Porque escribir

…“Rinaldo, Rinaldo te estamos esperando, ahora vamos a hacer un tema de Rinaldo, poné más agudo esto”… “Hola, hola, hola, parezco un político. No se escucha parece…Bueno, este, yo voy a hacer un tema que se llama La Niña… Esteeee… La niña es, …esteee… es muy dulce, muy mansa… ¡Que pasa!, ¡que pasa!, hola, hola. Bueno,… escucha la letra porque yo, esteeee, mejor cuando se escribe que cuando se habla... Y después queda, ¡viste!....”

Rinaldo Rafanelli, en concierto de despedida Sui Generis 1975

martes, 6 de enero de 2015

NOCHE DE VERANO EN BUS INTERPROVINCIAL

El eterno ruido de la ciudad comenzaba a apagarse poco a poco, extrañamente, como si de pronto el núcleo sólido de la vida urbana se desperdigara sobre la marea frágil del tiempo hasta hacerse sólo sombras movedizas detrás del vidrio. Mis oídos parecieron destaparse por un momento. Sólo se oía el ronroneo suave del bus y la respiración de los vecinos más cercanos. Miraba hacia fuera del vidrio con una vigilante inquietud, como si quisiese presenciar un nacimiento dentro de la oscuridad. Yo y el conductor sentíamos el vértigo de la velocidad. Nuestra nave rompía la inconsistencia del aire partiéndolo en dos. La inquietud crecía como una mala hierba por mis entrañas, se movía con cierta facilidad por mis vasos sanguíneos, lo cual me provocaba un delicado escozor cercano al cosquilleo. Su influjo atravesaba mi estómago, perforándolo como a una hoja reseca y subía lentamente dominando las acciones en el centro de mi cerebro. La invasión resultó ser un éxito perfecto, nada más botar el aire sobrante de los pulmones un extraño vértigo se apoderaba de mis movimientos.

El lápiz temblaba sobre la temblorosa hoja la cual temblaba aparentemente en descontrol. Solté el lápiz y la gravedad lo precipitó al suelo. Incómodo por la posición de mi compañera de asiento intenté bajar una parte mínima de mi cuerpo hasta el suelo para buscarlo con el tacto sin sobresaltar el armónico vaivén de su ritmo cardíaco. Así lo hice aunque fue necesario ladear mi espalda hacia su cuerpo lo cual hizo que me acercara demasiado a su vientre, aunque de nada serviría cualquier intento ajeno a la propia necesidad de la búsqueda pues un grueso abrigo cubría el olor de su sexo, las palpitaciones de su inquieto corazón y la tibia humedad de sus pechos. Maldito calor que me hinchaba los pies una vez más en esta noche endemoniadamente oscura como la piel de mi vecina de asiento o como mi propia piel de hombre demasiado cerca de un vientre cuyo perfume se desvanecía lenta pero arrebatadamente envolvente en el aire viciado y tropical de este bus que corría a perderse con dirección al sur. Maldita noche de intranquilidad misteriosa que me hacía perder el único Bic bueno en el piso de un bus viciado y junto a los pies de una mujer dormida a la cual no tenía ninguna intención de despertar y a la que, sin embargo, desperté.


