Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

martes, 1 de junio de 2010

LA LLUVIA REVELADA

Sí. Veo a mi abuela con su traje de campesina caminando a mi lado como si de un gran árbol andante se tratara. Era el verano de 1988. María Inés Ancamil Quintrel me prodigaba su sombra y yo me cobijaba en ella como queriendo protegerme del tedioso sol de febrero. La angosta y larga hijuela era el campito que mi abuelo trabajó gran parte de su vida. Tierra con otros dueños, terratenientes huincas.

No hablábamos. Ella miraba los surcos dejados por el arado en la blanda tierra. Yo lo miraba todo, sentía la humedad del aire, el olor de las cosas, el sonido del viento cruzando los aromos. El algún momento del camino me miró solemnemente y con un aire de profesita me dijo que al otro día se desataría una gran lluvia. Yo la escuché incrédulo, absolutamente incrédulo. El calor era intenso; una suave brisa nos envolvía; el cielo era celeste y ninguna, ¡ninguna nube! cruzaba su plana estructura. ¿Cómo podía hablar de lluvias mi abuela?. La lluvia avisa su presencia, se deja ver desde temprano, pensaba yo en mi lógica ceñida a la realidad… pero en un día de sol, en pleno verano, sin una mínima señal que avisara su presencia.

_ Imposible, pues abuela_ Le dije con erudita convicción. _ ¿Cómo sabe usted que va a llover mañana con el tremendo calor que hace.

Me miró con tristeza, luego su expresión se agrió. ¿Tan contaminado estaba este nieto suyo de la mentalidad huinca?. ¿Tanto tiempo me había ausentado del camino de sus raíces?.

_ ¡Cómo no voy a saber¡, ¡Soy campesina, soy mapuche! _ me dijo y me observó directamente al corazón con una estatura de tan humilde dignidad que me sobrecogió. Me señaló el suelo y extrañas formaciones de barro que se elevaban como pequeños murallones en torno a un agujero en la tierra, y había otras más, muchas de estas pequeñas estructuras de barro en las que yo no había reparado y otros tantos agujeros cavados, según me contaba la abuela, por los camarones de tierra, extraños habitantes de las zonas bajas y húmedas que protegen sus cuevas… de la lluvia que viene.

La abuela continuó su andar silenciosamente. Todo en mí había cambiado. Toda mi estructura mental había sido estremecida por esa revelación. Aún hoy recuerdo aquel día. Mi abuela nunca fue a la Universidad y no se especializó en ninguna carrera. Era campesina y mapuche, simple y llanamente. No era erudita, pero esa lección y tantas otras que he recibido en todo este tiempo. Me han hecho comprender lo inútil del conocimiento formal si no está ligada al conocimiento ancestral, aquel que nos hace más humanos, más pertenecientes a la tierra, menos dueños de ella, más sencillos. Más dignamente sencillos.

Por cierto, aquel otro día de verano de 1988, llovió como no había visto en mucho tiempo.

(texto publicado en revista "La Tiza", del Directorio Regional Metropolitano Del Colegio de Profesores, edición abril-mayo de 2000 bajo el seudónimo de Antonio Ancamil)

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