Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

sábado, 7 de mayo de 2011

EL BUEN LADRON

Tiene 19 años. A diferencia de la mayoría de los muchachos condenados del Centro tiene a sus dos padres juntos, los que trabajan y viven de la manera más sencilla y justa posible. Sus padres trabajan y han trabajado toda su vida como asalariados, completando esta larga cadena económica en la orilla oscura de los bajos sueldos y las extremas necesidades. Sus padres lo quieren, siempre lo han querido, es el mayor de 3 hermanos… la esperanza de la familia. Es el hijo querido, el primogénito, el fruto del amor, el primero. Vive en una de las muchas poblaciones devenidas en “villas” tras la instalación de un “complejo deportivo” (es decir un cuadrado de cemento delgado, mallas altas para impedir que las pelotas se vayan del recinto y dos solitarios arcos de baloncesto, cansados y desgastados como dos árboles sobrevivientes del maremoto) y el asfaltado de las calles (cuya fina capa sólo duró el primer invierno). En estricto rigor, la solidez (relativa, por cierto) de los muros de su casa, convierte a la familia en pobres “no tan pobres”, quizás, con $100.000 más de sueldo hasta pudiesen ser considerados clase media. Su pobreza, a ojos de la tecnocracia economicista no es extrema, es llevadera, es normal.

Sin que sus padres se enteraran comenzó a robar. Nadie lo entendería, su modo de hablar no era el propio de los avezados delincuentes, su mirada risueña era la de un niño bondadoso y travieso, ansioso de mundo. Sin embargo comenzó a robar y rápidamente se especializó. Con una pistola calibre 45, más grande que sus manos en principio, y sacada de quien sabe qué callejones oscuros del mercado negro, se dedicó a las farmacias y las gasolineras, dinero instantáneo y bajo nivel de peligro. A veces andaba solo y otras con algunos compañeros del camino. Se dio cuenta que “con dinero se compran huevos”, como decimos en Chile. Comenzó a ganar estatus en el barrio y en el mundo del hampa posmoderna. Allí todos se conocen, se pasan el dato de los más “choros”, aprenden a valorar, a respetar, a despreciar a los novatos, a los cobardes, todos tienen su nivel, su rango, dependiendo del peso real de sus acciones. La calibre 45 y el estilo de sus robos eran su carta segura para lograr una buena aceptación. Sin embargo nunca fue del todo violento. El dinero era necesario y lo gastaba “sabiamente”. Jamás se dio un lujo innecesario, jamás la zapatilla de marca, el reloj lujoso, los lentes caros, el aro, el collar de oro. A lo más una pulsera con la imagen de la virgencita de Montserrat delataba su Ser y su Estar en el mundo. Jamás un golpe por el sólo hecho de inspirar terror, jamás un abuso que no estuviese completamente justificado en su perspectiva ética.

Era un niño y actuaba como un adulto, con la seguridad del que sabe que la intensidad de la vida es como una droga que si le tomas el gusto, su sabor te embriaga y no te dejará jamás por más que quieras. Sus padres, cuando se enteraron de su oficio lloraron y maldijeron y luego se arrepintieron de sus maldiciones y rogaron al Señor por el alma de su hijo y se avergonzaron de sus acciones y le dieron la paliza de su vida, que él pudo haber evitado con su prestancia de choro curtido, pero que asumió estoicamente, doblegado y humillado por la rabia de sus padres. Eran sus padres, sus viejos queridos los que lo despreciaban en cada golpe y que sentían, del mismo modo, con cada golpe que le daban al trapo carnoso y sangrante que era su hijo, el dolor amplificado en su corazón de buenos padres trabajadores. Quizás era el poco tiempo, las distancias, la falta de seguimiento, las malas juntas, la pobreza, ¡cómo saberlo!, Quizás era todo eso y mucho más, quizás los únicos responsables eran ellos, quizás los responsables eran otros, pero ahí estaban sus viejos, más cansados y viejos que nunca y él, doblegado, herido, cansado, avergonzado, pero parado en su ley. Luego de la paliza y tras la recuperación los robos continuaron, pero quedó una herida en su corazón. Él podía saltar al abismo en el momento que quisiera…Pero… ¿Era necesario saltar y perderse con los ojos cerrados en la vorágine de la vida extrema?, quizás y tan sólo quizás fuese posible articular nuevos lenguajes, doblar la mano del destino, vislumbrar otra vida posible, otro paisaje, otra vibración en el pecho, otra forma de vida, otro camino, quizás el correcto.