Un pequeño grito que rompió el abismo entre nuestro propio y mundano mundo y el misterioso aquel de los sueños. Las manos palpándose el cuerpo como si temieran el extravío de una parte importante de su compleja arquitectura. Su mirada buscando la mía, buscando el centro de mis ojos, intentando descifrar el lenguaje de mi corazón, con el temor de no conocer una respuesta certera frente al hecho de haber sido despertada de improviso, en pleno desarrollo de la batalla por la conquista de la luz, en pleno viaje místico de su parte por el mundo carcomido de los sueños, en pleno viaje de este bus que corre a perderse a los confines de este, nuestro mundo moribundo del siglo XX, en plena búsqueda inarmónica de mis manos y en aplicación directa del sentido del tacto en el suelo áspero y más que tibio, buscando en la rugosidad movediza del suelo hasta topar con una extraña dureza que inexplicablemente confundí con el lápiz y apreté como se apretaría a un Bic de consistente plástico transparente y sobre los cuales, en mi primera infancia, descubrí por primera vez y sin mediar ninguna investigación previa, el efecto de la luz descomponiéndose en un prisma mágico y arrebolador que dejaba entrever el misterioso colorido de un pequeño arco iris. Esta vez, la magia dio paso a un fenómeno mucho menos estimulante y maravilloso. No era el lápiz Bic que yo había perdido en el suelo lo que mis manos asieron e intentaron acercar hasta el resto de mi cuerpo con el efecto de reubicar mi estructura de su incómoda posición de búsqueda. No, al contrario de lo que mi deseo de continuar con la idea que giraba en mi cerebro hubiese creído, no se trataba de mi lápiz Bic perdido... Era uno de los dedos del pie derecho de mi vecina, para ser más exacto el dedo meñique. Mi vecina también sentía los estragos del calor en aquella noche de cálido encierro movedizo, también sus pies sufrían las secuelas de la alta temperatura en el piso de este bus que continuaba su inexorable marcha; también ella se había sacado los zapatos para descansar mientras durara el viaje nocturno. Sus dedos sin calcetines no esperaban la profunda intromisión de mi mano buscadora, pero eso obtuvieron sin más y sin menos y eso la hizo saltar en el respaldo de su asiento y eso me hizo reacomodarme en la posición originaria antes del extravío del lápiz en fracción de segundos, no los suficientes como para que ella no se percatara de que el intromisor o la mano intromisora pertenecía a un todo más amplio y complejo cuyos terminales nerviosos pertenecían a su vecino de asiento, o sea a mí.

Me miraba semiaterrada, con la imaginación trabajándole a un ritmo asombroso y el pulso cardíaco disparado a un punto de quiebre sobre el cual navegaba un torrente de adrenalina, supongo. Esperaba un pronunciamiento de mi parte, algún mensaje aclaratorio, alguna explicación que develara el misterio de mi inentendible conducta, pues nada hacía prever, una vez ubicados en nuestros respectivos asientos, una actitud de mi parte distinta a la fría lejanía que provoca el desconocimiento y el poco desarrollo del músculo del afecto. Pero ahí estaban, su sobresalto y el mío echando por tierra la lógica y ahora ella esperaba mis palabras, mi aclaración, mis excusas, quizás.

Nada más respirar con normalidad, no pensando que decirle la miré fijamente, cosa que hasta ahora no había hecho y controlando al máximo el movimiento muscular de mi cara le dije y ya no me acuerdo con que tono de voz.
- He venido a despertar tus fantasmas dormidos, y lo he logrado.
La expresión de terror en su rostro se acentuó con el condimento de mis palabras que sólo lograron aumentar su confusión. Cuántos microsegundos faltarían para que saliera corriendo por el estrecho pasillo del bus rumbo a la cabina del conductor que a esta hora imprecisa de la madrugada se encontraba aislada del resto de los asientos por una gastada cortina; cuántos segundos faltaban para el clásico grito de espanto en medio de la infernal noche en el interior de este bus; cuántos segundos para los golpes, los arañazos, la histeria y luego la histeria colectiva que daría paso a nuevos gritos provenientes de otros asientos y el despertar abrupto de los dormidos y la confusión que precede a la calma y el llanto de los niños y la elucubración mental de 36 o 38 cerebros al unísono pensando sobre el origen físico y la causa del primer grito y las luces del bus encendiéndose de improviso y 36 o 38 pares de ojos nadando en unos cuantos segundos, de la oscuridad plena a ese neónico y artificial amanecer que se proyecta sobre mi estructura cegándome, cegando al maniático, al sátiro, al ladrón profesional que intentó aprovecharse de la señorita mientras dormía, degenerado, pervertido y etc. y etc. y un coro de voces pronunciándome y señalándome con el dedo índice y yo todo turbado luego de la aparente tranquilidad de la frase dicha para salir del paso y que en el fondo terminó enredándolo todo y luego de esta rapidísima proyección mental de lo que podría pasar en una lógica eventualidad, la vuelvo a mirar a los ojos y ahora con una expresión más confusa intento explicarle el origen de su abrupto despertar y ella que comienza a respirar y a mirarme más detenidamente a través de las luces de la carretera que iluminan tenuemente nuestras siluetas y yo que me enredo en explicaciones y aclaraciones absolutamente necesarias y le muestro mis escritos y juntos comenzamos a buscar el famoso Bic y lo encontramos muy cerca de sus pies y la miro nuevamente con una expresión triunfal en la mirada y ella que me observa cada vez más comprensiva y yo que comienzo a encontrarla cada segundo más atractiva ahora que veo sus ojos moverse suavemente, con algo de sueño aún navegándole en la dulce expresión de mujer que comienza a comprender lo sucedido y a confiar poco a poco en su vecino de asiento hasta volver a dormirse con una dulce expresión de serena tranquilidad bañándole el rostro que, de tanto en tanto, era iluminado tenuemente por las luces del camino.

