Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

miércoles, 22 de junio de 2011

EL CICLO DE 4 DIAS – segundo día

El frío de los primeros días del invierno cobra sus primeras víctimas. 2 indigentes, parias habitantes de las calles, soldados de una guerra perdida, cuerpos que dejan de vagar errantes por calles vacías de historia, cuerpos que se apagan, como una hoguera sin leños, como un carbón que pierde irremediablemente su calor.

Hubo un tiempo en que todo era de todos. La tierra no nos pertenecía. Nosotros pertenecíamos a ella. La habitábamos con respeto, con cuidado por cada uno de sus elementos constitutivos. Los frutos de su vientre se repartían de manera equitativa. No había cabida para los poderosos, para el acaparamiento, para la miserable explotación de unos pocos a unos muchos, en la tierra del Wallmapu no había propiedad privada, ni cercos, ni murallas, ni privilegiados, ni personas de segundo y tercer orden, ni empresarios inescrupulosos con “prácticas indecorosas”. El robo era castigado no por un grupo selecto de iluminados sino por el conjunto de la comunidad. La escuela era la reunión cotidiana frente al eterno fuego escuchando las narraciones de los queridos viejos, o caminar por un sendero imperceptible con el abuelo o con la abuela, escuchando con respeto y casi con reverencia, aprendiendo a descifrar el código perfecto de la naturaleza, siendo uno con ella, siendo parte integrante del gran orden natural, comprendiendo la energía del viento, su susurro misterioso y lejano, atendiendo a las señales, a la energía que habita en todas las cosas, al Ngen, al cuidador y protector de cada espacio, de cada rincón, de cada elemento.


El frío arrecia. Es el segundo de estos cuatro días sagrados en que el sol alcanza su punto más lejano de nuestro espectro visual. La tierra tiembla imperceptiblemente, la energía del cosmos se expande y se contrae, se expande y se contrae, como un gigantesco corazón ancestral. Son los últimos días de este período. La vida se prepara para dar un nuevo salto hacia el mundo de nuestro tiempo, las semillas se nutren y ya se abren ansiosas de buscar la fuente solar. Mi abuela ya hubiese organizado todo: sopaipillas con pebre, meltrén con miel, mudai, habas frías, arvejas, cazuela de ave de campo para la fiesta, para la ceremonia, para el nacimiento del nuevo día, para el retorno del padre sol. Yo espero el día, me purifico a mi manera, pienso en las dos personas muertas de frío, ¡¡DE FRÍO!!, en un país que perdió su sentido comunitario, en un país que se vanagloria de entrar a la OCDE, en un país-represa cuyas riquezas no alcanzan para todos sus habitantes.



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