Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

sábado, 3 de enero de 2015

LAMENTO BORINCANO

Veníamos caminando por la orilla de la carretera, Carol con Antü y yo con Nahuel. A nuestro lado izquierdo pasaban los microbuses a gran velocidad, arrastrando al viento en su camino. Un canal de regadío viajaba en dirección contraria a nosotros a nuestra derecha. La brisa hacía bastante agradable el día y la caminata, pese a lo peligroso que puede ser caminar a la orilla de la carretera.

Tras el canal podíamos casi tocar un murallón de árboles, zarzamoras, ciruelas de campo, pequeñas, coloridas, hay unas de tono amarillo y otras más rojizas muy dulces. Mi madre hacía jugo con ellas en los resecos veranos de mi niñez y adolescencia, las cocía en una olla gigantesca, con azúcar, mucha azúcar y, a veces, unas ligeras trazas de canela. Luego la dejaba enfriar al aire libre para, finalmente guardar el líquido de un ligero tono ocre en el refrigerador. Una delicia; los pequeños frutos se apelotonaban al fondo de la olla, desprovistos de la piel, perfectos en su simetría, dulces, fríos, refrescantes, en medio de la aridez de calles de tierra, casas de madera, fonolas, latas, cartones y un cuanto hay, que servía mínimamente par hacer más digna la vida.

Ahora Caetano Veloso canta “Lamento Borincano” con una suave cadencia que invita a bailarla sin prisa. Y luego, si la canción y su letra te atrapan, a conocerla, a respirarla, a estar ahí, en un viejo muelle de la aún más vieja ciudad de San Juan, en Puerto Rico, y caminar sus calles y tocar sus paredes , y recorrer sin apuro su malecón y sacarse una foto de esas antiguas, bajo la puesta del sol para ponerla de fondo en el computador, o tal vez nada de eso y sólo dormir sin tiempo bajo ese húmedo calor, tan centroamericano.

Víctor Jara tiene una versión un poco más rápida, con un arreglo muy bello, melancólico y trágico, como epopeya griega. Recuerdo al profesor Sieveking reprendiéndome severamente por escrito respecto de mi uso de la palabra "melancolía" en un guión frustrado que escribí y que él evaluó en su clase ¿Sería yo capaz de explicar el sentido que le doy a esa palabra?. Un genio severo y necesario.

Y después fue sólo buscar, Javier Solís tiene una versión cuya voz es inigualable. Mi viejo tenía un disco de Javier Solís en la casa y lo escuchaba en su tocadiscos RCA Víctor, con la icónica postura del perro blanco frente al parlante, como si estuviese cantando una canción de Sinatra o Bill Withers, la memoria de la infancia se activa rápidamente con estos ejercicios. Era imposible no solidarizar con la suerte de aquel personaje, y es que la historia, además, estaba llena de paisaje, era y es muy visual en su relato.

Facundo Cabral convierte en drama la tragedia, la impronta de su voz le da otros matices que también se agradecen desde la bien lograda introducción con la guitarra, que recuerda a una pareja desplegando sus feromonas en la danza del tango hasta el energético final que nos recuerda la rabia histórica que durante mucho tiempo ha estado acompañando a nuestro continente, o al menos a una parte significativa de nuestro continente.

Una cibernauta escribe, respecto de la interpretación que Daniel Santos hace del Lamento Borincano, lo siguiente: "Esta canción me llena de recuerdos del año 1955 cuando yo fallecí en ese trágico accidente en la Ciudad de México. Ahora que he vuelto a la TIERRA totalmente re-encarnada en un nuevo cuerpo, sigo añorando y gustando la música inolvidable del Gran Señor Daniel Santos.   Esperemos que el también haya ya re-encarnado y ande por ahí dando lata en busca de mujeres morenas, altas, delgadas y eso si - anchas de caderas como a EL le gustaba. Gracias. - He Dicho - Caso Cerrado”. La historia comienza cuando un señor se toma en serio el exordio recién señalado, al menos por un instante. Cuando se da cuenta que la cibernauta se tomaba más que en serio el tema se despide rápidamente, no sin antes “reírse en la cara” de la mujer. Lo de reírse en la cara es sólo una figura literaria, pues le manifestó directamente su estado de completa chifladura, por escrito por supuesto. Luego aparece un escéptico y la cibernauta, devenida en mujer y luego en niña con dificultad para control emocional, pierde la paciencia. En fin.

La Floripondio deconstruye totalmente la historia, o tal vez sólo utiliza el título para un arranque conceptual mayor, quien sabe, sólo ellos y los expertos. Yo sólo soy un viajero observador en esta noche, aunque tomo nota de casi todo lo que veo. De todas maneras, es muy agradable al oído seguir su cadencia y su final “placer y dolor es lo mismo, placer y dolor es lo mismo”. Vale la pena completamente escucharla.

Mark Anthony hace una interpretación correcta, que a mi oído inexperto suena como si ya la hubiese oído, y es que de verdad llevo oyendo la misma canción hace más de una hora, degustándola, intentando dar cuenta de la impronta que cada interprete le confiere. Cerca del minuto 4 todo cambia y aparece el artista instalando su firma. La trompeta de los tonos más altos me recordó un par de segundos de “Vampiros en La Habana”.

Y hay una versión de Oscar Chávez, de Daniel Santos, de Alfonso Ortiz Tirado, una que interpreta José Feliciano con otros artistas, y otra, y otra, y montones más, que me abrumaron. Con una buena dosis más de tiempo, tal vez las escuche a cada una de ellas.

Casi sin darnos cuenta llegamos a un paradero de microbuses, justo frente a un colegio en el que irán a partir de marzo Antü y Nahuel. En minutos llegó la micro morada. El día habría cobrado un tono anaranjado, un incendio de pastizales elevaba una densa capa de humo que cubría el espacio entre nosotros y el sol, unas cenizas dispersas caían como una fina pincelada de nieve lanzada, casi con desgano, por una pintora ebria que ha perdido de improviso la inspiración. Los niños estaban radiantes. Tal vez la felicidad sea sólo aquel momento en que la suma de todas las acciones del día, meditadas, azarosas o del cerebro estableciendo asociaciones, se conjuguen de manera armoniosa y encantadora, como un cuadro de aquella misma pintora, en su momento de mayor epifanía o de iluminación profana, según sea el caso.

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