Ahora ella dominaba la ventana y el mundo que nos dejaba y avanzaba en la dirección contraria a la nuestra. Ahora yo dominaba la perspectiva angosta del pasillo y en la semipenumbra podía distinguir algunas dormidas cabezas asomando en su incómodo dormitar. Ahora yo me encontraba una vez más solo frente a mis cavilaciones y sin la mínima posibilidad de escribir pues no quería importunar de nuevo a mi accidentada vecina.

Aquí estaba, viajando a 99 kilómetros por hora, a 100 kilómetros por hora, un ruido molesto como de pito de tetera hirviendo sonaba por unos pocos segundos y nuevamente estaba a 99 kilómetros, luego el pito de la tetera y así durante incontables kilómetros en un juego que resultaría divertido a no mediar mis propias preocupaciones en torno a la muerte y sus consecuencias en quienes no la padecemos en carne propia y no bebemos de su insalubre néctar. La muerte oscura con su manto asfixiante de pesadillas y frío glaciar sobre la piel del hombre viajero en esta noche. Cuántas muertes en la vida del hombre, cuántos ríos de sangre para comprender la inutilidad de tanto martirio sobre la superficie rugosa de nuestro planeta. Cuántas civilizaciones han construido sus maravillosas obras de ingeniería, sus palacios, sus calles empedradas, las reproducciones de sus dioses, sus sillas y sus mesas sobre la sangre de otros hombres, cuántas culturas han solidificado sus raíces regadas con el corazón sangrante de miles y miles de hombres, mujeres y niños. Cuando los primeros conquistadores españoles llegaron a nuestro continente se horrorizaron con las prácticas caníbales y ritualísticas de algunos pueblos y lavaron la afrenta a sus cristianos ojos con un baño de sangre jamás visto en nuestra historia. El invasor bárbaro detrás del indígena bárbaro en una cadena inagotable de dolor y humillaciones y más dolor y más humillaciones que resquebrajó para siempre los cimientos endebles de nuestro continente, que transformó su inestable geografía hasta formar un nuevo diseño, un molde, un probeta desde el cual salimos todos gritando de dolor como si fuese nuestro primer grito de espanto al nacer, luego del dulce baño marsupial en el útero de la madre y la madre es la tierra y el líquido amniótico es la sangre de nuestros pueblos originarios y nosotros somos la resultante de la simbiosis racial y cultural, de la muerte y de la vida entrelazadas por una cadena de fuego y tiempo, somos el momento impreciso entre el día y la noche, un bosquejo inconcluso lanzado con premura hacia el espacio de nuestro tiempo luego de la marea envolvente de los ciclos eléctricos del destino.

