Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

sábado, 28 de febrero de 2015

COYOLXAUHQUI: LA LUNA AZTECA prefacio 1

COYOLXAUHQUI: LA LUNA AZTECA

Prefacio con recuerdos de CIP CRC San Bernardo - Parte 1
Recuerdo una película asombrosa que veíamos cada cierto tiempo, cuando llegaban nuevos condenados (cosa que pasaba todos los días) con los muchachos de CIP CRC San Bernardo: “La Guerra del Fuego”. Una cinta ubicada en las antípodas del gusto por la violencia holliwoodense de los “cabros”, cargada de muertos, mafias, sexo, explosiones grandilocuentes, drogas, armas de todo calibre, dinero a raudales, en fin.

Yo intentaba establecer una mínima introducción histórica mientras armaba los equipos. La mayoría de las veces estaba solo y los cables volaban en mis manos, conectando el data con el notebook, ojos bien alertas mirando los ángulos imposibles de la sala, los cables del audio, mezclados con los de la imagen, los parlantes, el alargador, cables, cables y más cables. Una verdadera tentación para los expertos en electrónica, que todo lo convertían y reciclaban. Cualquier cable podía servir como cargador de teléfonos celulares que, aunque prohibidos en la cárcel, abundaban en cada pabellón. No había “chorizo” sin celular y cuando estos escaseaban, luego de algunos allanamientos certeros, los pocos que quedaban causaban más disputas que cualquier tensión territorial y los muchachos andaban con una desesperación que rayaba en el síndrome de abstinencia. Yo conectaba los cables con toda rapidez, pero no atolondrado. 

Cualquiera que me viera no podía ni siquiera olfatear la tensión que me embargaba, mi puesta en escena exterior era siempre perfecta, rostro sereno, chispeante, amable, dicharachero, activo, siempre activo y casi siempre despierto, vivo. A ratos, sobre todo las primeras veces, bastaba un segundo de descuido para ver prácticamente desaparecer frente a mis ojos algún tipo de conector. Yo, simplemente, no podía sino admirar la agilidad felina de los dedos raptores y el trabajo actoral de los rostros, perfectos falseadores. Entonces sólo me quedaba hacerme el ofendido y con mayor presteza aún que la ocupada para armar los equipos, comenzaba el proceso inverso de guardado. Sin un cable no podía verse nada de nada, por lo cual había que dar por concluido el proceso de cine por esa tarde. 

Al principio era tremendo, todos se enfurecían conmigo por “venderla”, o sea, por no ser lo suficientemente pillo como para haber evitado el mini robo y más encima por haberles “paqueado” la película, o sea, por haber impedido la continuidad del espectáculo. Yo impertérrito, daba las explicaciones necesarias y me marchaba con la rapidez del rayo. Luego la cosa se fue aquietando y aquietando hasta convertirse en una experiencia genial. Entremedio de las actividades formales nos dábamos todo el tiempo del mundo para dialogar, escuchar, establecer lazos, hablar sobre el mundo y sus complejidades. Yo siempre me dirigí a ellos con respeto, pese a sus frecuentes salidas de madre. Comenzaron a encontrar algo diferente en mí, que sé yo, tal vez el simple acto de sentarse sin apuro y sin prejuicio a escucharlos y reírse con ellos era la llave indicada. Me esperaban ansiosos para saber qué les traía de nuevo, yo les pasaba los equipos y ellos lo instalaban y, de cuando en cuando, si algún novato queriendo ganar puntos con los avezados, se guardaba alguna de las cosas, eran sus mismos compañeros los que arreglaban el entuerto con sólo una mirada o una senda amenaza. El cable volvía a su sitio y la función comenzaba.

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