Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

domingo, 22 de julio de 2012

VIAJE SUBURBANO UN DIA CUALQUIERA DE MARZO

Llegaré algo mareado a casa. La distancia entre uno y otro punto de Santiago es increíble, sobre todo en estos días, en que parezco vivir a la dulce ventura de lo que el destino me tiene fabricado a modo de gran sorpresa de cumpleaños. Desde el oriente el inicio del crepúsculo me acompaña y yo acompaño su transformación paulatina de tierna estrella en opulenta supernova, siento las explosiones de luz y calor en mi pecho, el reflejo endemoniado de sus luces ciega por un instante estos ojos poco acostumbrados a la radiación solar sobre su café oscura estructura; luego viene el ocaso, la pérdida definitiva del color, el deterioro de las formas y el ajuste en blanco y negro o en escala de grises de mis párpados.

El bus continuaba con su monocorde vaivén, la ciudad se transformaba a mi paso sobre ruedas, las angostas calles y el gris permanente dejaban espacios cada vez más amplios para los pastos que besaban la orilla tibia del asfalto. La Pintana comenzaba a quedar atrás y con ella sus llanuras de tierra y sequedad. Mi cuerpo se acostumbraba a la incomodidad del respaldo fijo de mi asiento. Algunos escolares subieron poco antes de llegar a Américo Vespucio. Mi estómago comenzó a procesar los granos de uva que poco antes había comido con los viejos y nuevos conocidos, recordé la manzana verde que se entibiaba desde la mañana, decidí no comerla, pensé en llegar luego al baño pero aún faltaba una larga hora para concluir mi camino, el tedioso viaje por las llanuras demasiado conocidas de Américo Vespucio tenía en Santa Rosa su punto de partida; en la esquina bullía lo sobrante de la gran y triste maquinaria, los obreros volvían a sus hogares después de estar durante todo el día activando los resortes y moviendo los andamiajes que hacían funcionar el corazón artificial de la ciudad.
Yo caminaba en dirección equivocada, todo el mundo se perdía hacia el sur en un frenético viaje de purificación luego de tanta mierda pestilente colgándole de los bolsillos, desde mi asiento podía sentir el olor de cloro porfiadamente adherido a las manos y a la ropa de las empleadas puertas afuera, encantadoras y dulces mujeres con dulces sueños de amor y deseo en una tierra que no les pertenece. De sus ojos se desprende un brillo especial, ellas sueñan en secreto despertar un día y contemplar la pulcritud, la vastedad y el buen gusto y los prados de la casa que es su propia casa, y desearían limpiar amorosamente la cocina su cocina, y encerar el piso su piso, y preparar el desayuno de los niños sus hijos, pero la madrugada avanza de prisa en las mañanas y la tarde avanza de prisa por las noches y el tiempo entre una noche y el próximo amanecer resulta muy pequeño para cualquier tipo de maravilloso sueño en un viaje de bus que corre en destino inverso al mío, más lentamente, pues el noreste de la ciudad  parece vaciarse con esta fuga en masa de hombres y mujeres, con esta estampida de buses repletos de pasajeros, con esta máquina temporal que atraviesa a la ciudad aunque pareciera ser la ciudad la que nos atraviesa a todos como una imagen fantasmagórica que cruza frente a nuestros ojos espectadores y ciudadanos. La ciudad nos cubre con su manto de olores y sonidos ciudadanos día y noche, por la noche nos arrulla y nos brinda el calor de las maquinarias que incansablemente trabajan para justificar nuestra existencia; por el día justifica nuestra condición de seres humanos con un sentido de vida aunque no lo necesitemos, aunque sea otra fabricación más del bajo intelecto humano.

El hombre para sentirse ser humano necesita expresar esa multiplicidad de sensaciones en objetos cuantificables y medibles intelectualmente, en profesiones, oficios, ocupaciones, trabajos, dedicaciones, entretenciones, condiciones, estatus, ubicación económica, política, social, etc. etc.

Nuestra compleja posición racional se desarrolla en forma vertiginosa y crece como una semilla misteriosa dotada del poder de la autoflagelación.  Crecen los deberes y estos alimentan la savia de nuevos diseños sostenedores de los anteriores y potenciadores de nuevos elementos condicionantes de nuestra vida. Surgen de improviso aunque no por generación espontánea reglamentos y leyes y todos atentan contra el ciudadano común y silvestre pero a nadie parece importarle porque aún hasta el mismo Nadie está interesado en perpetuar algunas figuras que a él le interesan por sobre manera, así los orígenes del hombre se diluyen y la fiebre del siglo XX se traspasa por un puente incorregible al siglo nuevo que de nuevo no tiene nada pues todo ya ha sido escrito incluso los gritos de rebeldía que lanzamos como minúsculos aullidos de gato recién nacido, absolutamente desprotegido de la tutela maternal.