Cuántas muertes he debido soportar en este largo viaje, cuánta gente muere en este preciso momento que viajo rumbo al sur al encuentro de la muerte en este bus que de tanto en tanto baja su velocidad hasta el límite permitido por los sensores de velocidad. He muerto mil veces mientras caigo en el sueño, he caído mil veces con cada muerte, he llorado y he reído y en este momento de soledad mis ojos se anegan con las lágrimas que brotan y brotan como si proviniesen de una fuente inagotable, abierta en la tierra por una misteriosa mano anónima, mi piel ha cambiado de rumbo con cada eclipse de luna llena, he devorado estrellas a mi paso con el hambre de cielo que me atormenta por las noches cuando miro la oscuridad tamizada de puntos movedizos y estáticos sobre mi cabeza. Sólo he sido hasta ahora un naufragio desconocido en la inquietud del tiempo, un barco desconocido, un errante anónimo del que nadie pide antecedentes y al que nadie busca ni espera en ningún puerto. Sólo he sido hasta ahora una figura pasajera, un asteroide sin eje girando a merced del viento y de los vaivenes de la casualidad y el azar. He despertado mis fantasmas y estos no me dejan dormir en esta noche, he perdido la luz en una terrible borrachera y ahora navego a ciegas por este mar de penumbras y ruido submarino. Siento que el mundo arde detrás mío, los caminos se cierran a mi espalda, los puentes se cortan luego de mi paso, siento el ruido del Viaducto del Malleco corroer su estructura luego de mi paso hasta lanzarla a tierra en un chirrido de fierros retorcidos que me perturba. Siento la tensión en mi pecho, en mi ombligo que alguna vez fue un puente entre mi mundo y el de mi madre y que también fue cortado segundos después de haber nacido y que aún, luego de 25 años continúa así, cubierto de espacio vacío entre su mundo y el mío. Nadie más que yo y el conductor y la máquina que señala el límite de velocidad permanecemos despiertos. Todo el mundo se ha perdido en el sueño y viaja prematuro a merced de nuevas sensaciones. Todo el mundo se ha perdido irremediablemente en este oscuro laberinto que resulta ser el interior del bus. Permanezco en silencio, hablando tan sólo con la corriente del pensamiento, ¡Como quisiera articular la palabra escrita en este instante!, ¡Como quisiera pedirle a mi cerebro que avanzara a la velocidad de mis dedos para poder desarrollar de mejor forma las ideas!, pero mi cerebro no me responde, viaja sólo, a la deriva por el camino de su propio ritmo monocorde, desesperadamente acelerado, y yo no puedo hacer nada para atrapar las palabras que se escapan como estrellas fugaces por las paredes de la memoria, no puedo detener este flujo incontenible de ideas inconexas que se separan de mi propio pensamiento construyendo mundos paralelos al de mi propia imaginación como si se tratasen de amebas en su proceso de creación de una nueva célula y así me siento en este instante, como si fuese el partícipe directo de un nuevo nacimiento dentro de mi propio ser corporal . Observo a mi vecina de asiento, perfectamente desconocida hasta hace unas pocas decenas de minutos y ahora parte integrante de este trozo de vida que vivo, coprotagonista de mi locura cerebral. Le hablo en silencio, con ideas que fluyen de este nuevo ser corporal al que comienzo a dar a luz, disparo mis palabras por este aire envolvente y tibio de la madrugada, en silencio, como una alimaña del desierto que se arrastra lentamente buscando el camino de su presa. Miro a mi compañera y le hablo como si le hablara a la Cordillera de Los Andes y su majestuosa corporalidad. Siento el paso del viento, allá afuera, abrir el camino furiosamente, golpear sobre los árboles como si se tratara de un ajuste de cuentas entre dos enemigos irreconciliables. Siento que el mundo galopa sin sentido entre un abismo y otro como un ciego con la frente marchita y los pies destrozados por el paso inclemente del tiempo. Pero tú, compañera mía, en este viaje de insomnio al lado de tu asiento, ¿Qué puedes entender de la locura de dar a luz las ideas en este otro viaje tuyo del sueño?, ¿Qué puedes entender de mis cavilaciones nocturnas y de las lágrimas que caen en una caída libre sobre mis mejillas?. Tus dulces sueños de mujer fértil no pasan por mi boca sino en susurros.

