Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

domingo, 8 de marzo de 2015

EL PESO DE LAS CREENCIAS - Cuento oriental

Este breve cuento, encontrado en algún rincón azaroso del planeta virtual me conecta de inmediato con un tema que desde hace mucho tiempo hemos venido trabajando en formación inicial de profesionales de la educación: El de las preconcepciones. Pareciera que el efecto devastador en el desarrollo de pensamiento complejo, provocado por los años de escolaridad en este modelo global instalado en dictadura y "perfeccionado" en los siguientes años por los sucesivos gobiernos del binominal, ha permeado a nuestros estudiantes de pedagogía de manera tal que ni siquiera los 5 años de formación universitaria han sido capaces de estremecerlos al grado de modificar su forma de concebir el aula y los procesos pedagógicos vividos en la escuela... Aunque, para ser coherente con la reflexión crítica que hemos venido instalando en las páginas precedentes, la institución universitaria tampoco escapa a este adormecimiento intelectual de nuestros profesores, más bien termina promoviéndolo, con sus metodologías que no dan cuenta de la realidad. La universidad pedagógica forma profesores para una escuela que no existe en la realidad y para estudiantes ideales, que tampoco existen. Peor este es un interesante tema para otra reflexión. He aquí el cuento en cuestión.

EL PESO DE LAS CREENCIAS
Dos jóvenes monjes fueron enviados a visitar un monasterio cercano. Ambos vivían en su propio monasterio desde niños y nunca habían salido de él. Su mentor espiritual no cesaba de hacerles advertencias sobre los peligros del mundo exterior y lo cautos que debían ser durante el camino. Especialmente incidía en lo peligrosas que eran las mujeres para unos monjes sin experiencia:

– Si veis una mujer, apartaos rápidamente de ella. Todas son una tentación muy grande. No debéis acercaros a ellas, ni mucho menos hablarles y, por descontado, por nada del mundo se os ocurra tocarlas. Ambos jóvenes aseguraron obedecer las advertencias recibidas, y con la excitación que supone una experiencia nueva se pusieron en marcha. Pero a las pocas horas, y a punto de vadear un río, escucharon una voz de mujer que se quejaba lastimosamente detrás de unos arbustos. Uno de ellos hizo ademán de acercarse.

-Ni se te ocurra -le atajó el otro-. ¿No te acuerdas de lo que nos dijo nuestro mentor?
-Sí, me acuerdo; pero voy a ver si esa persona necesita ayuda- contestó su compañero.

Dicho esto, se dirigió hacia donde provenían los quejidos y vio a una mujer herida y desnuda.
-Por favor, socorredme, unos bandidos me han asaltado, robándome incluso las ropas. Yo sola no tengo fuerzas para cruzar el río y llegar hasta donde vive mi familia.

El muchacho, ante el estupor de su compañero, cogió a la mujer herida en brazos y, cruzando la corriente, la llevó hasta su casa situada cerca de la orilla. Allí, los familiares atendieron a la asaltada y mostraron el mayor agradecimiento al monje, que poco después reemprendió el camino regresando junto a su compañero.

-¡Dios mío! No sólo has visto a esa mujer desnuda, sino que además la has tomado en brazos.
Así era recriminado una y otra vez por su acompañante. Pasaron las horas, y el otro no dejaba de recordarle lo sucedido.

-¡Has cogido a una mujer desnuda en brazos! ¡Has cogido a una mujer desnuda en brazos! ¡Vas a cargar con un gran pecado!

El joven monje se paró delante de su compañero y le dijo:
-Yo solté a la mujer al cruzar el río, pero tú todavía la llevas encima.

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