Así avanzamos por esta ciudad, depositando un poco de vida bajo la suela de nuestros zapatos, desgastándonos como esas suelas que se adhieren al pegajoso pavimento con tozudez, así transitamos, mutantes de un tiempo perdido, cansados de nuestras propias e inútiles palabras, buscándonos en las sombras para brindarnos un poco de amor desinteresado en las plazas de los viejos barrios pero la luz que se proyecta de los Centros de Compras impide la caricia profunda y las miradas que nos prodigamos en las calles poco dicen del reflejo de nuestros propios corazones y hablamos con una humana necesidad y de los labios se descuelgan las palabras como en un grandioso torbellino imparable, como cuando abrimos una llave de agua por la noche y el agua sale por la boca del frío instrumento con una fuerza tardía y las palabras se escapan y construyen su propio lenguaje de formas y gestos y nos damos cuenta de la inutilidad de tanto boato y sentimos la presencia de las letras y los clásicos gestos como una inútil adquisición cultural y depositamos toda nuestra incomprensible fe en un lenguaje nuevo y sencillo, sin palabras y sin gestos y nos concentramos desde lo más profundo de nuestras emociones y desgarramos nuestro vientre de tanta concentración y miramos y nuestros ojos se abren desmesurados y luego un manantial de dulzura escapa de las miradas iluminando el camino frente a nuestros párpados y buscamos la mirada del otro y a ratos la encontramos y ahí nos quedamos como guareciéndonos de la lluvia torrencial y asfixiante en el único refugio posible, la mirada del otro, de la otra… y esa mirada se abre al mismo tiempo que la nuestra y así avanzamos lentamente a través de las calles que comienzan a secarse luego de la lluvia que aún no llega y los hombres salen de sus guaridas y el cerebro se activa luego de demasiado tiempo de inercia mental y es necesario abrir un hondo camino en medio de la selva impenetrable que ha crecido en torno a las dendritas, y es necesario activar todos los mecanismos de presión del humano sentimiento y sentir como despega esta nave que siempre hemos tenido guardada en lo más profundo del corazón y dejarla volar como vuelan los cometas en los tiempo de las tibias brisas de  primavera y dejarla planear libremente como los hombres pájaros que transitan a la deriva del viento y es necesario transitar a la deriva del viento y romper con todo lo creado hasta este instante y desarmar los pasos dados hasta este minuto y olvidar las estupideces y construir nuevamente la historia humana desde una nueva óptica más humana y menos humanesca. Transitar y transitar libres de las ataduras de los relojes y del mercado y de los bancos. Transitar día a día en un perpetuo estado de gozo inalterable, vivir día a día extasiado, obnubilado por la belleza de la vida que nos ha sido dada en gracia vivir por estos dioses creadores que se olvidaron de entregarnos la llave de la sabiduría pues todo lo tenían demasiado bien planeado estos muchachitos.

Transitar por la vida como quien transita por la vida y no por el deber de la vida, por la necesidad que nos han impuesto en los oídos y en las manos, olvidarse de la necesidad y del deber, nos debemos a nosotros mismos antes que a nadie y la palabra trabajo no tiene sentido si no se hace con amor y no por necesidad, la necesidad pervierte nuestros sentidos y nos convierte en oscuros pasajeros del tiempo, oscuros, tristes y cansados hombres y mujeres que corren a perderse en un bus que corre a perderse en la dirección opuesta a la del bus en el cual estoy mirando por la ventana mientras definitivamente nos adentramos por Américo Vespucio rumbo al noreste y Santa Rosa sólo es un punto de tristeza y cansancio que se pierde con los últimos rayos del sol de marzo de este nuevo siglo que de nuevo nada tiene hasta el momento.

1 comentario:

  1. Estimado Pedro. Me gustaria saber si es usted el Pedro Torres que vivía en conchalí (actual recoleta) y que estudió sus primeros años en la Escuela España 113 de Recoleta. Estoy tratando de ubicar a un viejo amigo. Mi correo es Carlo.guerra@hotmail.es

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