Pronto despertarás, el despertar es una sensación apocalíptica de embriaguez, como si hubiésemos perdido un tesoro valioso. El despertar es como si algo nuestro se hubiese perdido para siempre, siguiendo el curso de la humanidad dormida, el despertar es como volver a la vida después de un largo naufragio en medio de la noche inquieta, el despertar es volver a situarnos en nuestro espacio tiempo con la in entendible sensación de que pertenecemos a otro mundo extraño que se aleja irremediablemente mientras reubicamos nuestra estructura en busca de la muerte. Y no es acaso la muerte la primera meta que todos perseguimos sin saber. Para morir es que hemos nacido, el camino es este corazón que late deprisa y golpea su savia en las sienes, el camino es esta vida diaria que día a día nos conecta como si se tratara de un puente móvil a dos orillas de luz y sombra permanente. Vivimos y perduramos y crece nuestro lenguaje como las ramas de un árbol, crece nuestro pelo linealmente. Es de a poco que caemos en las preguntas, primero es la confusión que provocan los elementos, luego sentimos la pesada carga de no tener respuestas exactas, la mirada de mil rostros con semblante diferente, la imagen de la duda que penetra por las puertas que abre nuestro intelecto rabiosamente y nos desnuda la imaginación y torna confuso nuestro andar y nos transforma en autómatas, en rígidas maquinarias al servicio de una maquinaria superior, indestructible que se alimenta con nuestro sudor, con el fruto de nuestras manos, con la rabia acumulada luego de tantos años inútiles, vividos en vano, perdidos como en un juego de azar que nunca quisimos jugar.

Vuelvo a mirarte vecina mía, desde este mundo inquieto que me perturba el alma, vuelvo a recuperar palabras que me pertenecían y que yo he borrado sin querer, pisándolas con el descuido del niño que corre sobre la arena con todo el ruido del universo germinando planetas en torno a él. Vuelvo y reabro este cofre marchito. Vuelvo hasta el mismo punto de partida de esta vuelta elíptica que empezamos a recorrer al nacer, vuelvo a cobrar sortilegios sobre las paredes de esta gran casa que me persigue como una sombra siempre presente. Vuelvo a abrir este trozo de mundo cerebral que han forjado los astros en torno a mí. Ya nada me pertenece, nunca nada me ha pertenecido más que mis manos y los músculos que se enredan sobre mis huesos y este volcán hambriento que me habita y esta naturaleza furibunda que se estremece con cada latido de piel. Nada me pertenece excepto mis pasos cansados de pisar donde antes pisaron otros pasos cansados de pisar la tierra revuelta por millones de otros pasos, cansado de pasar por el puente aquel por el cual ha transitado la humanidad entera en su viaje sin retorno, la humanidad entera con su carga imprecisa de historia. Estoy sentado en medio del puente, viendo abrirse el cielo y la tierra mientras caen los hombres al abismo, estoy sentado, retornando de quizás que lugar endiablado y quizás cierre los ojos y me lance de espaldas para caer donde mismo estoy sentado ahora en este incómodo asiento de bus frente a ti, dulce compañera, que duermes mientras el mundo se destruye en torno nuestro. Vuelvo a ti, mujer, vecina mía, vuelvo a recobrar el aliento perdido hace mucho tiempo atrás, vuelvo a ver esa boca profunda de mujer cerca de mis ojos escrutadores. Busco un límite, un río para mirar hacia la otra orilla y cruzar de ser posible.

A veces hay que tender a mirar a la muerte a los ojos, prepararse, dominar los temores, enfrentar los fantasmas que revolotean en nuestro entorno como molestos zancudos, hay que preparar las baterías para la gran batalla por la vida, descargar las emociones del pecho, librarse del equipaje, de los puntos cardinales y del propio idioma para enfrentar a la dama vestida de negro con una sonrisa insolente y desprejuiciada. Hay que romper el miedo que nos embarga como el frío en algunas noches de bohemia. Hay que transitar como un oscuro animal sediento de palabras, plagado de dudas y de certezas, como un mar muerto de dudas y de certezas, como un libro dormido olvidado en un viejo armario, como el tesoro que espera abrigado en el manto de la tierra. A veces hay que tender a morir para palpar la insistencia de estar vivos, para saber de qué se trata estar vivos, para entender la inutilidad de las convenciones, de las murallas protectoras, de nuestros escudos que nos alejan, que me alejan de ti, mujer frente a mis ojos incontrolablemente despiertos mientras duermes, que se acercan, buscando tu aroma y la tibieza de tu respiración, que te huelen por sobre el ropaje, por sobre la consistencia del abrigo, que buscan la tibieza carnal de tu boca y que te roban un beso mientras duermes, mientras el conductor disminuye la velocidad para acallar el ruido delator del sensor de velocidad, mientras todo el mundo conocido duerme en esta larga noche de verano, mientras deprisa me acerco hasta el paisaje cálido de mi niñez y de lo mejor de mis recuerdos infantiles.

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