eres un hijo de la tierra; eres un Águila sagrada, intocable y poderosa que todo lo observa con sus ojos perfectos; eres un hermano y tu tatarabuelo y mi tatarabuelo cabalgaron juntos en medio de la guerra antigua cuando los hombres morían en nombre de una libertad que no sabían explicar pero que entendían perfectamente. Ahora has olvidado hasta el susurro del viento en tu ventana de duros barrotes y asfalto térmico. Ahora ya no tienes que decir, te has quedado sin palabras, tus ojos inexpresivos han perdido la dureza de su rabia antigua. Ahora, en este estado de placidez antes del eterno retorno te entregas a la espera y te preparas para un nuevo salto hacia el tiempo de nuestro tiempo, aguardando una nueva oportunidad para aprender aquello que no pudiste aprender antes del fuego. Ahora eres sólo recuerdo y tu madre debe llorarte como una madre y tu padre ni debe saber que ya no estás y el espíritu de tus antepasados debe estar guiándote en ese largo viaje hacia la tierra del Huenumapu.
Eres un árbol, una hoja caída en desgracia, una raíz disléxica del tiempo, un trozo de tierra ancestral en medio del fragor urbano de una ciudad que no ama a sus hijos; eres el ruido de los sables en medio de la noche en un pasaje sin nombre de un lugar perdido de la periferia, allá donde se vive de prisa. Eres y eras.
Eras un árbol sin raíces y te secabas lentamente, sin saberlo. Eras un hombre alado, un águila con el poder de la clarividencia y todo cuanto soñabas se convertía en realidad, aún si no lograbas recordar nada al despertar. Eras un hombre de fuego y todo te conducía hacia él, irremediablemente. Eras un hijo de la tierra aunque eso poco significó para ti, pese a mis insistencias. Eras una posibilidad, un elegido, una partícula de carbono con un fiero corazón, una aventura por comenzar, una búsqueda, un aprendizaje, un camino que recorrer, una vida que merecía la pena ser vivida, quizás en otras condiciones, quizás con más dignidad. Eras... tan sólo eras otro muchacho más y ahora sólo eres el espacio vacío que deja la ausencia, la ceniza de tus pasos que el viento sur dispersa por la tierra nuestra.

(Breve homenaje a Alan Ñanco, uno de los 81 muertos en la cárcel de San Miguel, con quien compartí clases y conversaciones en CIP – CRC San Bernardo hace algún tiempo)

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