A medida que estos pensamientos comenzaban a devorar sus momentos de ocio el amor le trajo una nueva distracción, una joven, una chiquilla del barrio, guapa, sana, limpia y morena, su “orgullo ante la pobla”, como diría un poeta valdiviano. A medida que la relación crecía y se profundizaba el lazo, la niña comenzaba también a mostrarse en toda su plenitud y ya no era tan guapa ni tan sana y de morena a veces su pelo cambiaba a platinado forzado, pero era la moda y se aceptaba como parte de la cultura. Después de todo él no era perfecto ni tampoco un ejemplo de santo varón. Poco a poco la niña comenzó a tomar las riendas de la relación, le exigía tiempo, espacios de los que el dedicaba al “trabajo”, más tiempo por las noches, que era su hora favorita para la acción y los robos, más presencia, más vida de pareja, en fin. Él, que la quería pese a todo, entendió sus requerimientos como el despertar incipiente de los celos que destruyen toda buena relación y luego de un tiempo de tensiones decidió cortar por lo sano e invitarla a participar de una “acción”, es decir, robar junto a él. Ella, quizás por destino o falta de profundidad en la reflexión, tras un corto tiempo de duda aceptó la propuesta y se concertó la hora y el día indicado para el acompañamiento. Él, que pese a todo esperaba una respuesta negativa de parte de ella se vio enfrentado a la disyuntiva de llevar a su amor y someterla al peligro.

Todo robo siempre trae consigo 3 posibles y fatales escenarios: La posibilidad de ser descubierto y atrapado por la policía, tener que usar la Colt 45 o ser contraatacado con inesperada consecuencias. Cualquiera de las 3 posibilidades lo conducían a sí mismo a 3 posibles lugares: La cárcel, el hospital (y luego la cárcel y/o el cementerio) o el cementerio por línea directa. En ninguno de los 3 caminos esperaba ser acompañado por su amor, así es que decidió optar por una medida salomónica que consideraba sería la mejor y más segura opción (no sé ustedes, pero yo mientras escribo no puedo dejar de pensar en la historia de Edipo y su imposibilidad de romper con el destino macabro señalado por la pitonisa en Delfos). Este Edipo moderno, que no mató a su padre ni se casó con su madre ni menos tuvo hijos con ella y que, por el contrario sólo quiso tomar la mejor decisión para proteger a su pareja decidió no ya robar en una bencinera ni en una clásica farmacia (dinero seguro, pero atraco muy expuesto). Optó por el más fácil e instantáneo “cogoteo” en la esquina (el que siempre reporta algo, aún en los más malos momentos: chaquetas de cuero, celulares, relojes, billeteras, bolsos, computadores portátiles, pendrives, mp4, en fin…Para qué seguir.

La fatalidad se vistió de gala aquella noche. En el segundo robo tras el primero que le había reportado un celular y unos pocos billetes, cuando ya sumaba otro celular a su haber y cuando la muchacha, entre temerosa y osada no podía dejar de sentir admiración por la resolución del muchacho que a sus ojos se agrandaba adoptando la figura de un bandolero legendario incapaz de sentir dolor, en ese instante, en ese preciso instante cuando ya se sumaba un nuevo número en la lista de atracos nocturnos en las innombrables calles del gran y oscuro Santiago, se les cruza una patrulla de Carabineros que los sorprende y se los lleva detenidos. Él sólo atinó a pensar en su pareja. Ella ya tenía 18 años. Él sólo tenía 17, aún sería considerado menor de edad por las autoridades y, por ende, sería condenado a estar en una cárcel juvenil, algo así como una temporada en la playa con todos los gastos pagados, todo el peso del castigo caería sobre ella. Decidió echarse la culpa de todo. La había obligado a estar con él aquella noche, ella no había participado directamente de los robos, él era el único responsable de los hechos. Un juez la dejó libre tras 6 meses de prisión, el menor tiempo que pudo estar en la cárcel, casi un regalo. Pero él, en virtud del reconocimiento de su autoría, fue condenado a 5 años de presidio en CRC San Bernardo.

EPILOGO
Ella lo viene a ver todos los domingos y a veces se encuentra con sus padres, que la miran casi con reproche, pero que la aceptan. Total, es la mujer de su hijo. El aprendió a profundizar su vergüenza por las cosas que hizo cuando estaba libre. No se arrepiente de lo vivido, cada experiencia le ha dado una visión más profunda de las cosas. Nunca hizo un daño que pudiese ser considerado irreparable y eso es bueno para él, le da cierto sosiego a su vida… sólo cierto sosiego. Él quisiera cambiar su vida, quisiera seguir estudiando. Tiene miedo, sin embargo, de no ser capaz de mantener afuera, la fortaleza que siente tener aquí adentro. Está enfrentado a un profundo desafío. Su mujer lo quiere y quiere seguir a su lado. Él la quiere y quiere vivir una nueva vida a su lado, sus padres lo apoyan, una parte de él en su fuero interno cree que el tiempo perdido se transforma en una constante que irremediablemente lo conduce al abismo; otra parte de él piensa que ahora está en el fondo de ese abismo al cual se lanzó el primer día que comenzó a robar y que sólo queda moverse y moverse y moverse para salir de ahí. Le quedan tan sólo un par o tres de meses para pedir un cambio de medida a su condena. Sólo entonces veremos un germen de realidad, sólo entonces.

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